Una pasión imborrable por los cromos del Pucela
Coleccionismo ·
Enrique Valdivieso, catedrático jubilado de Historia del Arte, recopila en un libro los álbumes de la «época dorada» del Real ValladolidColeccionismo ·
Enrique Valdivieso, catedrático jubilado de Historia del Arte, recopila en un libro los álbumes de la «época dorada» del Real ValladolidLa pasión por un equipo no se borra nunca. Transcurren los años, se acaba la vida laboral y ahí sigue el primer latido. El fútbol siempre conecta con la infancia. Enrique Valdivieso (Valladolid, 1943) protagoniza uno de esos relatos que se remonta a gloriosas épocas ... pasadas y cuyo aroma aún se respira en el presente. De niño acudía al Viejo Zorrilla de la mano de su padre y coleccionaba afanosamente los cromos de los jugadores del Real Valladolid. De adulto se convirtió en catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Sevilla, donde desarrolló su magisterio durante 40 años hasta su jubilación en 2016. Ahora, ha publicado un delicioso libro bajo el título 'Los cromos de fútbol del Real Valladolid - La época dorada (1948-1964)' (editorial Maxtor) en el que da fe de su gran pasión y recopila diferentes colecciones de estampas de los futbolistas del Pucela que idolatró en su niñez.
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«Siempre he sido un enorme aficionado al Real Valladolid, hasta unos límites exagerados», explica Enrique Valdivieso desde su domicilio sevillano. «En el libro cuento una conversación que tuve con un compañero de clase cuando estudiaba cuarto de Bachiller en La Salle. Se me escapó decirle que yo prefería suspender la reválida a que el Real Valladolid bajase a Segunda. ¡El muy imbécil lo extendió por todo el colegio y llegó hasta los frailes! Me pegaron una bronca monstruosa. Curiosamente, suspendí, aunque terminé aprobando en septiembre. Y, afortunadamente, el Real Valladolid no bajó a Segunda División».
A finales de los años cuarenta, los niños vallisoletanos se entretenían como podían en la posguerra y el fútbol fue para ellos «una tabla de salvación». «Yo tenía una gran afición por todo tipo de álbumes de cromos, de razas humanas, banderas, automóviles, aviones... pero por encima de todos estaban los del Real Valladolid. Coleccionaba todos los que podía. Vivíamos en la Plaza de Portugalete y, con el tiempo, mis padres se mudaron a un modesto pisito nuevo después de permanecer 25 años en una casa muy desvencijada. Yo estaba entonces terminando mis estudios en Madrid. Sucedió que mis padres me tiraron todos los cromos en la mudanza...».
Aunque Enrique Valdivieso ya era entonces un universitario, cualquier lector puede entender la enorme pérdida que le supuso quedarse sin sus colecciones del Real Valladolid. Pero la pasión por el fútbol mueve montañas... y anaqueles. «A partir de ese momento, me di una orden: debía dedicarme a recuperarlos. Aunque no resultaba fácil: un álbum de cromos original de los años cincuenta puede rondar ahora los 600 euros. Hubo quien se dedicó a reeditarlos en fotorreproducción, lo que podríamos llamar fotocopias impresas. Al cabo de los años, con los pocos que compré, los que se reprodujeron y los que encontré en internet, he conseguido recuperar todos o casi todos de los cromos desde que el Real Valladolid ascendió a Primera, en 1948, hasta 1964, cuando había dejado de coleccionarlos».
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La introducción del libro recoge algunas anécdotas jugosas. Valdivieso relata cómo su padre lograba entrar gratis en el Viejo Zorrilla con un ingenioso sistema que incluía un corta-pega rudimentario pero efectivo, cuyos detalles dejaremos para los lectores del libro. «Mi padre era un humilde obrero que trabaja en la imprenta militar de la calle Muro. Ganaba un sueldo muy exiguo. El hombre, con su habilidad, no se perdía un partido de fútbol e incluso me llevaba con él. Luego me hizo socio infantil, que era bastante barato, aunque dejó de pagármelo cuando pasé a categoría adulto».
