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Enero, día 27. Jornada 21. El Real Valladolid acaba de remontar el partido ante el Celta de Vigo. Suma 25 puntos, es decimotercero y aleja a los vigueses a cuatro puntos. 4 de abril. Jornada 30. El Real Valladolid pierde en Leganés en los segundos ... finales. Suma 30 puntos y es decimosexto a solo un punto del descenso. Ronaldo Nazàrio asistió a ambos encuentros, pero mientras después del choque contra el equipo gallego bajó al vestuario para felicitar a los jugadores, el pasado jueves ni hizo acto de presencia por las profundidades de Butarque. Por no hacer, ni siquiera puso un mensaje de ánimo en sus redes sociales como Twitter o Instagram, algo que sí hizo, por ejemplo, cuando se produjo la derrota ante el Levante tras un polémico gol anulado. Desde aquel día de enero, el máximo accionista y persona de referencia del club no ha bajado al vestuario, y eso disgusta a los profesionales, que emiten un mensaje que se resume en 'necesitamos al presidente cuando perdemos o cuando las cosas no salen; una felicitación por la victoria en Eibar [última publicación de Ronaldo en Instagran sobre el equipo] está bien, pero solo eso'.
El malestar en el seno de la plantilla es evidente, pero siempre desde el anonimato, por lo que este reportaje se basa en informaciones recabadas entre jugadores y cuerpo técnico, aunque la disciplina interna y el temor a sufrir represalias les aconseje no dar la cara.
Los primeros meses de Ronaldo en Valladolid fueron una sucesión de mensajes en los que el cuerpo técnico y la plantilla merecían mucha atención. Al igual que la cantera y los aficionados. El propietario del Real Valladolid insiste desde el primer día en el mensaje social del fútbol, y lo demuestra con hechos (ayer estaba viendo la victoria del filial ante el Celta B). Pero su conexión con los jugadores parece haberse cortocircuitado. O al menos así se interpreta desde el vestuario. Porque no existe otra explicación para que solo haga acto de presencia en los momentos dulces y no en los amargos. Y eso irrita. Y molesta y provoca descontento, que no afecta al rendimiento en el terreno de juego, aseguran, pero que genera de manera sutil un cierto descreimiento hacia la figura totémica del máximo accionista. Y en un equipo de fútbol que se está jugando la permanencia y en el que no llegan los resultados, todo pesa.
La relación ya no es lo fluida que era en los albores de la temporada, hasta el punto de que si el presidente bajara hoy al vestuario en caso de un mal resultado varios miembros de la plantilla no se sentirían especialmente reconfortados. Es el presidente, es el propietario, pero prácticamente nadie apuesta por que hoy se dé una vuelta para felicitar o animar a sus jugadores. Ha pasado mucho tiempo y han pasado demasiadas cosas desde la última vez.
Desgraciadamente, esta falta de empatía de Ronaldo –que no es solo con la plantilla, sino que es habitual en el astro brasileño al que adornan otras virtudes, pero no esta–, se conjuga con otra serie de situaciones que han terminado por convertir la nutritiva sopa de principios de temporada en un cada vez más espeso puré. Ni siquiera el paso por el vestuario del presidente el miércoles pasado ha hecho variar el gesto de contenida contrariedad de algunos de los integrantes.
Para entenderlo es imprescindible tener presente cómo es el grupo humano que conforma el vestuario blanquivioleta, y que se define con una palabra: unidad. Los malos momentos de la pasada temporada, la famosa rueda de prensa de Borja, Moyano, Deivid y Míchel tras la derrota en Albacete en diciembre, las críticas después de perder ante el Sporting en el debut de Sergio... Toda aquella montaña rusa de sensaciones acabó provocando la famosa foto del equipo apiñado en La Romareda después de perder ante el Zaragoza.
La fortaleza del grupo se mantiene esta temporada. Quizá más cimentada que la pasada campaña. Por eso hay situaciones que, lejos de afectar a un jugador o a otro, inciden directamente en el grupo. Y el grupo, como pasa siempre, culpa a la planta de arriba.
Son casos como el parón de la renovación de Míchel, que ha pasado del 'está todo hecho' a 'se ha complicado mucho'; la tardanza en anunciar la renovación de Moyano –hombre con un peso específico muy alto dentro del vestuario–, que llegó a enfadarse porque a pesar de estar firmada su continuidad no se hacía pública; o que Borja no sepa qué va a ser de su futuro en el club, aunque en este caso se matiza que el gallego lleva muy bien situaciones de ese tipo por su experiencia y su personalidad.
La lista de agravios se completa con el asunto de los fichajes de invierno. La petición de que se contratara a un delantero contrastado era casi un clamor en diciembre de puertas hacia dentro, y por eso sorprendió la apuesta por Stiven Plaza. Nadie pidió explicaciones al presidente, como es lógico, pero se temió que, ante la falta de liquidez, el ecuatoriano fuera el único refuerzo invernal. Cuando el club comunicó internamente que se estaba negociando la contratación de Guardiola y que Plaza era una apuesta para la temporada venidera, el mar de fondo se calmó. En ese momento.
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