Cecilia Hernández
Lunes, 20 de octubre 2014, 12:11
Realidades que aquí no alcanzamos a entender. Realidades complicadas en las que un puñado de occidentales trabajan con ahínco por el bien de los que menos oportunidades tienen. La matrona Eva Domínguez es parte de ese grupo, a través de su labor en Médicos Sin Fronteras. Esta semana visitó Salamanca para reunirse con las responsables del Máster Universitario en Estudios Interdisciplinares de Género a las que habló de su trabajo en países como Sudán del Sur, República Centroafricana, Congo o Etiopía.
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«La violencia sobre la mujer es uno de los campos que también llevamos las matronas, no como un tratamiento médico, sino como un soporte o red». Explica Eva que en aquellos países la figura de una mujer cercana a las mujeres agredidas sirve de «conexión» con determinadas asociaciones locales o con la red social de la comunidad, de modo que la víctima pueda encontrar ayuda «para hacer frente a la situación que viven».
Para enmarcar esa realidad a la que se enfrenta Eva Domínguez hay que empezar, de todos modos, por las cifras. Países en los que la mujer ya sufre por el simple hecho de serlo. «En Occidente, por cada 100.000 partos de nacidos vivos, se contabilizan seis muertes maternas; allí son mil muertes de madres por cada 100.000 nacidos». Números que, además, sirven de aproximación tan sólo, pues, de nuevo, la realidad es mucho más grave y mucho más desconocida. «Hablamos de cifras estimadas, de cálculos proporcionales en base a diferentes variables, pero son sólo la punta del iceberg debajo de la que están todas las muertes que desconocemos», afirma la matrona.
Tres son las causas principales de esas muertes, los «tres retrasos» que llaman en Médicos Sin Fronteras. En primer lugar, el retraso en «tomar la decisión» ante cualquier signo de problema en el embarazo, después el retraso en acceder al centro de salud y, por último, el retraso en contar con atención sanitaria de personal cualificado. «Por ejemplo, en el Congo, hablamos de comunidades en zonas muy aisladas, en las que se pueden tardar cinco o seis horas andando hasta llegar al centro de salud y 14 horas hasta el hospital». Espacios de tiempo que se prolongan hasta más allá de lo imaginable si nos ponemos en la piel de una mujer embarazada.
Asimismo, muchas veces la propia mujer «no tiene la capacidad de pedir ayuda» y tiene que esperar a que sea su marido quien tome la decisión. De igual modo, Eva Domínguez señala que es «complicado» que mujeres que han parido cinco o seis veces comprendan que «algo puede ir mal en su nuevo embarazo». Por ello, es esencial la labor de organizaciones como Médicos sin Fronteras con los líderes comunitarios o las parteras locales. «Hay que hacerles comprender que es sencillo que una mujer fallezca en el parto y que, si lo hace, quedarán otros hijos sin atender».
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La matrona especifica, sin embargo, que las causas de esos partos complicados y posteriores muertes son las «mismas en todas partes». «Son causas evitables, siempre que se cuente con una atención temprana». Cosa difícil en lugares que, como Sudán del Sur, viven una situación de guerra que impide, aún más, el acceso a la atención sanitaria.
«El impacto es muy importante, porque con poco que se haga, lo que se consigue es muy grande», añade Eva Domínguez a modo de resumen de una labor de la que ahora se encuentra descansando unos meses en España. Un tiempo que ha coincidido, por otro lado, con la crisis del ébola, situación en la que Médicos sin Fronteras tiene mucho que decir.
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«Los sistemas de salud de los países afectados están colapsados». Quien habla así es Raquel González, otra trabajadora de la organización solidaria que incide, además, en un punto que no se está teniendo en cuenta en Occidente: «se están dejando de atender otras enfermedades porque todo se lo lleva el ébola». Así la malaria o simples gastroenteritis están matando a tantas personas como el propio virus maldito.
Ante esto, sólo queda a ojos de Médicos sin Fronteras, declarar una «emergencia médica internacional» y enviar más recursos, tanto humanos como materiales. «Hay que pasar de las palabras a los hechos», concluye González.
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