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El claustro permanece ajeno a la polémica en la finca privada de Palamós en la que reside desde hace décadas.
La Catedral apoya la tesis de la falsedad del claustro de Palamós

La Catedral apoya la tesis de la falsedad del claustro de Palamós

Durante varios meses el archivero Mariano Casas ha elaborado un informe en el que sigue el rastro documental dejado por la estructura románica

Cecilia Hernández

Viernes, 21 de noviembre 2014, 12:23

Un imprevisto problema de salud impidió a Mariano Casas, archivero de la Catedral de Salamanca, participar en las jornadas sobre el denominado claustro de Palamós que se han desarrollado esta semana en Barcelona. Aun así, su informe, preparado minuciosamente durante varios meses en base a los documentos que se custodian en la seo salmantina, llegó y se hizo público en la ciudad condal, dentro de una investigación más amplia encabezada por el catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Girona, Eduard Carbonell.

Las conclusiones finales parecen desmontar la teoría de Gerardo Boto, profesor de Historia del Arte de esa misma universidad. El claustro de Palamós no fue en tiempos el claustro románico de la Catedral Vieja de Salamanca, sino que se trata de una recreación historicista de principios del siglo XX. La aportación de los archivos catedralicios de Salamanca se ocupa de seguir el rastro al proceso de cambio de un claustro por otro. «Hay que hacer hablar a los documentos», explica Mariano Casas, que emprende con ánimo el relato de la «novela».

Es conocido que el claustro románico llegó hasta el siglo XVIII, pero ya muy intervenido porque, como señala el archivero, «se habían ido cambiando piezas desde 1507». Hay que tener en cuenta que el claustro para los responsables de la Catedral de Salamanca era «un bien en uso», sobre el que, por tanto, no se aplicaban otro tipo de consideraciones alejadas de la práctica. Así, en aquellos años se decide, por ejemplo, tapiar la arquería para «abrigar las crujías y facilitar el desarrollo de las procesiones claustrales». Es decir, hasta el final, el claustro románico sufrió modificaciones y cambios. Un final que, por otro lado, llegó marcado por el terremoto de Lisboa de 1755, cuando su estructura colapsó.

Sin embargo, ese terremoto causó daños mayores en otras zonas de la Catedral y el Cabildo tuvo que emplearse a fondo primero en solucionar esos problemas.

Informe de Quiñones

«Así llegamos a 1783 que es cuando empieza de verdad la novela», apunta Casas. Fue en ese año cuando los responsables del colegio de San Bartolomé, encargados de la capilla de Anaya, avisan al Cabildo de que el tejado de la vecina capilla de Santa Catalina está desplomado encima de la bóveda. Ante esta situación, la Catedral encarga un informe al arquitecto Jerónimo García de Quiñones, en el que se señala que es «innecesario» derribar el claustro, y que la autoridad eclesiástica decide contrastar con otro informe encargado a Eustaquio Román. «Segundo informe que utiliza Gerardo Boto para iniciar sus pesquisas, ya que en él Román solicita desmontar el claustro para reparar todo lo necesario». Es decir, continúa Mariano Casas, en 1783 el Cabildo piensa «en reparar, no en construir nada nuevo» y habla de desmontar, en vez de derribar. La matización a los planteamientos del profesor Boto aparece, no obstante, cuando se descubre que las afirmaciones de Román se referían, sólo, al lienzo occidental del claustro, el que da a la calle Tentenecio, no a la estructura en su totalidad. El maestro de obras sugiere desmontar esa parte para reconstruirla. Sólo esa parte.

Así las cosas, poco después el arcediano de Monleón, Nicolás Martín, expone al Cabildo la necesidad de que la Catedral cuente con oficinas para la contaduría y el archivo, necesidad que, a su vez, el Cabildo traslada a Quiñones y Román, quienes, pocos días después, comunican a los responsables catedralicios que están de acuerdo en realizar la obra reparación del claustro más nuevas oficinas- pero que no podían asegurar que no hubiera «más problemas escondidos en la estructura». Se plantea, entonces, la posible construcción de un claustro nuevo, pero los problemas económicos del Cabildo paralizan los trámites durante un par de años. En ese tiempo la única decisión es apuntalar la estructura románica mientras buscan fuentes de financiación. «Hay que tener claro que el Cabildo no tiene ninguna consideración por el arte románico ni apuesta por un arte más acorde con la época. Siempre, por el contrario, imperan los problemas económicos y el bien en uso», añade Mariano Casas.

Finalmente, las obras de nueva planta, de un nuevo claustro, comienzan en 1785. Durante el periodo de obras se toman medidas como el emparedamiento de las sepulturas que estaban en el claustro románico, «como un modo de perpetuar la memoria y la antigüedad de la iglesia», y se dejan señales en los documentos catedralicios de los diferentes derribos de los lienzos de esa estructura. «Se habla de demoler, no de desmontar», matiza de nuevo Casas. Puntualización importante porque, a partir de este momento, comienza el rastreo de los restos del claustro románico.

Restos que no aparecen mencionados en los documentos de la época, ni en los posteriores. Pese a que Gerardo Boto insiste en que esas piedras permanecieron almacenadas en el vergel del claustro, los documentos catedralicios no se refieren a ellos en ningún momento, tal y como señala Mariano Casas.

Inventario

«En 1899 se realiza un inventario de objetos de obrería mayor para desocupar el claustro, ya que comenzaba a despuntar el turismo», explica el archivero que añade que ni ahí ni en noticias posteriores se encuentra testimonio de esas piedras. «Por ejemplo, en 1902 adquiere gran fama el descubrimiento realizado por el Padre Cámara de esas sepulturas emparedadas a finales del XVIII, pero nada se dice de esas piedras del vergel que serían tan valiosas como lo descubierto».

Años después, el 16 de agosto de 1923 el Cabildo autoriza la venta de «restos extraídos del claustro» -la medida que desveló Gerardo Boto y sobre la que sostiene buena parte de su tesis, pero, afirma Casas, esa operación nunca llegó a producirse «porque pagaban poco por la piedra, y se decidió utilizarla para reparaciones en la Catedral».

Asimismo, si regresamos unos años atrás, a mediados del XIX, nos encontramos con la Expedición Artística Salamanca de la Escuela Especial de Arquitectos de Madrid, alumnos que pasaron un mes estudiando la Catedral de Salamanca. «Resulta curioso quesi se conservaban los capiteles románicos, no los hubieran al menos mencionado». Lo mismo sucede con el catálogo monumental de Manuel Gómez Moreno y con los testimonios de la prensa de finales del siglo XIX y principios del XX. En ningún momento, en ningún lugar, se hace mención de un claustro románico desmontado ocupando sitio en el vergel del claustro neoclásico.

El informe de Mariano Casas concluye mencionando una cata descubierta en 2008 en la sala de los archivos que contiene las obras musicales. Allí aparecieron unos restos escultóricos, «probablemente procedentes del claustro antiguo». Es decir, es «muy probable» que restos de la estructura románica derribada en el siglo XVIII acabaran convirtiéndose en material de relleno para la construcción del claustro neoclásico. «Ignoramos el alcance, pero existe esa prueba», concluye Mariano Casas, que se remite a las demás partes del informe presentado esta semana, entre la que destaca la que corresponde al Instituto del Patrimonio Cultural de España, cuyos expertos tomaron muestras tanto en la Catedral, como en las arcadas de Santa María de la Vega y en Palamós.

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