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Querido Luis César, voy a confesarte una cosa. Cuando empezó a sonar tu nombre como entrenador del Valladolid me quedé un poco perplejo. He visto jugar a muchos de tus equipos, incluído el Lugo de la pasada temporada, y no me parecía que jugaran de ... una manera especial. No te veía como técnico del Pucela, no pensaba que pudieras aportar algo lo suficientemente diferente como para que la afición volviera a ilusionarse. Vaya error ¿eh? Como tantas veces los prejuicios me condujeron al camino equivocado. Porque, Luis, a César lo que es de César: devolviste la ilusión a la afición. Los primeros partidos eran un espectáculo. Hasta lograste que en la ciudad empezara a sonar el runrún de lo divertido que era subir a Zorrilla. Hubo algunos, yo no, que indicaron enseguida que con esa fragilidad defensiva que ya mostrábamos en septiembre no íbamos más a que de cabeza a los problemas. Aguafiestas, pensé. Este tipo hace jugar al equipo, por fin sabemos de que palo vamos.
Pero era septiembre. Y pasó octubre. Y noviembre. Y los aguafiestas del final del verano se convirtieron en los acertantes del otoño. Y cuando has sembrado ilusión, y la semilla ha germinado a la perfección, duele mucho ver como la cosecha se va a perder por la incapacidad de llevar el agua hasta los cultivos. Y además de doler genera frustración y, lo que es peor, desafección. Y eso el Valladolid no se lo puede permitir. No ahora.
No sé, Luis, si eres de los que cree que hay morir con las ideas propias antes que con las de otros. Ni siquiera sé si prefieres jugar con cuatro defensas o con tres centrales. No es esa la cuestión, a mi entender. Creo que ha llegado el momento de que reflexiones, quizás ya lo has hecho con profundidad, sobre que es lo que se está haciendo mal. Porque algo se está haciendo mal. Es indudable. Cuando un grupo de profesionales, sea de lo que sea pasan de tener confianza a ser temerosos, es que hay algo que no está funcionando como debe. Y el Valladolid es un grupo miedoso a día de hoy. Sabe que va encajar un gol siempre, y eso les genera una inseguridad que se traduce en tembleque mental.
Ya es suficiente, Luis. Es evidente que hay que hacer algo diferente y cambiar esto. En septiembre muchos nos quedamos sorprendidos con tu apuesta. Intenta arrancarlo, por Dios, Luis, intenta arrancarlo.
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