Secciones
Servicios
Destacamos
José Miguel Ortega
Sábado, 27 de abril 2024, 18:04
Terminada la Guerra Civil, las directrices del nuevo Régimen se hicieron muy patentes en todos los aspectos de la vida cotidiana del país, incluso en aspectos tan inocuos como el fútbol.
El presidente de la Federación Española durante el conflicto bélico, el vallisoletano Julián Troncoso, teniente coronel del arma de Caballería, fue portavoz del general Moscardó, mandamás en asuntos deportivos, cuando fijó los sueldos de los jugadores de primera división en 600 pesetas, y los de segunda 400 pesetas, justificándolo con una frase que pasó a la antología del disparate de aquellos difíciles años: «No se puede consentir que un delantero centro gane más que un coronel del Ejército».
Otra de las normas de obligado cumplimiento, al menos en los primeros años de la posguerra, era la de que antes de comenzar el partido los dos equipos debían de alinearse en el centro del campo y cantar el Cara al Sol con el brazo en alto. Esta norma no duró mucho en los partidos de Liga pero sí estuvo vigente algún tiempo más en el encuentro final de la Copa del Generalísimo, al que asistía Franco con su mujer y buena parte de sus ministros.
El Régimen se inventó en plena época de hambre y cartillas de racionamiento la quiniela, un cebo para que la gente soñara con ser millonaria y una fuente de ingresos para el Estado. En 1946 cada apuesta costaba dos pesetas y conseguir el premio máximo era casi imposible, ya que no solo había que acertar quien ganaba o empataba sino también el tanteo que se daba en cada partido.
Dos años después entró en vigor el actual sistema de 1-X-2 que trajo en jaque a millones de españoles y que todavía pervive pese a la tremenda competencia de otros juegos, loterías y sorteos.
También se suprimieron los extranjerismos en los nombres de los equipos: Sporting, Rácing, Athlétic, que pasaron a llamarse Real Gijón, Real Santander y Atlético de Bilbao, recuperando la denominación de Real que durante la II República habían perdido muchos equipos, entre ellos el Valladolid.
Todos estos cambios, estas normas de obligado cumplimiento se hicieron con luz y taquígrafos aunque había otros aspectos que no trascendían pero que sí existían, por ejemplo el control absoluto en el nombramiento de los directivos que gobernaban los clubs.
Cuando terminó la Guerra Civil, el Real Valladolid seguía teniendo a don José Cantalapiedra como presidente y mecenas, el rico hacendado de Pozaldez que sacaba de apuros económicos una y otra vez al club blanquivioleta. Sin embargo, su repentino fallecimiento el 4 de abril de 1944, generó el serio problema de encontrarle un sustituto para gobernar una entidad en banca rota económica y deportiva.
Germán Adánez, que había presidido la delegación de la Federación Castellana en la que el Real Valladolid quedó incluido, fue la persona elegida para evitar la desaparición del club de la ciudad del Pisuerga, aunque no duró mucho en su puesto porque era notario y su profesión resultaba más importante que su devoción.
Le sustituyó un militar adscrito a Falange, el coronel Ángel Soria Celayeta, que utilizó sus influencias para que el domicilio social del club se trasladara a las dependencias del Café del Norte…por el simbólico precio de 1 peseta de alquiler ¡al año! Las dependencias que ocupaban las oficinas del Pucela tenían entrada por la calle de Santiago y ocupaban el espacio que después fue una armería y actualmente una farmacia.
Mucho más marcado políticamente fue el nombramiento del siguiente mandatario del club vallisoletano, Juan Represa de León, presidente de la Diputación Provincial y personaje de enorme influencia en la ciudad durante la década de los cuarenta. Estuvo al frente del club cuatro años en los que logró el hito de ascender de tercera a primera división en dos temporadas y llegar en la siguiente a disputar la final de la Copa ante el Atlético de Bilbao.
La etapa de Represa fue insuperable en lo deportivo y desahogada en lo económico, de modo que cuando presentó su dimisión por motivos familiares no hubo demasiados problemas para convencer a uno de los hombres fuertes de la junta directiva, el industrial Manuel González Aquiso, quien un año después dimitió dando origen a una intervención de las altas esferas que mandaban en el fútbol.
Se presentaron varios candidatos a ocupar el sillón presidencial, uno de los cuales era Carlos del Río, persona directamente emparentada con Pío del Río Hortega, una eminencia en el campo de la neurología e histología que muchos sitúan al nivel de Ramón y Cajal. Propuesto para el Premio Nobel en dos ocasiones, su filiación política republicana le forzó a exiliarse en Argentina al concluir la Guerra, donde falleció.
Su parentesco con el ilustre científico frustró las aspiraciones de Carlos del Río, por lo que el nuevo presidente blanquivioleta fue Ramón Pradera Orihuela, vinculado a Falange y con dos hermanos muertos durante la Cruzada, que además fue secretario de la Junta de Cofradías de Semana Santa y director de la Feria de Muestras.
No obstante, cuando Pradera se apartó del fútbol a raíz del descenso a segunda división, Carlos del Río volvió a intentarlo y esta vez con más suerte, pues el Régimen había abierto la mano y no puso pegas a su victoria en las urnas en 1958. Con él, el Real Valladolid regresó a primera y no se produjeron hechos políticamente incorrectos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.