Que el segundo presupuesto más reducido de la competición –inferior incluso a alguno de los equipos punteros de Segunda– y uno de los límites salariales más ajustados de la Liga, salve la categoría a falta de dos jornadas no entra dentro de lo milagroso, pero ... se le acerca razonablemente. El Real Valladolid lo ha logrado por segundo año consecutivo, y para ello ha tirado de muchas de las claves que le dieron la permanencia la pasada temporada. Conceptos como unidad, trabajo, solidaridad, orgullo, ambición... han sido llevados al terreno de juego tanto por los jugadores como por la Dirección Deportiva, la Dirección Técnica y la Presidencia. Y en estos polvos se ha formado la sólida roca basáltica en la que se ha cimentado el segundo paso del nuevo Real Valladolid. Ahora toca afrontar retos cada vez mayores, en los que el éxito será una palabra cada vez más complicada. El paso impuesto por Ronaldo abandona esta temporada la autosatisfacción y da una zancada importante.
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Con todo, las claves de esta temporada serán con seguridad las que sirvan para alicatar el futuro. Desde los despachos de Zorrilla se ha diseñado una filosofía y se ha implantado un modelo que funciona, y al que no se va a renunciar a medio plazo.
Estas son las nueve claves que explican en gran parte la permanencia esta temporada en la élite del Real Valladolid
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Así, con mayúsculas. Aunque sea una pequeña aberración tipográfica. Un concepto tan manido y sobado que ha perdido mucho de su significado, pero que en la casa blanquivioleta ha resultado de capital importancia. Todas las cabezas visibles del club han lanzado siempre el mismo discurso. Con sus pequeños matices, pero igual en el fondo, en lo realmente nuclear. Los pilares del proyecto de Ronaldo están grabados a fuego en quienes dirigen las distintas parcelas del club, y la institución no se sale de ese camino. El mensaje de coherencia ha sido tan poderoso, que él mismo genera la inercia necesaria para solventar los malos momentos. Competitividad, revolución, social y transparencia son los ejes de la filosofía blanquivioleta, y todos la siguen. Desde Espinar al entrenador del alevín B. Y cuando un club funciona se da el primer paso.
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en los malos momentos. En una temporada ha buenos, malos, buenísimo y peores momentos. Instantes en los que un mal resultado hace pensar que todo se hunde y días en los que una victoria especial provoca el pensamiento de que todo está logrado. Es la mezcla del fútbol con el ciclotímico carácter español. El Real Valladolid ha sabido capear esos temporales, en positivo y en negativo, con mensajes uniformes de sus tres cabezas visibles: David Espinar, Miguel Ángel Gómez y Sergio González. En ningún momento han dejado traslucir nerviosismo, lo que ha reafirmado las sensaciones positivas de la plantilla. A los profesionales les acaba siempre por afectar las marejadas exteriores porque su oleaje acaba por romper las paredes del vestuario. En el Valladolid el rompeolas formado por las tres cabezas más visibles ha sido siempre eficaz para detener las críticas y para contener los elogios.
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Sergio-Miguel Ángel. Uno de los factores que suele contribuir de manera capital al fracaso de un equipo que lucha por al permanencia es la desconexión entre la parte técnica y la deportiva. Un cortocircuito en ese cable de alta tensión deviene en incendio generalmente. El Espanyol o el Leganés de este año son dos buenos ejemplos. El Valladolid de Mendilibar y Olabe, otro.
En el Pucela de 2019-20 ha ocurrido exactamente lo contrario. Ya venía ocurriendo desde la pasada temporada, pero en esta la comunión entre técnico y director deportivo ha alcanzado cotas propias de la exactitud con la que se desempeña un motor de Fórmula 1. Uno y otro se han volcado en facilitar el trabajo al otro, lo que ha redundado en un ambiente tan positivo que varios jugadores de la primera plantilla no han dudado en destacarlo. Incluso alguno de los que llegaron en verano y se fueron en invierno no ha dejado de resaltar lo cómodo que es para un futbolista comprobar con hechos la sintonía entre quien le contrata y quien le tiene que poner a jugar.
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Uno de los hechos que explican la permanencia de la temporada 2019-2020 fue que el Real Valladolid sabía desde el debut en Gerona a que quería jugar y cómo quería hacerlo. Aquel encuentro acabó 0-0, pero marcó la pauta de lo que debía ser esta temporada. Planificación y aprovechamiento de los recursos.
El Valladolid, lo recordarán, abrió esta campaña con victoria en el Benito Villamarín. Allí se vio lo que iba a ser el Pucela del segundo año en la élite. Y lo que se comprobó es que los blanquivioletas iban a ser un equipo ordenado, organizado defensivamente en tres líneas muy juntas y con una clara vocación de contragolpear.
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Conocer desde el primer momento qué quiere el técnico es primordial para los futbolistas, a los que suele molestar que se diga que su equipo no sabe a qué juega. El Real Valladolid lo sabía desde el año anterior, pero en esta temporada ha tratado de conducir esa filosofía un poco más allá. Y los jugadores han creído en la idea.
La prueba está en la salvación, por supuesto, pero también en la intensidad de los entrenamientos en la gira por Estados Unidos. Allí, pese a los naturales problemas de un periplo y de alguna que otra novatada producto de la inexperiencia, el grupo tomó conciencia de lo que quería de ellos el cuerpo técnico y comprendieron que con las limitaciones presupuestarias, lo que proponía el entrenador era lo más inteligente y sensato para luchar por mantener la categoría. Y abrazaron con cierto fervor de conversos esa filosofía y todos se aprestaron a cumplir papeles que tocaba desarrollar, aunque no fuera lo ideal.
