Con 45 minutos no es suficiente. El Real Valladolid perpetró un primer acto espantoso y cuando Sergio quiso recomponer el dibujo, el barco ya estaba a un palmo del fondo, sin capacidad para volver a la superficie. Esta vez, el rival no regaló nada. Todo ... lo contrario, aprovechó con una sonrisa los groseros gazapos del cuadro castellano, que vivió quince minutos a flote, sin alardes pero erguido, y se desmoronó como una duna en medio de un huracán antes incluso del primer tanto vasco. La cantada de Masip representa al milímetro el juego blanquivioleta en Vitoria. Blando, indeciso, angustiado y sin capacidad para mirar a los ojos a su adversario. Desastre total. No se salvó del ridículo ni el técnico, en la orilla opuesta de su habitual lucidez para diseñar el plan de acción de su equipo. La reacción en el segundo episodio resultó insuficiente.
1
Las bandas. El Alavés ensanchó el verde y descosió al Real Valladolid por ambos perfiles. Sergio situó las líneas agrupadas por el centro, como es habitual, pero se olvidó de reforzar las superioridades que propuso su oponente por las bandas. Barba, a kilómetros de distancia de las prestaciones de Nacho, y Moyano apenas pisaron el campo contrario, pero tampoco supieron cómo contener las oleadas del cuadro vitoriano. Precisamente por el costado del italiano llegó el primer gol, donde Toni reaccionó muy tarde para tapar la pared que culminó con el pase a Joselu. Moyano, más preocupado del oponente que asomaba por su derecha que del latigazo, también llegó a destiempo para intentar tapar el misil del ariete blanquiazul. Así comenzó la sangría.
2
Gafe en la portería. Masip se disfrazó de Joel y volvió a representar el teatro del absurdo en Mendizorroza. La misma película, esta vez con las manos, una temporada después. El gafe de la portería castigó de nuevo al Pucela en el feudo del Alavés. El arquero se rehízo después con un par de paradas de mérito, pero el daño ya estaba hecho. Ahí concluyó la tímida resistencia blanquivioleta.
3
Míchel. Es el metrónomo del Pucela y cuando el valenciano no aparece, el fútbol resulta una quimera. Ayer, incluso, incurrió en pérdidas de balón impropias para un jugador de su calidad. Alcaraz tampoco le acompañó. El catalán acusó la inactividad y firmó una actuación deficiente, como el resto de sus compañeros. Lento y desconfiado para armar el control y el pase, tampoco estuvo fino en la contención, donde los mediocampistas del Alavés le pasaron por encima. El Pucela se hundió en una mediocridad inédita hasta la fecha y terminó acribillado por la solidez de su adversario, que tampoco tuvo que hacer malabarismos para golear a un Real Valladolid con el escudo difuminado.
4
Precipitación. Al Pucela le sobró precipitación en el pase en la misma proporción que las carencias que exhibió para mostrarse como un equipo compacto y hambriento. La presión en la marca solo brotó del once vitoriano. Como en el primer acto ante el Mallorca, el Real Valladolid acompañó con la mirada. Optó por el baile de salón antes que enfundarse el mono de faena y remangarse para equilibrar la ambición que sí destilaba el Alavés. Quiso danzar sin música y apareció en la pista con un compás tan descoordinado como ridículo y sin gracia. Una coreografía apática y deshilvanada.
5
Cambio táctico. Sergio reconoció en el descanso que esta vez patinó con su propuesta. La pregunta es clara. ¿Por qué no lo hizo antes? Esperó a ver cómo el partido ya estaba en el cubo de la basura y movió ficha cuando ya era tarde. Quedaban 45 minutos por delante y el Pucela salió mejor con Anuar y Sandro en el once, pero el barco ya estaba anegado. El técnico adelantó la posición de los laterales y, como en el primer acto, el Real Valladolid vivió algo más de quince minutos en el oasis antes de regresar de nuevo al árido desierto. Sandro salió con chispa y demasiada ambición, egoísmo desmedido que le hizo rematar sin ángulo cuando Ünal esperaba un pase que nunca llegó. De nuevo, le pudo la ansiedad al canario, que debe ordenar su psique para convertir en realidad su deseo desbocado. Anuar se incrustó en la zona ancha para conceder oxígeno a Míchel y Alcaraz, mientras Plano corrió libre tras los dos arietes en busca de la anarquía que desgobernase el orden del cuadro vitoriano. Agua. El impulso duró lo que tardó Alcaraz en patear la tibia de Duarte para firmar un penalti que también resume, como el error de Masip, la caótica actuación blanquivioleta.
Al margen de la derrota, que tiene una jurisdicción muy reducida porque el Real Valladolid continúa lejos de la zona de peligro, el tropiezo ante el Alavés debe servir para extraer conclusiones. La primera la tiene que asumir el técnico, que esta vez no pulsó la tecla adecuada. Las demás circunstancias son propiedad de los futbolistas. Masip ya ha cumplido el cupo de gazapos. Barba se encuentra a años luz de Nacho. Alcaraz está en pretemporada y los dos delanteros se estorban más que se complementan. Da igual Sandro-Ünal que Ünal-Guardiola. Toni y Plano tampoco ofrecieron su mejor sonrisa. Conclusión. Un desenlace para olvidar, un prólogo y un nudo de la historia para aprender.
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