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De nada sirvieron las protestas de los jugadores del Real Valladolid al señor Galende por el inexistente penalti que pitó a Marañón. A la izquierda, Moya, que sería expulsado poco después, y al fondo, en el centro de la foto, un joven y aun desconocido Guruceta, que actuó de juez de línea. J. M. O.
El Rayo-Real Valladolid de 1968, un regalo de Reyes con escándalo arbitral

El Rayo-Real Valladolid de 1968, un regalo de Reyes con escándalo arbitral

La vista atrás ·

El partido, retransmitido por Matías Prats, acabó con dos penaltis, dos expulsados y un gol fuera de tiempo

J. M. Ortega

Valladolid

Sábado, 5 de enero 2019, 09:34

Aquel partido de Segunda División, entre el Rayo Vallecano y el Real Valladolid, disputado en el campo de Vallecas el 7 de enero de 1968 fue para mí un inolvidable regalo de Reyes, una especie de inesperado bautismo profesional junto al primer gran mito del periodismo deportivo.

La afición vallisoletana había recuperado la ilusión con el desembarco de Antonio Alfonso en la presidencia del Pucela y con el cambio de rumbo que experimentó el equipo desde la llegada de Enrique Orizaola al banquillo, volviendo a soñar con el retorno a Primera División, después de cuatro temporadas en Segunda.

María Teresa Yñigo, directora de La Voz de Valladolid, donde yo daba mis primeros pasos radiofónicos, aprovechó su amistad con Matías Prats Cañete, el entonces indiscutible rey de la radio deportiva española, para pedirle que retransmitiera el partido frente al Rayo, que había despertado una expectación enorme. De hecho hubo 5.000 seguidores blanquivioletas en las gradas de Vallecas, y muchísimos más que siguieron el desarrollo del partido a través de la sintonía de la entrañable emisora, que tenía sus estudios en el edificio del Teatro Calderón.

En un banquillo colocado en la banda de Vallecas, Félix Rivera, José Miguel Ortega, Matías Prats y un técnico de La Voz de Madrid. J. M. O.

El entonces jefe de programas, Félix Rivera, y yo viajamos el día de Reyes a Madrid para reunirnos con el maestro en Villa Río, cafetería de su propiedad que estaba en las inmediaciones del estadio de Chamartín. Yo, que no sabía si llamarle de tú o de usted, quedé sorprendido de la humildad con que me preguntaba por las condiciones técnicas y las características físicas de los jugadores blanquivioletas y la confesión que me hizo sobre la responsabilidad que le ocasionaba aquel partido: «Lo he preparado como si fuese un encuentro de la selección española. Incluso diría que más, porque apenas conozco a los jugadores de Segunda División».

Al día siguiente, Matías Prats se presentó en Vallecas, con su sombrero y sus inconfundibles gafas oscuras, dos horas antes del partido para poder visitar en los vestuarios a los protagonistas de ambos equipos. De vuelta al campo, me llamó la atención que el maestro fumase antes de comenzar la retransmisión y él, que se dio cuenta, me puso la mano en el hombre y me dio este consejo: «Es bueno para calentar la garganta. Un cigarrito y una copa de coñac, mano de santo».

Naturalmente, el peso de la narración lo llevó él, pero de vez en cuando me pasaba el micrófono en un gesto de generosidad que nunca he olvidado, más aún cuando me dio las gracias porque así le permitía descansar.

En cuanto al partido en sí, también fue inolvidable… Por el escándalo arbitral protagonizado por el colegiado Sr. Galende y un todavía desconocido juez de línea llamado Emilio Guruceta. Hubo dos penaltis, uno a favor de cada equipo, pero el que pitó contra el Valladolid fue inexistente, pues se vio muy claro que el balón pegaba en el pecho, y no en el brazo, de Pedro Marañón, el capitán del Valladolid, según comentó en la narración Matías Prats, y admitían todos los periódicos al día siguiente.

De nada sirvieron las protestas de los jugadores blanquivioletas, en medio de un escándalo tremendo, que tendría continuación cuatro minutos después, cuando el extremo Moya fue zancadilleado por un rival, jugada sorprendentemente resuelta con la expulsión del vallisoletano, que había sido la víctima, y el rayista Benito, que no había intervenido en la jugada.

Aún así, el Valladolid cuajó un gran partido y llegó al minuto 90 con ventaja de 1-2, gracias a los goles de Luis Martínez y Lizarralde, mientras en la grada se hacían notar los numerosos seguidores blanquivioletas, que vieron como Galende prolongaba el choque ¡siete minutos!, justo hasta que Aráez marcó el tanto del empate.

Entrevistamos al final del choque a Antonio Alfonso, contrariado por haber perdido un punto en el último suspiro, y preocupado por lo que iba a poner el árbitro en el acta sobre lo ocurrido en el campo. No le faltaba razón al presidente, pues el Comité de Competición sancionó con cuatro partidos a Moya porque, según el colegiado, «agredió a un rival, con ánimo de hacerle daño», y multó a cuatro jugadores más: Aguilar, Martínez, Docal y Lizarralde.

Por cierto que éste fue el más perjudicado por la dureza rayista, pues de regreso a casa, y en vista de los dolores que sufría en el tobillo, fue ingresado en la Cruz Roja, donde le escayolaron y estuvo tres semanas de baja por un fuerte esguince.

A final de temporada el Valladolid quedó segundo, a dos puntos del Deportivo de La Coruña, y tuvo que jugar la promoción contra la Real Sociedad, que ganó 0-1 en Zorrilla y empató a cero en Atocha. Pese a mi regalo de Reyes, quedaba travesía del desierto para rato…

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