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Hace unas semanas Orellana pasó el reconocimiento médico. Aún no se ha hecho oficial su fichaje –es de esperar que se haga en estos días, una vez acabada la pretemporada–, pero en Twitter alguien publicó una viñeta en la que se veía a dos aficionados charlando y en la que uno de ellos le preguntaba al otro: «¿Y a Orellana ya le han dicho que con Sergio los extremos defienden más que atacan?»
La frase es exagerada, pero significativa en cuanto a describir el sistema de ayudas y coberturas que tiene diseñado el Real Valladolid. Esta temporada casi nunca se ha defendido por acumulación, se ha hecho por posición. Y de esta manera, cada vez que el rival sorteaba a un pucelano, se encontraba con otro que le atacaba para robarle la pelota y con un tercero que, a pocos metros, estaba presto a ayudar a su compañero. Ayudas, coberturas, equilibrio. Tres palabras que explican el entramado defensivo tejido por Sergio y sus hombres, y que ha sido definido como un dolor de muelas para los rivales. Una idea de juego poco vistosa, pero efectiva. Y ahora se trataba de salvarse, no de jugar bonito.
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Cuando un equipo deportivo inicia una nueva temporada –y las temporadas no empiezan después del verano, comienzan mucho antes de que termine la anterior–, es habitual que lo haga con un análisis previo de los recursos de que dispone y del rendimiento que considera que pueden ofrecer los jugadores. En función de estos dos parámetros, se fija el objetivo de la temporada. Y el Real Valladolid ha sabido gestionar un asunto tan delicado con exquisita corrección.
Los futbolistas suelen tener dos ideas en mente al iniciar una competición: ganar y cobrar. En la Liga actual lo de cobrar está garantizado, así que los jugadores se centran en hacer su trabajo. Y para ello han de tener claro qué se espera de ellos. Y ahí el club ha sabido transmitir el mensaje con eficacia. Ni en los mejores ni en los peores momentos se ha exigido al plantel que cambiar el foco. Desde el primer día la meta era la salvación, y no se ha permitido que nada ni nadie distrajera de ese camino.
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Más aún. Desde la presidencia se ha dejado claro que el objetivo iba a ir cambiando paulatinamente por cuanto se fijó un objetivo: en cinco años hay que pelear por estar en Europa. Y el vestuario valoró que se dijera pelear y no se utilizara el verbo estar. Detalles que ayudan, y mucho, a mejorar la tranquilidad de los profesionales.
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Miguel Ángel Gómez es licenciado en Psicología y entrenador nacional. Sergio González es exfutbolista y entrenador nacional. Y de ese coctelera ha salido desde el primer minuto una bebida cuyo principal ingrediente era buscar el convencimiento del profesional por la vía de los argumentos y no de la imposición.
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Lo dijo el pasado sábado el míster en su última comparecencia antes del partido de ayer : «El Valladolid se ha mantenido en Primera División porque hemos jugado para ello. Es un grupo que ha encajado perfectamente las consignas que les hemos transmitido desde la Dirección Técnica. Y, más importante, han creído en ello. Han sabido que era el plan perfecto y han puesto todo los demás: el sacrificio, el fútbol, el esfuerzo... Están muy bien arropados, pero el mérito es de ellos».
Como señala muchas veces Javier Yepes, el futbolista es de natural egoísta y solo confía en el entrenador que le conduce a la victoria y a satisfacer su ansia competitiva. Y las tácticas, los sistemas y los movimientos están muy bien, pero si no se gana, de poco sirve.
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Sergio y su grupo, con el refuerzo del equipo de la Dirección Deportiva, han logrado que los profesionales fueran no solo conscientes de sus limitaciones, también de que solo había un camino para lograrlo: todos juntos, ayudándose y colaborando con generosidad.
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Durante el confinamiento, Sergio y su equipo mantenía continuas reuniones telemáticas. Tenían claro que el fútbol regresaría y que cuando eso sucediera el equipo debía estar tan preparado como lo ha estado en estas dos últimas temporadas en el inicio de la competición. Y trazaron el plan. Y encontraron el apoyo de los jugadores, que lo siguieron a rajatabla. Y cuando se pudo volver a entrenar hubo satisfacción general por la profesionalidad de la plantilla, que llegó a la vuelta a trabajo en unas condiciones de tono muscular y valores aeróbicos más que notables.
Y el Pucela fue mejor que el Leganés, que el Barcelona, que el Valencia. Y aguantó las embestidas de Celta o Alavés y se las tuvo tiesas con un confundido Atlético de Madrid. Pero todo ello no fue fruto de la casualidad y sí de una muy buena gestión del esfuerzo por parte del cuerpo técnico y médico y de un muy buen trabajo cuando nadie los veía.
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Un articulista de la prensa deportiva nacional tuvo un día la desfachatez de escribir que si el Valladolid no se presentaba a jugar un partido nadie le echaría en falta. Aquel menosprecio ha tornado ahora en un grupo de futbolistas y de profesionales extraordinariamente orgullosos de pertenecer al Real Valladolid.
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Y mucha parte de culpa de ese orgullo está en la forma en la que el club ha gestionado todos los problemas de la pandemia y el confinamiento.
Para empezar, todas las decisiones trascendentes se tomaron consensuadas con la plantilla y sus responsables. La más llamativa la de renunciar a los test de la covid cuando el país era un clamor por la falta de pruebas médicos a esos sanitarios a los que se salía a aplaudir cada día. Sabían que era ir contra una decisión de Tebas, pero nadie dudó. Otro ejemplo sería la renuncia del club a presentar un ERTE y negociar rebajas con los jugadores en función de diferentes criterios. El primer equipo que lo planteó. Y, como señalaron algunos jugadores, enorgullece ver que el Barcelona tiene que recurrir a algo a lo que tu renuncias.
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