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El párroco Don Luis Alberto Ordejón, rector capellán del Santuario de Nuestra Señora del Carmen de Extramuros. J. C Castillo
«Pezzolano y afición deben abrazarse en el perdón»

Real Valladolid

«Pezzolano y afición deben abrazarse en el perdón»

Don Luis Alberto Ordejón es sacerdote y rector capellán del Santuario de Nuestra Señora del Carmen de Extramuros, pero también un alma blanquivioleta que ha padecido y agradecido el ascenso: «Recé y mucho»

Santiago Hidalgo

Sábado, 1 de junio 2024, 08:28

Confieso. Confieso, querido lector, que cuando entré en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen de Extramuros, lugar de la entrevista-encuentro, y vi a Don Luis Alberto Ordejón (en los jesuitas nos dijeron que a los curas siempre de don) en el altar mayor con una camiseta nuevecita del Real Valladolid, como que me dio un subidón. Un verdadero subidón. Diez minutos antes él había oficiado misa, despedido a los fieles, quitado la casulla y se había vestido con los colores blanquivioleta de toda su vida. La Iglesia de El Carmen, como casi siempre, se engalanaba llena de flores, la escultura de la virgen de Gregorio Fernández al fondo y el rigor de un edificio de más de cuatrocientos años que fue puesto en marcha por Santa Teresa de Jesús y cuyas paredes recogen también las visitas de San Juan de la Cruz. La iglesia y el monasterio, en cuya huerta se extiende actualmente el cementerio de los vallisoletanos. Don Luis Alberto es rector capellán del Santuario. Esta semana se ha preocupado de traer también un ramo de flores blanco y violeta como ofrenda. Había que celebrar el ascenso. Cómo no.

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Confirmo que a medida que iba preguntándole cosas de su vida, me iba desapareciendo el tratamiento adecuado. ¡Si me vieran los jesuitas! Pero es que el Padre Luis Alberto fue y es futbolista. «Un cura futbolero al que le gusta acudir a los entrenamientos del Valladolid», como él dice. Así que fuimos pasando de lo divino a lo humano y vuelta otra vez hasta llegar a lo intranscendente dentro de lo transcendental. Un poco de todo.

Luis Alberto Ordejón (Población de Cerrato, 1961) llegó a Valladolid, a Las Batallas, con 4 años y con su familia buscando ganarse la vida. Fue al colegio Sagrada Familia y allí fue cuando descubrió el balón y el fútbol. «Siempre jugué de lateral derecho. Recuerdo también haber roto a base de patadones varios cristales de las ventanas del colegio. No era malo. Defensa, pero de los que subía y metía goles». Ordejón, como le llamaban, jugó mucho al fútbol en el barrio, en la campa y algo más serio en el Instituto Zorrilla cuando hacía COU. «Por allí estaba, creo, Santi Llorente, Yepes, Sánchez Valles…».

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Al igual que cualquier futbolista de la época, también padeció los rigores del Campo de la Federación del Paseo Zorrilla. «Era un terreno duro, inclinado, que cuando llovía se ponía impracticable. Y más si jugábamos con los 'Mikasa'. Además, los equipos teníamos dos o tres balones, no como ahora que tienen una veintena. Se entrenaba más físico, más correr y menos balón». Eso y el frío de los vestuarios de debajo del campo viejo Zorrilla, apenas templados por una estufa de butano insuficiente. Pero eso curtía cuerpo y mente. Y digamos que estuvo a un par de pasos de haber sido futbolista profesional ya que hizo las pruebas en el Valladolid Promesas y entrenó varios días, aunque al final no se quedó: «Ya te llamaremos, me dijeron, pero había ya muchos fichados. Eran muy buenos y con más cuerpo que yo. Por allí andaba Fernando Redondo en el club, creo, luego se marchó fuera, hasta volver para ganar la Copa de la Liga de 1984».

Su paso por la mili en Ceuta le dio la posibilidad de compartir entrenos con el Atlético Ceutí hasta que resultó excluido temporal del servicio y regresó a Valladolid. Al Seminario Diocesano. Allí es donde le vino la vocación mientras jugaba al fútbol contra ingleses y escoceses rememorando el origen del fútbol en estas tierras a finales del siglo XIX. «Se reían de mí porque yo jugaba con uniforme, camiseta amarilla, pantalón azul y botas y ellos de cualquier forma», relata.

