José Miguel Ortega
Jueves, 22 de febrero 2024, 19:34
Los clubes de fútbol guardan en sus archivos cosas y datos relacionados con su actividad deportiva, de los fichajes, de los ceses de entrenador y del cambio de presidente. No es habitual encontrarse con noticias como ésta: «El día 2 de agosto de 1951, la ... junta directiva del Real Valladolid Deportivo, a propuesta de su presidente don Ramón Pradera, acuerda nombrar patrona del club a Nuestra Señora de San Lorenzo, que también lo es de la ciudad de Valladolid».
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El dato enlaza directamente con el recuerdo de ver a directivos, jugadores, empleados y medios informativos fotografiados en la fachada de la iglesia después de la ofrenda floral que se estuvo realizando durante un par de décadas, en los cincuenta y sesenta, hasta que el templo, que se caía de viejo, se cerró al culto para acometer una profunda remodelación que le hizo perder su fachada original para integrarse en el panorama de viviendas de la calle Pedro Niño, enfrente de lo que fue durante muchos años el sanatorio del doctor Jolín.
Un año antes de que la directiva nombrase a la Virgen de San Lorenzo patrona del club, en 1950, Antonio Barrios dejó el equipo a pesar de haberle llevado a la final de la Copa del Generalísimo, y el Real Valladolid trajo a un entrenador de postín, Juan Antonio Ipiña, que fue recibido con mucha expectación en la ciudad, más por su fama como jugador del Real Madrid y de la selección que como técnico, pues su carrera en los banquillos comenzaba aquí, un año después de haber colgado las botas.
Seguramente por la popularidad de Ipiña y por la euforia que se vivía entonces entre la parroquia futbolística local, el propietario del bar La Criolla, Marcos Royuela, invitó a toda la plantilla y a su entrenador a un agasajo que los periódicos no especificaban pero que tuvo que ser apetitoso a juzgar por el menú de ese restaurante en aquellos tiempos: Paella valenciana, langosta dos salsas, lechazo asado y flan casero, 30 pesetas.
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Como aquel acto fue muy bien recibido por los jugadores, la directiva instituyó un par de años después la costumbre de realizar una ofrenda floral a su patrona en el templo de San Lorenzo, coincidiendo con el comienzo de los entrenamientos de la temporada, en el mes de agosto. Y después, comida de hermandad a la que también asistían las autoridades locales y provinciales, representantes de la Federación Oeste y del Colegio de Árbitros y, un par de años después, también los redactores deportivos de los periódicos y las emisoras de radio de la ciudad.
Era tradicional que a la salida de la misa se fotografiaran los asistentes en la fachada de la iglesia, con los jugadores y el entrenador, mezclados con toda aquella gente a la que el club invitaba a alguno de los restaurantes de moda en la ciudad, o incluso en la provincia, concretamente en Simancas, para no estar expuestos a las miradas impertinentes de los aficionados.
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Cuando yo empezaba en este oficio de contar noticias en el periódico y en la radio también asistí a alguna de estas comidas después de la ofrenda floral a la Virgen de San Lorenzo, que también tuvieron lugar en hoteles, como el Hostal Florido, con el extraordinario aval gastronómico de Numeriano Riñón, que había sido cocinero antes que empresario hotelero.
Algunas de aquellas comidas eran multitudinarias porque también estaban invitados los jugadores del Europa Delicias, filial del Real Valladolid, en el que militaban futbolistas jóvenes de la plantilla blanquivioleta que necesitaban un rodaje antes de debutar en Primera División.
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Me viene a la memoria uno de aquellos jugadores del Europa, que estuvo un par de años pero que no acabó de dar el salto al Pucela. Hablo de Isaac Muga, que vino desde Logroño acompañado de Aliaga, delanteros ambos con buena condición técnica pero con la vida resuelta al margen del fútbol, especialmente Muga, que pertenecía a la familia propietaria de las famosas bodegas de Rioja, en Haro. Su compañero Aliaga trabajaba en un banco, creo recordar, pero Muga, a quien en su casa llamaban Isacín, asumía que su futuro estaba ligado a la prestigiosa bodega de la que actualmente es el propietario junto a sus hermanos.
Aquellas reuniones gastronómicas servían para estrechar lazos entre los componentes de la plantilla, sobre todo con los recién llegados al equipo, y crear un ambiente propicio de cara a los entrenamientos y partidos amistosos de la pretemporada en el mes de agosto, pues los partidos oficiales de la Liga comenzaban siempre en septiembre, ya que el calendario de competiciones de entonces era más relajado que el actual, con 16 equipos en primera división que primero jugaban la liga y una vez terminada, afrontaban la Copa sin interferencias durante la semana, salvo para los equipos grandes que disputaban la Copa de Europa.
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No sé si la intermediación de la Virgen de San Lorenzo influía en el desarrollo del campeonato para el Real Valladolid, o si protegía de percances a los jugadores, o si resolvía las habituales deudas de la tesorería blanquivioleta, pero recuerdo aquel acto de la ofrenda floral a la patrona con una cierta nostalgia, lo mismo que el buen ambiente de las comidas aunque después las críticas de los periodistas enfadaran al entrenador, a los jugadores o a los directivos, sin que en ningún caso llegara la sangre al río.
La costumbre de la ofrenda floral duró hasta que en los años setenta se cerró el templo porque se caía se viejo y había que afrontar la reforma que le ha dejado con su aspecto actual. Es probable que ahora, con presidentes que desconocen todas estas costumbres pasadas y carecen de raíces en la ciudad, se confíe más en el talento goleador de los delanteros extranjeros que en la bondadosa intermediación de la patrona de la ciudad que, como digo, también lo es del Real Valladolid.
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