Unos situaron los hechos en la provincia de Huelva; otros, en Arcos de la Frontera. El caso es que al poco de producirse, los ecos del rumor habían hecho fortuna: todo el mundo de un área cada vez más extensa conocía la historia. El corregidor ... de la zona pretendía a la esposa del olinero. Con la arrogancia de su posición, él se le declaró. A ella le sedujo la propuesta, pero se interponía, ¡ay!, un obstáculo insalvable: el temor a que su marido les pillase. El corregidor entonces urdió un plan. Con el marido a oportuna distancia, el encuentro se produjo. Como no podía ser todo tan sencillo, apareció un personaje que alertó al molinero apremiándole para que fuera a su casa. Al llegar y ser consciente de la situación, inhibió su deseo de venganza. Rumió otro estilo de desquite. Se vistió con la ropa del potentado y, amparado en la oscuridad, se hizo un sitio en el hueco de la cama que había dejado libre el hombre que yacía con su esposa.

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Algún lugareño moldeó esta historia en forma de romance. Escribió unos pocos versos que, tras haber circulado de mano en mano, aterrizaron en torno a 1850 en las páginas del Romancero de Agustín Durán. En 1874, Pedro Antonio de Alarcón se valió de este romance para escribir la novela 'El sombrero de tres picos'. Novela que, a su vez, sirvió como base a Manuel de Falla para componer un ballet homónimo.

El texto de Alarcón embotó el filo del romance original presentando un toro picado, una versión moñas, edulcorada, recatada y moralista, una especie de versión oficial blanqueada en la que los giros de guion impiden que se consumen los adulterios cruzados, pese a que los cuatro personajes protagonistas lo desearon en algún momento.

Los de El Nuevo Mester de Juglaría sacaron la piedra y afilaron de nuevo el texto. En la versión de los segovianos «el molinero en aquella linda cama/ toda la noche estuvo como pájaro en la jaula/subía y bajaba, bajaba y subía/estuvo toda la noche hasta ser de día».

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El entrenador del Pucela, es más de esta versión. Pide a sus extremos que sean pájaros en esa jaula de cien metros que es la banda. Quiere que suban y bajen, bajen y suban como el molinero en la cama del rival. Waldo, extremo clásico, más pendiente del balón que del juego, no termina de emular al molinero. No es que el atacante extremeño no tenga voluntad, no es un problema de esfuerzo. De hecho recorre la banda, sube y baja, pero va sin convicción hacia abajo y, servidumbres del sistema, parte hacia arriba con muchos metros por delante. Por lo segundo, su participación ofensiva se limita a alguna carrera, algún buen disparo. Por lo primero, su banda se convierte en autopista sin peaje. Y eso es un mal negocio para el Pucela de Sergio.

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