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Chús Landáburu, rodeado de contrarios en el centro del campo del viejo estadio «Zorrilla». Desde ese punto le marcó al Tenerife uno de los goles más recordados de su carrera
Aquel gol del Real Valladolid desde el centro del campo

Aquel gol del Real Valladolid desde el centro del campo

La Vista atrás ·

Chus Landáburu anotó un gol espectacular contra el Tenerife en Segunda, en el viejo Zorrilla, en 1974

José Miguel ortega

Domingo, 12 de septiembre 2021, 08:58

Hay goles que por su brillantez, por su importancia o su repercusión mediática pasan a formar parte de la historia de los clubs. Uno de esos goles para el recuerdo fue el marcado por Landáburu en un partido de Liga de segunda división contra el Tenerife, disputado en el viejo Zorrilla el 24 de noviembre de 1974.

Jesús Landáburu había llegado al Valladolid dos años antes, todavía en edad juvenil, procedente del Colegio San José, que siempre había sido un centro con fama de buen nivel en los estudios y…en el fútbol. Muchos jugadores de la historia blanquivioleta habían pasado por sus aulas, lo cual ya suponía un aval cuando Pepe Rodríguez le habló a Saso de las muchas virtudes que atesoraba el chaval de Guardo y de la conveniencia de ficharlo, antes de que otros se adelantaran.

En la temporada 1974-75, con Fernando Alonso como nuevo presidente, Landáburu ya había adquirido un peso específico en el equipo, del que era titular indiscutible, más aún teniendo un entrenador como Fernando Redondo, amante del fútbol técnico. Pero el equipo comenzó el campeonato de manera irregular, flojo fuera de casa y más firme en Zorrilla…hasta que el Rayo Vallecano le ganó 0-2 el domingo anterior a la visita del Tenerife, con la afición de uñas porque la candidatura del Pucela para el ascenso empezaba a tambalearse demasiado pronto.

Hubo muy buena entrada y, pese a todo, un recibimiento cariñoso cuando el equipo saltó al terreno de juego, conscientes los aficionados de la trascendencia que tenían los puntos en disputa, seguramente igual que los jugadores que salieron muy enchufados y dominaron claramente en la primera parte, adelantándose además en el marcador gracias a uno de los formidables testarazos de Manolo Álvarez, el referente goleador del conjunto vallisoletano en aquel entonces. Fue un centro de Astrain que el ariete local cabeceó a la red de Báez en el minuto 26, desatando la euforia en el graderío.

Lo malo fue que la intensidad de los hombres de Redondo empezó a decrecer, las oportunidades se fueron espaciando más y, en la segunda parte, el Tenerife tomó la batuta del juego y poco a poco empezó a inquietar seriamente la portería de Llacer, a pesar de que la defensa fue la mejor línea de los vallisoletanos.

Por unas u otras causas, la ocasiones canarias no se traducían en gol, pero terminó cumpliéndose lo de que tanto va el cántaro a la fuente…, pues en el tramo final del encuentro, minuto 85, una falta directa contra la portería local fue traducida por Medina en el gol del empate, aprovechando una deficiente colocación de la barrera.

Desbordante alegría canaria y desesperación vallisoletana, pues parecía escaparse el tan necesario triunfo a pocos minutos del final. Estaban tan eufóricos los tinerfeños festejando la igualada que no se apercibieron de que cuando el colegiado murciano Campillo ordenó sacar del centro, Lizarralde pasó la pelota a Landáburu que, viendo al portero Báez abrazándose a un defensa fuera de su área, no se lo pensó dos veces y soltó un disparo desde más de cincuenta metros que, tras describir una perfecta parábola, terminó colándose en la meta visitante.

Hubo protestas y el entrenador de los canarios, Dagoberto Moll, se quejó después de que el gol había sido ilegal porque un jugador tinerfeño estaba aún en el campo del Valladolid cuando el árbitro ordenó sacar del centro, algo que ni éste ni sus ayudantes detectaron. El gol subió al marcador y no solo se tradujo en un importante triunfo, sino que pasó a la historia y aún hoy, cuando el Valladolid se acerca a su centenario, sigue siendo recordado con fervor por los aficionados que le vieron en directo aquella tarde fría de noviembre, y los que de tanto escucharlo es como si lo hubieran visto.

Para los amigos de estos detalles, digamos que el Real Valladolid jugó con: Llacer; Salví, Docal, Pérez García; Agustín, Santos; Astrain, Landáburu, Álvarez, Lizarralde y Amarillo (Díez), y el Tenerife lo hizo con: Báez; Esteve, Eduardo, Lolo; Esteban, Pepito; Ferreira, Medina, Toño (Jorge), Juan Miguel y Caamaño (Perrone).

La victoria, sin embargo, fue flor de un día porque poco tiempo después, el 17 de diciembre, Redondo fue destituido para que ocupara su puesto el inefable Rudi Guttendorf. Al final de la temporada, el Valladolid salvó la categoría con un discreto décimo puesto, pero muy lejos de los tres que ascendieron a primera: Oviedo, Rácing de Santander y Sevilla.

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