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El Instante ·
En principio, que el goleador rival sea el portero solo aporta colorín. A efectos contables, nada cambiaría si la jugada hubiera sido culminada por cualquier otro jugador. A efectos anímicos, sí es relevanteSecciones
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El Instante ·
En principio, que el goleador rival sea el portero solo aporta colorín. A efectos contables, nada cambiaría si la jugada hubiera sido culminada por cualquier otro jugador. A efectos anímicos, sí es relevanteEl intríngulis de esta sección radica en triturar una astilla elegida casi aleatoriamente del árbol de un partido de fútbol hasta convertir en polvo esa ínfima triza de madera, en determinar por medio de la palabra escrita un artículo indeterminado captado en una imagen, ... en desmenuzar 'un instante' corriente para dotarlo con la categoría de 'el instante'.
Hoy no es necesario tal ejercicio. Este instante es, de por sí, 'el instante'. Un segundo en que se condensa el partido. Un momento que vale por una vida porque la trastoca definitivamente, porque deja la amarga sensación de que no hay, hubo, ni habrá más. No es la foto la que detiene el tiempo, es este el que no avanza en nuestra cabeza, el que se atasca, el que permanece allí detenido con la vana pretensión de volver un poco sobre sus pasos para avanzar en una dirección distinta a la que realmente se dio. Y si Janko primero o El Yamiq después hubieran reventado el balón mandándola hasta el Delibes, y si Roberto hubiera ido al suelo a por la pelota, y si, y si…
Es 'el instante', además, por el contradiós que supone la imagen de un portero a cien metros de su espacio natural, desempeñando el papel opuesto al que se le otorga, habiendo ejecutado el golpe certero que descerrajaría la portería rival. En principio, que el goleador sea el portero solo aporta colorín, espuma tras la ola, algo de que hablar, chiste malo, alpiste para la cultura del espectáculo. A efectos contables, nada cambiaría si la jugada hubiera sido culminada por cualquier otro jugador, si Koundé, en vez de saltar para no molestar, remacha.
Pero es solo en principio, para quien tenga en cuenta nada más los dígitos de una tabla de contabilidad. En realidad, pesa demasiado. Para los jugadores y cuerpo técnico porque el ánimo se ve obligado a acarrear un lastre que distorsiona la autopercepción, que nos impele a creer que todo lo malo que nos pueda ocurrir, incluso lo que no imaginemos, terminará por pasar. Más si no es un hecho aislado, si se suma al grupo de partidos en que se ha perdido algo de lo logrado cuando el cuco estaba a punto de cantar. Para los aficionados porque, a largo plazo, esa imagen del portero de naranja quedará fijada en la retina, se contará de padres a hijos. A corto esperemos que no sea relevante, que dentro de dos meses nadie esté haciendo conjeturas con lo que hubiera podido ser de no haber sido lo que fue.
Apartando un poco la vista de la foto, cabe el optimismo. Para llegar a ese instante en que se subsume todo tuvieron que pasar cosas antes. Sí, los fallos en cadena, pero también un partido bien jugado, al menos hasta los cambios reservones, que permitió llegar al 93 con ventaja ante un rival de los medio grandes. Y ante un equipo así, punto, palabra de Boskov, ser punto.
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