Ocurrió hace poco más de un mes. El concejal de Deportes en el Ayuntamiento de Valladolid posaba sonriente junto a la camiseta del Atlético de Madrid durante un acto organizado por un club de la ciudad. Fue la imagen de la desilusión, del desencanto. Como ... el telonero que descubre que su chica lo abandona por la estrella del rock. Quiso el Real Valladolid parafrasear a Julio César. Et tu, Brute?, ¿tú también Bruto? ¿Tú también Ayuntamiento?, porque ante sus ojos han ido desertando casi todos, poco a poco, como con cuentagotas, hasta el mismo Consistorio.
Quizá la nueva política sea eso también, pensé. Posar con la camiseta de un club madrileño que compite con el Real Valladolid por sumar seguidores con los que sobrevivir primero, y crecer, después. Al fin y al cabo, el destino manifiesto de esa política de nuevo cuño no permite que se mantenga estática y recluida en un solo municipio, sino que su tendencia natural es la de expandirse, unificar territorios y eliminar fronteras; y, desde ese punto de vista, el Atlético de Madrid no sería otra cosa que una entidad tan cercana, tan nuestra, tan de la gente, como podría serlo el Real Valladolid.
Así, el club que después de muerto, como el Cid Campeador, trata de ganar su batalla particular de alcanzar los play off, con todos sus errores y defectos, en el momento más importante del curso, se ve solo. Sin las Instituciones, y sin la ciudad en su conjunto, que responde a cada nuevo horario, a cada promoción de entradas, a cada llamamiento desesperado con tantas excusas, que me las imagino llegando a las oficinas del estadio José Zorrilla en miles de sacas como las que llevaban las cartas remitidas a Santa Claus en la película Milagro en la Ciudad. Acompañado tan solo por los apenas ocho mil fieles de siempre, como los 300 del rey Leónidas camino de las Termópilas, que decidieron mantenerse en su sitio cuando el equipo menos lo merecía porque entendieron que era cuando más lo necesitaba.
Solo vos y yo comprendemos este amor reza una pancarta en el estadio del Racing de Avellaneda argentino. Quizá en eso se resume todo. El Real Valladolid, con sus triunfos y sus derrotas, con sus rayas, con su escudo y con su soledad no es otra cosa que un sentimiento reservado para unos pocos incomprendidos.
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