No hace tanto, apenas un mes, de aquel partido que se disputó entre el Real Valladolid y el Fútbol Club Barcelona y que será recordado por el estado del césped. Entonces, Javier Tebas apareció en redes sociales –esa nueva forma de dirigirse a ... parte de la población a través de eslóganes llamativos, demagogos, de consumo rápido y sencillo, sin pararse a razonar lo que en aquellos se dice– para condenar y amenazar a los responsables de aquel despropósito, pues la mejor liga del mundo no podía permitirse un terreno de juego como el presentado aquella noche. «Duro oficio el del inquisidor; tiene que golpear a los más débiles, y cuando mayor es su debilidad», habría dejado escrito Umberto Eco en 'El nombre de la Rosa'. El presidente de LaLiga olvidando que la cualidad del líder es censurar en privado y alabar en público, solamente pretendía poner el foco mediático en un recién ascendido en aras de eludir su propia responsabilidad y de mantener, de manera tan enfática como impostada, el buen nombre de la mejor competición de fútbol del mundo.
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Unas pocas semanas después, se echa en falta el mismo ímpetu, fogosidad y celeridad para reprobar los errores que comete, jornada tras jornada, la joya de su corona. El domingo pasado el VAR privó al Real Valladolid no de ganar el partido, pues eso entra en el terreno del fútbol ficción, sino de recibir justicia pues, al fin y al cabo, el videoarbitraje está concebido para que las decisiones de los colegiados se tornen más exactas, más imparciales y más justas. Que desde Las Rozas se concediera un gol con la mano o se dejara de avisar al árbitro de la comisión de un penalti grosero, abandona el terreno del error involuntario con el que tantas veces se ha tratado de salvar la cara del colectivo arbitral para adentrarse en el campo de la prevaricación y con ello dar carta de naturaleza a todas aquellas teorías según las cuales los arbitrajes son más o menos tendenciosos dependiendo del escudo que lucen en la camiseta los contendientes.
Mientras Javier Tebas se carteaba, divertido, a través de Twiter con Luis Rubiales –¡qué época más alucinógena nos está tocando vivir!– evitaba poner remedio al principal mal que se cierne sobre el producto que defiende: no, no es el estado del terreno de juego, sino la sombra de la sospecha sobre la limpieza de la competición.
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