El buen fútbol, como dicen los entendidos que sucede con el buen toreo, suele ser de izquierdas. Hay quien, vestido de académico, esboza unos patrones excluyentes; hablando de la pelota, por ejemplo, en lo físico. Si es pequeño no puede valer, dicen algunos; después de ... los grandes éxitos de la selección española hace más de una década, menos que antes, pero todavía existentes. Del talento, si está guardado en un frasco pequeño, se recela. Y si no, que le pregunten a Manu Pozo, atacante del Promesas recientemente debutante en Primera División con el Real Valladolid.
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Suena a tópico, pero el extremo no ha tenido un camino fácil hasta aparecer en la élite. Sus 160 y pico centímetros y su aspecto ligero llevaron a recelar a técnicos de clubes profesionales en los que militó, empezando por el Real Betis, en cuya cantera estuvo hasta juveniles. Entonces, sufrió dos graves lesiones, en el peroné y en un hombro, que acuciaron la sensación de que el físico no le acompañaba. Acabada dicha etapa formativa, no saltó al Betis Deportivo; salió cedido para no volver: al Covadonga de la extinta Segunda B. Y lo hizo bien. Y fichó por el Sporting.
La docena de goles marcados con el filial sportinguista no le valieron para dar el salto. Quizás es que no era el momento, se podía pensar, habida cuenta de que el conjunto rojiblanco pugnaba por no bajar. 16 jugadores con dorsal de la cantera entraron en citaciones y nueve jugaron. Él no estuvo ni entre esos 16. De ahí que la sorpresa fuera solamente por barrios cuando en Mareo se le abrió la puerta el pasado verano: los números avalaban su rendimiento; por más que fuera en Tercera RFEF, a sus 20 años –cumplió los 21 en diciembre– era uno de los jugadores más decisivos del Sporting B, y sin embargo, el recelo sobre su cuerpo permitió su llegada al Real Valladolid.
La dirección deportiva y el cuerpo técnico del Promesas apostaron por un futbolista que, tamaño al margen, tiene mucho talento en su zurda, como ha venido demostrando desde que viste como blanquivioleta y como se vio, con cuentagotas por el tiempo que tuvo y el contexto que le rodeó, en su debut a las órdenes de Pacheta. Con él hubo un matiz claro en su juego, y es que actuó en el perfil izquierdo, el natural por su lateralidad, que le permitió llegar a la última zona del campo por fuera, como extremo puro, aunque con Julio Baptista suele aparecer más en el lado inverso.
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No notó el cambio; irrumpió burbujeante y en sus primeros cinco minutos propició dos acciones de peligro. En la primera, fue profundo en la carrera y en el envío hacia Larin, que cayó hacia su costado, y luego cazó un rechazo en la frontal que ejecutó alto con la diestra, su pierna mala. En la segunda, la del gol, fue él quien peleó con Dani García y con De Marcos el esférico que habilitó a Olaza y que desencadenó la jugada que finalizó Larin. Sin embargo, apenas cuatro minutos más tarde arribó el tercer tanto del Athletic, que echó al traste el conato de reacción.
No habían ni pasado 48 horas cuando volvió a pisar el mismo verde, el de un José Zorrilla que no le pesó, contra el Palencia Cristo Atlético. Contra el conjunto morado no pudo engordar sus cifras, igualmente estimulantes: ha dado varias asistencias y lleva seis goles, siendo uno de los que más veces han visto puerta en el Promesas; tantos, además, de diverso pelaje. Lo mismo irrumpe en el área aprovechando su velocidad para aparecer en ruptura que lo hace con su jugada marca de la casa, con el recorte en la frontal, en el pico del área, que concluye con un disparo ajustado en el que demuestra su capacidad finalizadora.
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Esa rapidez es una de las mayores virtudes de aquel a quien Pacheta ya tiene en sus oraciones si las lesiones, como ahora, acucian. Recuerda, en su manera de correr, con la cabeza gacha, con el balón tan pronto cosido como desprendido previo toque para continuar corriendo, a su paisano Diego Capel, surgido de la otra cantera de su ciudad. Como él, por sus condiciones, puede atacar espacios y aparecer en zonas de remate al segundo palo, aunque hay una virtud que destaca en el blanquivioleta, y es que Pozo guarda calidad en su izquierda como para aparecer entre líneas, como un extremo moderno, prácticamente como un mediapunta. Ahí, como si toreara al natural en el centro del ruedo, el tamaño no importa, aguanta las embestidas y enlaza cadenas de pases como si en el fútbol, igual que en la lidia, fuera más importante el cómo que el resto. Porque, de hecho, lo es.
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