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Cuando José María Pérez accedía por la puerta 4 del José Zorrilla rememoraba aquellos jugadores contemplados por sus ojos que aún perduran en su corazón. Era otra época, cuando, por aquel entonces, el Real Valladolid Deportivo jugaba sus encuentros en el viejo José Zorrilla, emplazado en el Paseo de Zorrilla. Era un fútbol diferente. En aquellos fríos asientos de cemento, José María celebró cada intervención de Saso bajo palos y vio la solidez en la retaguardia de los hermanos Lesmes. «Eran muy buenos», dice. Ocurrió hace 75 años, pero José María, a sus 90, lo recuerda con nitidez, es algo que perdura en su corazón, son recuerdos que le han acompañado durante toda su vida. Lo que no sabe José María es que al igual que aquellos jugadores que deslumbraron con la camiseta blanquivioleta, él también es historia del Real Valladolid.
Sus ojos se enfocaron a la vitrina en la que se ubicaban la Copa de la Liga de 1984 y la copa de campeón de la Segunda División de 2007, aquella que lleva la firma de Mendilibar con la que el Real Valladolid 'de los récords' logró el ascenso a la máxima categoría del fútbol español con 88 puntos. «Este campo de fútbol ha ganado mucho, lo hicieron nuevo, antes se jugaba en el estadio del Paseo Zorrilla, para mantenerlo cuesta mucho dinero. Hemos tenido muchos golpes en los que nos ha ido mal», apuntaba José María, acompañado de su hijo Javier Pérez y de sus dos nietos, María y Javier Pérez.
«¡Anda que no he corrido yo por el campo!», recordaba el nonagenario en relación con los partidillos que disputaba con sus amigos. «Me hice socio del Valladolid cuando tenía unos 20 o 22 años, he vivido ascensos y descensos, también he visto jugar al Real Madrid aquí», rememoraba con emoción y nostalgia. Desde hace tres meses, José María se aloja en la residencia Villa del Tratado de Tordesillas y desde la pantalla no se pierde un partido del equipo que aguarda un hueco en su corazón. «Siempre que juega el Real Valladolid, al día siguiente nos comenta si ha ganado, empatado o perdido. Del fútbol siempre se acuerda y está pendiente», señala su nieto Javier Pérez. Cuando Javier y Marta tenían 6 años, su abuelo les inculcó el amor por el Real Valladolid, acudían juntos al estadio enfundados con la blanquivioleta. Ahora, a sus 22 y 20 años acompañan a su abuelo, insignia del club, por los adentros del José Zorrilla.
Anuar, Escudero y la promesa de ascender a Primera
Antes de ver la inmensidad del césped del José Zorrilla, José María apretó la mano con Paulo Pezzolano. «Un gusto. Tened confianza, se va a sufrir un poquito, pero se va a ascender», le confesó el técnico uruguayo. En ese instante, el nonagenario se acordó de Vicente Cantatore, como si aquel apretón de manos le llevara a volver a vivir los momentos más dulces de la historia del club, cuando se logró las dos clasificaciones europeas y la final de la Copa del Rey. «Fue un magnífico entrenador. Ahora, en Segunda se aprende a sufrir», manifestó.
La familia se dirigió entonces a la Grada Oeste del estadio y desde allí, José María contempló el feudo vallisoletano, tan radiante con su césped cuidado con mimo y las vacías butacas blancas y violetas. La tranquilidad que reinaba en aquel instante choca con la agitación que se vive cada fin de semana. Hasta allí se acercaron los capitanes, Anuar y Escudero, quienes trasladaron su emoción por conocer a la familia Pérez. «Hemos venido a acompañarte, Vaya pinta tiene el estadio, lo han dejado muy bonito, pero más bonito es cuando ganamos», esgrimió Anuar bajo la atenta mirada de José María. «Quitaron el foso», respondió Escudero. El vallisoletano trasladó la promesa de lograr el ascenso. «Si no se confía no venimos a entrenar, en los tramos finales apretamos». Fue entonces cuando Anuar, quien lleva toda una vida en Valladolid, preguntó a José María cómo vivía el fútbol. «Era todo diferente, más pequeño y se veía de pie o en las escaleras apelotonados», respondió el nonagenario.
«En los años 90 era diferente, el cambio es enorme»
Era el momento de despedirse de los jugadores y contemplar desde cerca la inmensidad del José Zorrilla. En el córner donde confluyen la Grada Oeste y el Fondo Norte y donde tantos jugadores a lo largo de 42 años han botado múltiples saques de esquina, José María reflexionó sobre la transformación en las construcciones de los estadios. «En los años 90 era diferente. Da gusto verlo. Ves lo que era el Real Valladolid antes y lo ves ahora y te preguntas cómo es posible esto, no te lo crees, el cambio es enorme en todo. El estadio es maravilloso, tiene un césped espectacular», apunta sorprendido.
«Mira abuelo, cuando nosotros venimos al campo lo vemos desde ahí arriba», señalan con el dedo sus nietos María y Javier con entusiasmo y recordando las alegrías y tristezas que han vivido en aquellos asientos ubicados en la Grada Oeste. «¿Con prismáticos?», responde José María, despertando una gran carcajada en su familia. «No hombre, se ve bien. Tenemos calefacción para no pasar frío», sostiene su nieto Javier.
Antes de enfilar el camino a la residencia, la familia Pérez se acercó hasta Los Anexos para seguir el entrenamiento del Real Valladolid Promesas, donde José María contempló la precisión de los pases y los disparos a portería. «La próxima vez usted se calza las botas de fútbol y jugamos un partidillo», se le propuso a José María mientras subía a la furgoneta. Hace dos meses perdió a su mujer. Su pérdida, irreparable, le ha arrebatado el brillo que atesoraba. La visita al José Zorrilla, donde fue feliz y ha vivido momentos dulces y amargos, le ha devuelto a su juventud, a ese pasado que recuerda a trompicones, acompañado de los suyos. José María es y será historia del club y representa a los miles de aficionados que han alentado al Real Valladolid y han sufrido los sinsabores de la derrota. Un pequeño homenaje por su 'servicio' al club.
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