Entre la salvación y el ascenso frustrado

Significativa fue la solvencia con la que encaró el Real Valladolid el apretado tramo final de temporada que se le presentó –once partidos en apenas cinco semanas–, resolviendo su permanencia en la máxima categoría cuatro jornadas antes del final cuando el año anterior lo había hecho en la última. Después de una campaña plena de vaivenes e irregularidades, el equipo de Sergio González retomó la competición con una seguridad y aplomo a prueba de bombas. Sumó tres victorias, arañó por el camino cuatro empates y solo hincó la rodilla en cuatro partidos, tres de ellos ante Atlético de Madrid (1-0), FCBarcelona (0-1) y Valencia (2-1). El poso que destiló le permitió incluso presumir de plantilla larga, con el mejor rendimiento posible de jugadores inéditos hasta el parón, caso de Kike Pérez, Antoñito, Javi Sánchez o Matheus Fernandes.

Jugar cada tres días no solo no le penalizó sino que reforzó el valor del grupo, creciéndose hasta sacar puntos donde no hace tanto era poco menos que un imposible –empate en Sevilla o frente a un Getafe enrachado–.

A la vuelta del confinamiento, poco o nada se parecía ya el bloque blanquivioleta a aquel que se despidió lleno de dudas, las peores sensaciones y una goleada ante el Athletic (1-4), inédita en la era Sergio.

Un gol de Joaquín cuando se agotaba el tiempo ante el Alavés, un 4 de julio, derivó en fiesta nacional en el estadio Zorrilla cuando las cuentas ya apuntaban a Mestalla. Quien mejor que el central almeriense, sin duda el jugador más valioso de la temporada, para simbolizar la extraordinaria respuesta del Real Valladolid en tiempos de pandemia.

Sin tiempo para digerir lo conseguido, la plantilla iniciaba curso apenas dos meses después. Un 19 de julio cerraba Zorrilla con victoria ante el Betis (2-0), y un 13 de septiembre reabría su estadio para recibir a la Real Sociedad (1-1). Por el camino se despidieron Salisu (Southampton), Antoñito (Panathinaikos), Luismi (Elche), Ünal (Getafe), Sandro Ramírez (Huesca), Pedro Porro (Sporting de Lisboa), Matheus Fernandes (FC Barcelona), Ben Arfa y Javi Moyano, y en el receso se incorporaron Fabián Orellana (Eibar), Shon Weissman (Wolfsberger), Saidy Janko (Oporto), Luis Pérez (Tenerife), Bruno González (Levante), Roberto (West Ham), Jota (Benfica), Roque Mesa (Sevilla) y El Yamiq (Genoa).

Sin haber abandonado una montaña rusa plena de vaivenes, el Real Valladolid despedía 2020 con ocho victorias en el año natural y muchas más dudas que certezas sobre su futuro a corto plazo.

En balonmano, la resiliencia ha tenido tintes más económicos que deportivos por el grave daño que ha ocasionado la pandemia en la estructura de los clubes más humildes. Es el caso del Recoletas Atlético y un severo proceso de reconversión que le ha obligado a apretarse el cinturón por las pérdidas que ha generado el virus (patrocinios, campaña de abonados en el aire, partidos sin público,...).

En el plano deportivo, el regreso de Pisonero al frente de equipo se saldó con un décimo puesto una vez que la federación decidiera suspender la competición cuando se habían disputado diecinueve jornadas. La cantera cobra ahora especial relevancia con un juego eléctrico y de máxima intensidad que derriba rivales por agotamiento.

También el apartado económico ha lastrado la progresión del CBC Valladolid, que después de liderar la competición hasta su parón, hubo de renunciar al ascenso a la Liga ACB por falta de posibles y un escenario desolador hasta la llegada de Ronaldo y el club de fútbol. Ya con el tren en marcha, y sin posibilidad de subirse a la máxima categoría del baloncesto español, la fusión con el Real Valladolid le ha reportado una estabilidad necesaria para aspirar a lo máximo en la LEB Oro.

De ese proceso de reconstrucción ha salido bien parado el nuevo Clínica Sur-Aspasia, que ahora tiene en las lesiones a su peor enemigo en la cancha para alcanzar sus objetivos.