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Acompañado por el entonces presidente del club blanquivioleta, Fernando Alonso, Paquito saluda a los jugadores de la plantilla el día de su presentación como técnico del Real Valladolid en la temporada 1977-78. Foto: Archivo J. M. O.
Paquito, el recuerdo de un buen entrenador y mejor persona
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Paquito, el recuerdo de un buen entrenador y mejor persona

El rasgo de generosidad que ha permanecido en secreto hasta su muerte

José Miguel Ortega

Viernes, 31 de enero 2025, 19:21

Francisco García (Oviedo 1938) fue un excelente futbolista que dejó impronta de su calidad en el equipo de su ciudad natal para después convertirse en una auténtica leyenda en las filas del Valencia al que llegó en la temporada 1963-64. En el conjunto valencianista disputó 302 partidos oficiales, jugó nueve temporadas y fue capitán, ganando 1 Liga, 1 Copa del Generalísimo y 1 Copa de Ferias, alcanzando el grado de internacional con la selección española en nueve ocasiones.

Ya en el tramo final de su carrera y teniendo contrato con el Valencia, tuvo el gesto de bajas a las filas del Mestalla, filial valencianista, para echar una mano y evitar que descendiera a tercera división. Y tras colgar las botas comenzó su carrera de entrenador en clubs modesto como el Onda y el Atlético Madrileño, desde donde dio el salto al Real Valladolid en la temporada 1977-78, con Fernando Alonso en la presidencia y Ramón Martínez en la secretaría técnica.

El Real Valladolid de entonces tenía aspiraciones de ascenso a primera división, pero sobre todo había depositado buena parte de su futuro a que saliera adelante el proyecto de cantera que había diseñado Ramón Martínez con el respaldo tanto de Fernando Alonso como de su sucesor en la presidencia, Gonzalo Alonso.

Con Paquito en el banquillo, el 6 de noviembre de 1977 hizo su debut Luis Miguel Gail, que a estas alturas sigue siendo el jugador más joven en vestir la elástica blanquivioleta. En aquella misma campaña también debutó Javier Sánchez Valles, otro producto de la que fue una de las mejores canteras de todo el fútbol español.

Y el 19 de marzo de 1978 el técnico blanquivioleta fue protagonista de un hecho sin precedentes: alinear a cinco sub-20 en un partido de la Liga Profesional de Fútbol. Fue en La Romareda ante el Real Zaragoza, saliendo en el equipo inicial Gail (17), Borja (18) y Aragón (18), y entrando después Sánchez Valles (18) y Minguela (18) en sustitución de Toño y Rusky, respectivamente. La prensa deportiva nacional se hizo eco de aquel hecho insólito y valiente del entrenador, a pesar de haber perdido por 3-0.

El Valladolid no logró subir a primera división. Quedó séptimo pero Paquito dejó un gran recuerdo de su trabajo y no tardaría en retornar al viejo estadio Zorrilla, ya con el equipo en primera división. El objetivo ahora era la permanencia y la irrenunciable apuesta por la cantera.

En la campaña 1980-81 se salvó la categoría sin agobios y fueron entrando en las alineaciones más canteranos, especialmente Jorge consolidado ya como titular, sobre todo en la siguiente temporada en la que fue máximo realizador del equipo y autor del primer tanto en la inauguración del nuevo estadio Zorrilla, que sirvió para derrotar al Athletic Club de Bilbao.

Prometió entregar su 'prima' al colegio Conde Ansúrez si se ganaba al Salamanca, se ganó 3-0... ¡Y se presentó al día siguiente a las 9 de la mañana a pagar!

En la temporada 1981-82 el conjunto vallisoletano se clasificó noveno y Paquito cerró con excelente nota el trabajo de esta segunda etapa con los blanquivioletas. En el aspecto deportivo dejó un recuerdo imborrable, pero también en el lado humano fue protagonista de un hecho que ahora puedo contar.

Paquito, firmando el contrato de la primera de las dos veces en que fue entrenador del Real Valladolid.

Ocurrió unos días antes del partido Real Valladolid-Salamanca que se disputó en el viejo Zorrilla el 12 de abril de 1981, cuando mi esposa era profesora en el Colegio Conde Ansúrez del Barrio España. Implicada al máximo en su tarea docente, también buscaba estímulos que mejorasen las condiciones de vida de los chavales de un barrio marginal, y me pidió que llevara a Paquito a dar una charla a los alumnos.

El entonces técnico del Real Valladolid acudió al colegio para hablar de fútbol con ese lenguaje llano y directo que tenía y se ganó la atención de un auditorio que agradeció su charla con una emocionante salva de aplausos. Terminada la ovación, Paquito cogió una tiza y escribió en el encerado la siguiente frase: «Si el domingo ganamos al Salamanca, os regalo mi 'prima'».

Los chicos no sabían lo que era una 'prima' y menos aún el dinero que conllevaba, pero yo sí lo sabía y le dije que se olvidara del tema porque bastante había hecho con ir a dar la charla a los alumnos. Torció el gesto, cosa rara en él, y me dijo que era una decisión suya y me exigía que no hiciera público el asunto.

El Valladolid ganó por 3-0 a la U.D. Salamanca y el lunes a las nueve de la mañana apareció en el colegio para entregarle al director las 100.000 pesetas que, como entrenador, había recibido por el triunfo del equipo y que suponía el doble de lo correspondía a cada jugador.

El claustro de profesores recibió el regalo entre agradecido y perplejo porque había que dar con la clave para invertirlo de la mejor manera posible. Ayudar a las familias más necesitadas hubiera creado agravios comparativos y además el propósito de Paquito era que su gesto fuera para beneficio de los alumnos.

Y la decisión que se tomó fue la de llevar a todos los chicos del colegio a Santander porque ninguno había visto el mar. Se alquilaron cuatro autobuses y entre los excursionistas figuraba el propio Paquito, porque quería disfrutar de la experiencia. Me contaron que los chicos no pararon de gritar '¡Viva Paquito!' y de abrazarle por su rasgo de generosidad durante toda la jornada.

Algún tiempo después, cuando en una Vuelta a España llegué a Valencia, Paco fue a verme a la cabina de Radio Nacional para preguntarme si podíamos cenar juntos. Él trabajaba como jefe de la cantera del Villarreal y volví a insinuarle la posibilidad de hacer público su rasgo generoso con el colegio del Barrio España, pero se mantuvo en sus trece: «Cuando yo me haya muerto».

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