Los hilos que teje el destino llevaron a Enrique Valdivieso a entablar amistad con José Antonio Zaldúa, un delantero navarro que acababa de iniciar su carrera profesional en el Real Valladolid. «Yo había repetido el preuniversitario y los frailes de La Salle no querían repetidores, así que me fui al Centro Cultural Vallisoletano, que estaba a las afueras de la ciudad. El primer día de clase me encontré con un jovencito elegante que se llamaba Zaldúa y que se sentó conmigo. Fue el punto de partida de una enorme amistad que culminó en el examen final de preuniversitario. Nos pusimos cerca y le soplé todo el ejercicio de latín y griego. Aprobamos los dos, nos tomamos unas cervezas en el bar Montesol de la Plaza de la Universidad y nos despedimos. El año siguiente fichó por el Barcelona y ya no le volví a ver. Hace años intenté localizarle, pero no lo conseguí. Falleció en 2018. Ha sido una de las pérdidas sentimentales más intensas que he podido padecer».
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Otra relación que desarrolló en su adolescencia el futuro catedrático de Historia del Arte tuvo a Paco Lesmes como protagonista. El legendario central pucelano compaginaba su carrera en el Real Valladolid con la distribución por los bares de la ciudad del brandy Soberano, acompañado de un socio, vecino de Enrique Valdivieso. «Yo les ayudaba a vigilar la furgoneta DKV para que no les robaran. Un día a Paco Lesmes se le olvidaron unos papeles y subí con él a su casa en la calle Francisco Suárez. En un momento, abrió un armario y me enseñó la camiseta del equipo nacional español con el número 5 que había vestido cuando debutó como internacional. Fue una de las emociones más tremendas que he podido sentir».
Entre las colecciones de cromos hay historias curiosas. Por ejemplo, el 'álbum monedero infantil' lanzado en la temporada 1952-1953, donde se calificaba a los jugadores por puntos, con una suerte de billetes futbolísticos. Los niños vallisoletanos se quejaban ardorosamente en sus conversaciones de algunas inequidades flagrantes. «A Paco Lesmes le daban solo 20 puntos. A su hermano Rafael, que jugaba en el Real Madrid y era mucho peor, 500. A todos nos parecía una injusticia brutal».
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En las imágenes de cuerpo entero de las colecciones se comprueba cómo el Real Valladolid lucía medias negras con un ribete morado durante la primera década que militó en la élite. «Sorprendentemente, luego se pasó a las blancas. Todo fue cambiando con los años. A mí me gustaban aquellas camisetas limpias, con el escudo a la altura del corazón y no las de hoy en día, que son puras mamarrachadas llenas de pegatinas y con inscripciones publicitarias y bobadas de carácter comercial. También me quedo con las imágenes de aquellos jugadores nobles y no con los pelos horrorosos que llevan hoy en día, los tatuajes o las medias por encima de la rodilla, que es una vergüenza absolutamente espantosa».
Enrique Valdivieso se asentó en Sevilla en 1976, una vez obtenida la plaza de catedrático. Sus recuerdos futbolísticos pertenecen al viejo estadio vallisoletano. «No he pisado nunca el Nuevo Zorrilla. Y no quiero», remacha. «Cuando escucho los partidos por la radio, que lo hago lo menos que puedo porque me pongo malo si van perdiendo, siempre me imagino que esa jugada está transcurriendo en el Viejo Zorrilla», relata. Si el Pucela pierde, no quiere saber nada de las crónicas del partido ni martirizarse con los goles encajados. Si el equipo gana, entonces no quita ojo a los resúmenes televisivos de Gol en busca de las acciones triunfales.
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No sucedía así en su infancia, donde siempre saltaba raudo a las páginas deportivas del periódico para empaparse de la actualidad blanquivioleta. «Mi padre, con lo poco que ganaba, compraba todos los días El Norte. Algunas temporadas fuimos suscriptores y yo esperaba todos los días, a las nueve de la mañana, un poco antes de ir al colegio, a que el repartidor metiese el ejemplar por debajo de la puerta. Inmediatamente, me iba a los deportes para ver qué contaba del Real Valladolid».
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La pasión del catedrático por los cromos del Pucela aún se mantiene viva... más allá de la recopilación que luce ahora en las librerías. «Tengo una hija que vive en París con mi nieto, que va a cumplir 10 años. Le he aficionado al Real Valladolid: tiene camiseta y bufanda, y algunas veces las lleva a la escuela. Los cromos que fabrica ahora Panini son muy sofisticados. Y aquí me ve usted los domingos por la mañana, en el mercadillo de los cromos de Sevilla, adquiriéndolos para enviárselos a mi nieto y que los pegue en su álbum. Por supuesto, le compro con gran predilección todos los que son del Real Valladolid porque... ¡su abuelo sigue coleccionándolos!».
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