Sergio González es, ante los medios, igual que cuando era futbolista en activo. Tranquilo, sereno, midiendo tiempos, distribuyendo el juego. Total, que cuando llega la hora de repartir méritos por romper una racha de más de tres años sin ganar tres encuentros seguidos, la culpa ... la pone en la banda de los jugadores. «Es una suerte haber caído en este equipo, estoy orgullo de ello. Son competitivos, entienden enseguida lo que han de hacer, asumen los papeles con total compromiso...».
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Se le veía feliz al catalán, aunque no ocultó que el grupo no supo entender en la primera mitad lo que había que hacer y «menos mal que nos fuimos al descanso con empate, porque si nos vamos perdiendo hubiera sido muy distinto».
Y elogió a Mata. Claro. Faltaría. «Es un lujo para nosotros tener un jugador como él. Hay que disfrutarlo, hay que apoyarlo, hay que valorar todo lo que nos está dando».
Fabri era la otra cara de la moneda. Resignado, sabedor de que apura cada día un cáliz que es muy amargo en noches como las de ayer. Reconoció la superioridad del Valladolid –«es justo vencedor»–, y puso el acento en el penalti como el punto de inflexión del partido. Justo lo que no hizo Sergio, para el que la clave hay que buscarla en el cambio de mentalidad de sus hombres. Siempre sus jugadores, siempre el equipo. La autoestima de los blanquivioletas nace cada día del banquillo. Y se nota.
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