En 1932 los blanquivioletas empataban con el Betis en el campo de la Plaza de Toros. Los sevillanos jugaban en Primera, los pucelanos en Tercera, y en las filas de los locales jugaban dos médicos, un abogado y un periodista
El fútbol de antes de la guerra era profesional para los jugadores de los grandes equipos y poco más que un pasatiempo para el resto. En medio de estos dos extremos, había unos cuantos futbolistas que conciliaban el deporte con sus estudios universitarios, porque siempre ... tuvieron muy claro que de meter goles no era posible vivir toda la vida.
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El mejor ejemplo lo tenemos en el Valladolid que se enfrentó al Betis el 24 de septiembre de 1932, en plenas ferias de la capital del Pisuerga. El Betis había encadenado sus dos primeras grandes gestas, llegar a la final de Copa contra el At. Bilbao en 1931 y ascender a primera división en la campaña 1931-32.
El Valladolid, en cambio, militaba en tercera división, de modo que aquel partido perteneciente al Campeonato Mancomunado en el que competían equipos de diferentes categorías y regionales, no tenía visos de ser muy equilibrado. Entonces, como hoy, solían ganar los más fuertes, pero a veces los débiles se crecían y plantaban cara, que es lo que ocurrió en este choque disputado en el campo de la Sociedad Taurina.
Se adelantó el Betis con un gol de su figura, Lecue, a los tres minutos y los aficionados se temieron lo peor. El equipo sevillano tenía en sus filas a varios jugadores vizcaínos de primer nivel, como el portero Urquiaga, que estuvo varias veces preseleccionado, el medio Soladrero, que fue internacional, y Simón Lecue, al que consideraban entonces el mejor interior del mundo. Fue campeón de Liga con el Betis y el Valencia y de Copa con el Real Madrid, además de jugar el Mundial de 1934 con España.
Pero el Valladolid, que como el Betis había perdido su título de Real tras la proclamación de la República, tuvo arrestos para reaccionar y conseguir un meritorio empate, gracias al tanto marcado por Pablo López a los 70 minutos.
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Pero al margen de este éxito deportivo, aquel equipo blanquivioleta tenía algo de lo que carecía el Betis y la mayoría de los equipos españoles: el sorprendente nivel académico de su plantilla. En la alineación de aquel día había dos futuros médicos, un abogado y un periodista.
Ramón Gabilondo, nacido en Eibar en 1913, llegó al club vallisoletano en la temporada 1930-31 desestimando otras posibilidades deportivas más interesantes, porque aquí podía estudiar Medicina. Estuvo tres temporadas y después fichó por el Atlético de Madrid, donde concluyó la carrera y la simultaneó con el futbol hasta su retirada, en 1946, tras haber sido internacional con la selección española. Aunque siempre ejerció su profesión, se mantuvo ligado a la Federación y llegó a ser seleccionador nacional junto a J.L, Lasplazas y J.L. Costa, en 1959.
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El otro médico de aquel equipo era Pablo López, abulense de Bercial de Zapardiel, que tras cursar el bachillerato en el Colegio de San José, ingresó en la Facultad de Medicina para concluir la carrera en la capital de España, pues en 1934 fichó por el Madrid, con un contrato profesional de 20.000 pesetas. Retirado del fútbol, tras la guerra, se estableció como médico en Vitoria, donde falleció.
También siguió el mismo camino Fernando Sañudo (Torrelavega 1912), que había llegado a Valladolid para estudiar Derecho y que después fichó por el Madrid exigiendo una curiosa cláusula. Más que el dinero de su contrato, lo que le interesaba era su profesión de abogado, y puso la condición de que le buscaran trabajo en el prestigioso bufete de Garrigues, para comprometerse con el club blanco, donde fue máximo goleador las dos temporadas que jugó. Tras la guerra fichó nuevamente por el Valladolid en plan amateur, ayudándole en la disputa de la promoción de ascenso a primera, en 1943.
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El cuarto universitario de la formación blanquivioleta fue Lucio del Álamo (Amurrio 1913), que llegó al Valladolid procedente del Athlétic de Bilbao. Era un extremo zurdo muy veloz, pero tenía muy claro que su futuro no estaba en los estadios sino en la redacción de un periódico. Tras jugar aquí una temporada, regresó a Bilbao para enrolarse en la plantilla de La Gaceta del Norte, trasladándose a Madrid después de la guerra civil donde trabajó en varios medios, entre ellos el Marca, antes de ser elegido presidente de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España.
Aunque no jugó aquel partido, sí había en la plantilla otro futuro médico, Evaristo San Miguel, que ejerció como oftalmólogo muchos años en la localidad asturiana de Infiesto.
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El Betis no tenía universitarios en sus filas, pero sí a un intelectual de primer nivel en la directiva, ya que el torero Ignacio Sánchez Mejías, que fue presidente del club verdiblanco, mantuvo una relación muy estrecha con toda la Generación del 27, y muy especialmente con Federico García Lorca, que le dedicó una de las más hermosas elegías con motivo de su trágica muerte en el ruedo, en 1934: «A las cinco de la tarde. / Eran las cinco en punto de la tarde. / Un niño trajo la blanca sábana / a las cinco de la tarde. / Una espuerta de cal ya prevenida / a las cinco de la tarde. / Lo demás era muerte y solo muerte / a las cinco de la tarde·.
Mecenas de muchos escritores, él también pronunció numerosas conferencias y escribió una novela, 'La amargura del triunfo', de la que leyó un avance –los tres primeros capítulos- en una sesión extraordinaria celebrada en el Ateneo de Valladolid, el día 22 de septiembre de 1925, después de haber triunfado en una de las corridas de feria, junto a Márquez y Lalanda.
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