![Óscar Plano, derrotado de rodillas, se lamenta de una ocasión fallada.](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202104/24/media/cortadas/pucela-kXfE-U140158640700jTD-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Imagine el mejor de los escenarios posibles para que un equipo gane un partido. Incluya en la ecuación aquello de un rival de brazos caídos, manso tirando a sumiso, y con más ganas de pasar de puntillas que de pisar callos. Imagine también, como hacíamos ... en el patio del colegio, que además ese equipo es el dueño del balón y no se lo deja tocar al de enfrente hasta ponerse por delante. Hasta someter al portero en repetidas ocasiones.
Imagine ahora que ese equipo es el Valladolid. El dueño del balón. El que organiza los equipos. El que pone la música. El que invita al de enfrente al partido y no le deja jugar hasta marcar primero. El que tiene, por lo tanto, todas las papeletas para ganar... y alguna más.
El resto hasta el desenlace no hay que imaginarlo. Basta con repasar el historial de partidos tirados por el desagüe de esta temporada para entender que el Valladolid no ganó al Cádiz. Sí lo mereció, con y sin el favor del Cádiz, pero su bloqueo es tal a estas alturas que muy pocos apuestan ya por su permanencia en la categoría.
Más que un entrenador, lo que necesita es un psicólogo que le ayude a deshacer el nudo mental en el que vive permanentemente y a salir del bucle en el que se ha instalado de un tiempo a esta parte. Con su empate ante el Cádiz ya son quince los partidos que suma agarrado a una sola victoria.
Real Valladolid
Roberto; Luis Pérez, Joaquín, El Yamiq, Olaza; Óscar Plano, Míchel (Roque Mesa, minuto 67), Alcaraz, Orellana (Waldo, minuto 79); Marcos André (Guardiola, minuto 67) y Weissman (Kodro, minuto 79).
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Cádiz CF
Ledesma; Akapo, Juan Cala, Mauro, Espino (Iza Carcelén, minuto 58); Augusto (Fali, minuto 58), Garrido (Josemari, minuto 88), Pombo (Sobrino, minuto 58), Iván Alejo (Negredo, minuto 88), Malbasic y Lozano.
Goles: 1-0 (minuto 14): Óscar Plano. 1-1 (minuto 64): Cala.
Árbitro: Alberola Rojas, del comité castellano manchego. Amonestó a Alcaraz por los locales, y a Espino, Fali y Alejo por los visitantes.
Incidencias: Jornada 32ª disputada en el estadio Zorrilla, sin público en las gradas por la pandemia.
Empezó en descenso el partido el Valladolid, al que la victoria del Elche minutos antes pareció espolear en busca de esa victoria que se resiste desde las primeras horas del año. También ayudó, sin duda, la hoja de alineaciones. En el bando blanquivioleta, la más ambiciosa de la temporada -probablemente desde la victoria ante Osasuna en el mes de diciembre-, con Marcos André y Weissman compartiendo al fin espacios y amenaza, y con la mejor versión en bandas tanto de Óscar Plano como de Orellana. Y en el bando cadista, que también la suya ayudó lo suyo, un once irreconocible con 8 cambios nada menos con respecto a su último enfrentamiento ante el Real Madrid y dos líneas de centro del campo hacia arriba completamente renovadas.
Pero el Cádiz no fue, ni de lejos, el mejor aliado del Pucela. Sí lo fue la energía, tensión e intensidad con la que saltó al campo, dejando claro esta vez sí que se trataba de una final en toda regla. No había margen a un nuevo empate y la revolución con la que se encaró el partido, no de claveles y sí de jugones, no tardó en reportar ganancias. Tres ocasiones meridianas de gol en catorce minutos, seis en veinte, dieron rápidamente la razón a aquellos que defienden la calidad que atesora la plantilla.
Primero amagó Plano con un disparo seco, después fue Weissman quien desaprovechó un balón milimétrico servido por Orellana al área pequeña que repelió Ledesma con la cara, y finalmente fue el propio Óscar Plano quien llevó la justicia al marcador al rematar una ocasión perfectamente trenzada entre Marcos André, Alcaraz y Weissman.
No acabaron ahí los méritos locales en la primera parte. Con un Cádiz completamente sometido y hundido en su área, llegaría el recital de Orellana a balón parado. Por algo así se lo arrebató el Valladolid al Eibar. El chileno ya dio muestras en los primeros compases de que tiene un guante en el pie, pero sus veinte últimos minutos de primera parte resultaron sublimes. Joaquín puede dar fe porque el almeriense pudo irse perfectamente con dos goles al descanso de haber estado más certero en dos remates de cabeza -el rechace del primero lo desperdició Weissman- a centros que se antojaban canela en rama.
El derroche de clase de Orellana concluyó con un saque de esquina directo que puso en muchos apuros a Ledesma, auténtico culpable de que el partido no llegara sentenciado al descanso.
Quien más quien menos se frotaba los ojos por el dominio abrumador del Valladolid al mismo tiempo que se fruncían ceños temiendo una salida de vestuarios más acorde con lo visto semanas atrás. El subconsciente empezó a pesar más que todos los méritos acumulados en los primeros 45 minutos, y los fantasmas de Vigo, Sevilla o Granada se asomaron al mismo tiempo. Tampoco podía extrañar que el Cádiz saliera de la cueva en algún momento. Solo lo había hecho Iván Alejo en contadas ocasiones, y la entrada de Sobrino, Fali y Carcelén le dio otro aire al equipo de Cervera.
Al equipo de Sergio le vino el temblor, Míchel desapareció de la ecuación y el Valladolid empezó a desenvolverse en el partido a golpe de patadón. Incomprensible después de lo visto minutos antes. Hubo de marcar el Cádiz para buscar una reacción. No fue un gol al uso sino una concatenación de errores a la salida de un córner que acabó con tres jugadores cadistas dispuestos a rematar en el área pequeña ante la pasividad local.
Entraron Roque Mesa y Guardiola pero más que un cambio de cromos lo que necesitaba el Valladolid era una inyección de carácter, algo que viene acusando desde que empezó la temporada. Tampoco hubo respuesta de Kodro, más voluntarioso que temperamental, y mucho menos de Waldo, desenchufado en los últimos meses de competición y hasta sorprendido por verse en una guerra que no le correspondía.
Lejos de picarle en su orgullo, el empate terminó por bloquear aún más a un Valladolid que fue un flan y un manojo de nervios en la última media hora de juego, incapaz de encadenar tres pases para llegar al área contraria. Su falta de fe la escenificó Guardiola en el minuto 90 al plantarse solo delante de Ledesma y ralentizar su disparo hasta la llegada al cruce de Akapo.
La revolución con la que se inició la enésima final poco o nada tiene que ver con aquella que se promovió en Portugal un 24 de abril horas antes de provocar un levantamiento. En Zorrilla, los claveles tienen espinas.
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