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Roque Mesa discute con El Yamiq por el lanzamiento del penalti señalado inicialmente en Fuenlabrada. Alberto Nevado

El otro patio del colegio de Roque y de Shon

La trece catorce ·

santiago Hidalgo

Jueves, 10 de febrero 2022, 20:27

Jeringuilla. Jesuita. Así nos llamaban. Ya no sé si ahora también. Estudiamos en el colegio de San José bajo la imponente fachada, obra de Jerónimo Ortiz de Urbina, en la Plaza de Santa Cruz, mirando al palacio y de reojo a la Universidad del futuro ... próximo. Los de mi generación conocimos solo un par de años o tres el campo de fútbol de tierra con las columnas al fondo, la piscina y el mini estadio de hockey y polideportivo donde se dice que se disputaron unos de los primeros encuentros de baloncesto en la ciudad. Había un pasadizo para transitar de un lugar a otro, de un patio a otro y, por entonces, el colegio nos parecía inmenso. Con la venta de esta parcela para construir las casas en la manzana de la calle Maldonado, el Sanjo se hizo más pequeño, aunque aún teníamos el patio de las columnas para jugar al baloncesto, la pista para correr los sufridos 1.000 metros de las pruebas físicas, el gimnasio, el frontón y un campo de fútbol de brea, de dimensiones más o menos reglamentarias. O al menos así nos parecía.

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El caso es que en ese patio teníamos que entrenarnos los jugadores de los equipos federados. Siempre con zapatillas, nunca con botas de fútbol que era un preciado elemento que solo utilizábamos cuando jugábamos los partidos de los domingos. Aquello nos perjudicaba, aunque también de alguna manera condicionaba nuestro juego. Siempre más cortito, de más calidad técnica y de menos fuerza. Lo rivales lo conocían y así proponían partidos de desplazamientos más largos. En ese campito entrenaron, diseminaron sus conocimientos, ilustres como don José Luis Saso, que Dios tenga en su gloria, luego sus hijos Carlos y en menor medida Luis, pero también Borja Lara Adánez e incluso Luis Mariano Minguela.

Por allí nos encontrábamos con un cura, un gran cura como fue o es Carlos de la Rica que nos cuidaba a los deportistas como él solo sabía. Eso de 'mens sana in corpore sano' lo tenía grabado. Es verdad que contábamos con nuestras manías. Nos cambiábamos en los vestuarios del colegio y desde allí íbamos en coches y vestidos con el chándal a jugar al campo que fuera. Nuestras duchas siempre tenían agua caliente y esto era una garantía y también un motivo de que, tratándonos de clasistas o niñospijo, nos cagaran a patadas, como diría un argentino, a las primeras de cambio. Algunas veces aguantábamos como estoicos y otras las devolvíamos como epicúreos.

Realmente era un fútbol feliz y recuerdo con gran añoranza ese patio del colegio, donde incluso alguna vez disparábamos balonazos a las ventanas para lograr colar el balón por alguna que estuviera abierta, con riesgo cierto de roturas, o jugábamos resbalando por el suelo en días de fuertes nevadas y eso que el suelo, repito de brea, era como la lija para las pantorrillas.

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En ese patio de colegio de los jesuitas nadie pidió un penalti o discutió con su compañero por lanzarlo de forma acalorada. Y, me imagino, habría encontronazos, como siempre, y trifulcas futboleras, alguna entrada subida de tono, aunque siempre con respeto y educación. La clave. Seríamos niñospijos.

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