jOSÉ mIGUEL oRTEGA
Domingo, 31 de marzo 2019, 09:48
En plena posguerra, el fútbol era uno de los sueños más preciados de los jóvenes españoles para huir del hambre y el tono gris de la vida cotidiana del país. Ser futbolista o torero suponía el camino más corto hacia la fama, aunque solo ... unos pocos pudieran hacer realidad sus ilusiones.
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Lo menos habitual era la historia de quienes buscando en el fútbol el éxito lo encontraran después en otras facetas creativas, como les ocurrió a dos jóvenes promesas guipuzcoanas que militaron en las filas del hoy rival del Real Valladolid.
El primero de ellos, Eduardo Chillida, nacido en San Sebastián en 1924, se incorporó a la primera plantilla de la Real Sociedad cuando el conjunto txuri-urdin militaba en Segunda División y su padre ocupaba el cargo de presidente. Podría pensarse que el joven Chillida llegó a la Real por enchufe, pero no fue así, ya que poseía unas grandes condiciones para triunfar como guardameta en Atocha o en cualquier otro campo.
De hecho, la única vez que Chillida jugó en el viejo Estadio Zorrilla fue el 14 de febrero de 1943, en un partido de la liguilla de ascenso a Primera División, que los donostiarras ganaron por 1-3, en cierta medida por la formidable actuación de su jovencísimo portero -18 años-, unánimemente destacada en todas las crónicas del encuentro.
Lamentablemente, la prometedora carrera de Eduardo Chillida se truncó apenas había comenzado, ya que al término de aquella temporada 1942-43, hubo de retirarse a causa de una grave lesión en la rodilla, lesión de la que muchos años después culparía «a Sañudo, una mala bestia que jugaba en el Valladolid», según comentó a una revista de ámbito nacional.
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Cuando lanzó esta acusación, Sañudo ya había muerto, pero yo hice mis investigaciones para demostrar que carecía de sentido, pues en las crónicas de aquel partido que Chillida finalizó sin aparentes problemas, no se hacia la menor referencia a algún choque entre ambos protagonistas. Incluso después del triunfo donostiarra en Zorrilla, el portero siguió jugando… Hasta un encuentro amistoso disputado contra el Real Madrid en mayo en el que, según recogían los periódicos del País Vasco, Chillida sufrió una grave lesión –rotura de ligamentos- de la que fue operado hasta cinco veces, sin que consiguiera superarla.
Se perdió un prometedor guardameta, pero se ganó un escultor genial que ha repartido su obra por muchos museos y ciudades del mundo, entre ellas Valladolid, que muestra en la calle Cadenas de San Gregorio, la escultura 'Lo profundo es el aire', en homenaje al gran poeta vallisoletano Jorge Guillén.
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La otra promesa donostiarra fue Elías Querejeta, nacido en Hernani en 1934 e incorporado a la Real Sociedad en la temporada 1952-53, aún en edad juvenil y por tanto con esporádicas apariciones en un equipo con muchos veteranos en sus filas.
Querejeta, de apariencia endeble, tenía calidad de sobra para suplir sus carencias físicas y poco a poco se fue haciendo un sitio en la delantera blanquiazul, en la que compartía protagonismo con gente tan famosa como los Barinaga, Ontoria y Pérez.
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Contra el Valladolid, Elías Querejeta solo jugó un par de veces. El 25 de septiembre de 1955, en Atocha, con triunfo local por 4-1, fue el autor del tercer gol de su equipo, y a la temporada siguiente, el 13 de enero de 1957, en Zorrilla, saldado con empate a dos tantos, sin que pudiera lucirse en la faceta goleadora.
Al término de la campaña 1957-58, y con solo 24 años, Querejeta se cansó de ser la joven promesa del fútbol donostiarra, colgó las botas y se marchó a Madrid para emprender una brillantísima carrera en el mundo del cine, primero como guionista y director y después como productor de buena parte de las mejores películas españolas.
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Uno de sus primeros trabajos fue, precisamente, un cortometraje titulado A través del fútbol, estrenado en 1962, aunque en su faceta de productor alcanzaría los mayores éxitos, entre ellos el Goya logrado en 2008 con Los Lunes al Sol. Elías Querejeta no solo fue el renovador del cine español, sino también uno de los más importantes productores europeos por la cantidad y calidad de películas que salieron de su factoría. Directores del prestigio de Carlos Saura, Jaime Chávarri, Víctor Erice y su propia hija, Gracia Querejeta, no hubieran sido lo mismo de no haber contado con la protección de aquella joven promesa de la Real Sociedad, que un día decidió abandonar el fútbol… Por fortuna para el cine.
Hoy, con ambos protagonistas ya fallecidos, sirva este recuerdo como homenaje a su memoria.
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