Tardó y bastantes años en ordenarse sacerdote. Hasta entonces, Luis Alberto fue misionero en muchos lugares del mundo: Nueva York, Nicaragua, México, Inglaterra. Una cosa no le faltaba en este viaje. «Al Real Valladolid lo veía por Internet. Mis compañeros me decían: 'Ya estás con el fútbol', pero es que me ha dado la vida. Y eso que a mis padres, el deporte no les iba nada». En El Bronx, le pilló de cerca el atentado a las Torres Gemelas. Allí falleció un compañero catequista que además era bombero, Jean Palomo. «Dimos mucha atención espiritual. Era fundamenta hablar con ellos para que se desahogaran. Yo salí muy afectado moralmente…».

Con 29 años retorna a Valladolid y a la parroquia (Valdestillas, La Magdalena, Belén…) y allí comienza Luis a ir a ver los entrenamientos del Valladolid, a relacionarse con los jugadores y varios entrenadores. Con Manucho coincidía en un 'rodicio', cerca de su parroquia. «También hice los papeles y casé a Carlos Peña en Villanueva de la Jara, el pueblo de su mujer». En los últimos once años ya está en El Carmen de Extramuros. En el fondo el fútbol también le sirvió para aportarle valores a nivel personal. «Trabajar en equipo y saber que debo prepararme para mi labor, por ejemplo en las homilías».

Como decía el mexicano Juan Villoro en su obra 'Dios es redondo' aquí había que hablar de fútbol (que está en todas las cosas) y de cómo el cura de El Carmen vivió el final intenso de temporada con el Valladolid. «La verdad es que fue muy tenso. No pude sacar entrada, tampoco soy socio ya que me coincide con mis horarios de dar misa, así que lo vi por televisión en la casa de los curas, la residencia sacerdotal, en una pantalla enorme... Y sufrí mucho».

Primero rezó, claro que rezó aunque fuera una cosa banal (¿o no?) por el ascenso del Pucela. Ya lo dijo Eduardo Galeano, «el fútbol es la única religión que no tiene ateos». Y luego le tocó padecer hasta el final como todos. Entraba y salía del cuarto y no hacía más que preguntar ¿cómo vamos?, incapaz de mantenerse sentado frente al televisor.

Ya con el ascenso en la mano, y las flores blancas y violetas a los pies de la Virgen del Carmen como agradecimiento, Luis Alberto analiza la campaña. ¿El entrenador, Pezzolano? «Creo que es buena persona, pero no se le ve muy comunicativo. Ahí se ha equivocado. Me recuerda un poco a Djukic. Ha tenido el mérito de ascender, pero las declaraciones no han sido muy acertadas. Lo que procede es que tanto él como la afición se abracen en el perdón. Es verdad que ha sufrido mucha tensión en Segunda, pero no le veo rencoroso».

¿Y Ronaldo? «He tratado mucha gente sudamericana en mis viajes. Se toman las cosas con mucha tranquilidad. Con más calma. De la afición ha habido un grupo muy impaciente. Quería subir desde la primera jornada. Y esta es una competición muy dura».

¿Venderá el club? «Pezzolano y Ronaldo son imprevisibles. No acaban de ser claros, aunque creo que van a seguir los dos. Ronaldo seguirá y lo venderá dentro de unos años si se mantiene en Primera. Ganará más dinero».

¿El juego del equipo? «Bueno, ha sido una muy buena temporada. La manera de jugar ha sido muy sudamericana. Más técnica, lenta, a asegurar, pero no puedes cambiar la mentalidad del entrenador de muchos años que suele ganar casi siempre de un gol de diferencia».

¿Su celebración? «Estuve en el recorrido. Luego fui a la Plaza Mayor. Allí, cuando bajaron los jugadores del autobús, Álvaro Negredo, que suele venir a misa y comulgar, me dio un abrazo y me dijo: 'Padreeee'. Se enteró todo el mundo».

Luis echa de menos a algunos equipos (como el Athletic) que rezan un padrenuestro en el vestuario, aunque es consciente de que en las plantillas actuales hay muchas procedencias y religiones, pero lo que sí debería reinstaurarse es, cuando se producen los éxitos, «que la plantilla lleve unas flores a la patrona de la ciudad». Sería bonito, padre. Don Luis, futbolista.

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