Victoria de fe para el Real Valladolid

Álvaro Rubio dejará de ser entrenador interino y lo hará a lo grande. Durante la semana había preparado «cuatro detalles» para este importante partido. Surtieron efecto. Raúl Moro fue la gran novedad que presentó respecto al partido ante Las Palmas, con Juma en el centro de la zaga formando pareja con Javi Sánchez. También entró Anuar, con Marcos André como referencia ofensiva ante la lesión de Sylla. Era mucho lo que había en juego y no solo por ser el último partido del año en el José Zorrilla, de ahí la tensión que se palpaba. Y ni los cinco minutos de retraso por problemas en los sistemas de comunicación del colegiado Ortiz Arias iban a ser un inconveniente.

Salió bien el conjunto pucelano al partido. En esos primeros minutos, el Real Valladolid estaba cómodo en el bloque medio. Aunque no tenía tanto el balón, los acercamientos más peligrosos eran del conjunto blanquivioleta.

El ritmo era lento y pausado. Tampoco había que esperar otra cosa, dada la situación de los dos equipos, en esa parte baja. No era cuestión de volverse loco ni de arriesgar más de lo necesario. El Valencia tenía más balón, se le notaba con un poco más de soltura en sus movimientos, pero el Pucela no sufría. Necesitaba creer que enfrente tenía un rival en apuros por mucho Valencia que se llame. Era una cuestión de fe.

Y una cuestión de fe fue el gol del Pucela. Fe la que tuvieron Marcos André y Anuar, que puso el corazón y algo más para llevarse en el balón ante las dudas de Mosquera. El blanquivioleta se llevó el balón con todo el campo por delante. César Tárrega llegó a cerrar, pero el rechace favoreció al blanquivioleta, entró en el área, le favorecieron los rebotes y terminó batiendo a Dimitrievski. Si uno está a punto de desfallecer o nota que flaquea, no tiene más que mirar a Anuar. Insufla ánimos. Con él se puede ir a cualquier sitio.

El gol noqueó al Valencia. No se encontraba en el campo el conjunto de Baraja, que tenía más posesión de balón, pero no conseguía llegar a los metros finales, ni inquietaban a Hein. La ansiedad y la presión no son buenas consejeras y de eso sí que sabe algo el Real Valladolid. El Valencia perdía balones en acciones que no parecían tener mayores complicaciones y el Pucela, más serio, aguantaba bien atrás, con Juma despejando todo lo que llegaba a su posición, sin conceder jugadas de peligro, con carácter, ganando duelos a los rivales, algo que no se le había visto mucho al equipo esta temporada. Aunque presionó más el conjunto de Baraja en los instantes finales de esa primera parte, solo hubo un tiro entre los tres palos, el de Anuar, un gol que daba ventaja al conjunto de Álvaro Rubio y dejaba todo abierto para la segunda mitad.

Rubén Baraja movió el banquillo. Dio entrada a Yarek y a Jesús Vázquez, buscando un giro en el guion y una vida extra para el técnico vallisoletano del Valencia. El conjunto che volvía a tener más el dominio y el control de la pelota, que dio un paso al frente buscando el empate y poniendo a prueba la seguridad de Hein en los balones aéreos, aunque el Pucela mostraba los dientes intentando salir al contragolpe. El Pucela empezaba a dar muestras de romperse en ese bloque medio. De ahí que Álvaro Rubio diera entrada a Mario Martín por un renqueante Iván Sánchez.

Baraja introdujo más leña con la presencia de Rafa Mir puesto que el Pucela empezaba a flaquear. Llegaba con más claridad el Valencia y la afición ya empezaba a notar los síntomas de la intranquilidad ante los ataques del conjunto valenciano. Y por si fuera poco, el Pucela perdió a Moro por lesión. Hizo un túnel a un rival, pero envió el balón fuera y se llevó las manos a la cara. No hay manera de evitar sobresaltos ni de tener un encuentro tranquilo.

El de Moro no fue el único contratiempo al que tuvo que hacer frente el Pucela. Ortiz Arias expulsó a Latasa tras ver en el VAR una acción con Tárrega, similar a la que anteriormente había sufrido Mario Martín. Tenía que liarla el colegiado a instancias del VAR y calentar el ambiente. La tensión en cada disputa era máxima. Se notaba lo que hay en juego y se intuía un final dramático.

El Valencia lanzaba la mayoría de sus ataques por ambos costados, buscando el remate de sus delanteros. Lo probaba y lo probaba, mientras el Pucela aguantaba el asedio y resistía, resistía y resistía, y con uno menos. Olía a heroicidad. Y lo fue. Un triunfo heroico porque los jugadores lo dieron todo. Y eso es lo que quiere la afición. Tres puntos que adquieren mucho valor, con gritos al término del partido de «sí se puede, sí se puede», por parte de los aficionados. La victoria deja ahora al Valencia en la última posición, con dos partidos menos