El domingo, cuando la frustración, la impotencia y la pena se unieron al finalizar el partido, tenía pensado escribir sobre un arbitraje empeñado en hacer de títere de un Javier Tebas para que tomaran forma aquellas torpes declaraciones en las que mostraba su deseo por ... encontrar al Real Zaragoza y la Sociedad Deportiva Huesca entre los equipos elegidos para ascender a la máxima categoría al finalizar la presente temporada. La manera en la que el árbitro del domingo pasado iba tomando decisiones, tan trascendentes como equivocadas, me hizo por un momento creer que no era su pericia como juez –con una calidad en consonancia con la categoría en la que milita– la que regía sus actos sino que se trataba de una actuación premeditada dirigida a estrechar lazos entre el colectivo arbitral y el presidente de la LFP.
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Pero no. Dedicar demasiado tiempo a lamentar las decisiones de aquel partido por considerarlas intencionadamente parciales resultaría injusto con el equipo y con nosotros mismos. Nada de lo que estamos viviendo estos días tendría sentido si realmente se pensara que los árbitros actúan al dictado de algún dirigente, o si en verdad se creyera que la competición está amañada por un presidente que, con la aquiescencia de los clubes a los que representa, patosamente se encargó de sembrar la duda sobre la limpieza del producto que él tiene la obligación de proteger.
¿De qué serviría aquella piña realizada por los jugadores al finalizar el partido, exhaustos, orgullosos, como un equipo, como una familia, de saber que todo está sentenciado de antemano? ¿Qué sentido tendría el esfuerzo, la competitividad, el compañerismo si existiera la más mínima duda de que ningún sacrificio tendría recompensa? ¿Por qué cantar un gol a sabiendas de que no servirá de nada? ¿Qué se celebra cuando no hay nada que celebrar?
El Real Valladolid ha empezado a encontrar la comunión perfecta entre el equipo, el cuerpo técnico y los aficionados. Los resultados comienzan a acompañar, el juego se vislumbra y la confianza crece. La afición está recuperado el orgullo en un equipo hasta el punto de que se puede estar incubando el germen de lo que puede suponer una gran masa social arraigada por fin al estadio José Zorrilla. Pase lo que pase de aquí al final, entre todos estamos sentando las bases de lo que puede ser el futuro. En estos momentos, dudar de la limpieza de la competición sería dudar de nuestro propio empeño.
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