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jesús moreno
Jueves, 2 de junio 2016, 09:01
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jesús moreno
Jueves, 2 de junio 2016, 09:01
La situación recordaba a la de Vito Corleone después de ser acribillado por la espalda mientras compraba fruta: un hospital vacío, fantasmal, alejado de los lujos de aquellas otras clínicas de primera a las que no hace tanto acudía. En la puerta, a modo de ... guardaespaldas, unos pocos valientes dispuestos a simular una pistola en el bolsillo del abrigo o a poner la otra mejilla si con eso evitan que el Don sea rematado pues, al fin y al cabo, no dejan de sentirlo como parte de la familia. Y, por fin, un enfermo -otrora respetado- viejo y cansado, tan acosado por todo y por todos que le han dejado en la frontera entre una vida y la otra. Moribundo, traicionado por alguno de los suyos y tan debilitado que con cada nueva intervención que sufre se le escapa como agua entre las manos los últimos alientos de vida, por más que se empeñe en poner sus fuerzas al servicio de la existencia, de la suya propia. Esa era la situación del Real Valladolid antes del inicio del partido del pasado domingo. La de un equipo triste y desamparado que pelea, cuando todo parece perdido, por seguir viviendo.
Dije hace un par de semanas que el Real Valladolid había pasado de no presumir de permanencias en Primera a, casi, vender como un éxito conservar la categoría en Segunda División. Sin embargo, un minuto después de que el árbitro pitara el final del partido de Elche recibí un mensaje de un amigo que me hizo pensar. «Hoy ha sido uno de los días más importantes en la Historia del Real Valladolid y la gente no se da cuenta». No se refería a la satisfacción del deber cumplido; tampoco solicitaba celebraciones en fuentes cercanas ni reconocimientos para nadie. Simplemente, trataba de poner de manifiesto que la entidad había salvado la temporada más aciaga de los últimos cuarenta años en la que había existido un riesgo real de defunción, de desaparición, o de refundación. Desconozco si el Pucela utilizará la fecha de aquel último domingo de mayo como una nueva onomástica o servirá para brindar, a modo de punto de inflexión, por el no cumpleaños al estilo de lo que hacían Alicia, la Liebre y el Sombrerero Loco en el País de las Maravillas; pero de lo que estoy seguro es de que gracias al empate en Elche el Real Valladolid, que a estas horas podría estar encomendando su alma al Altísimo, volvió a nacer.
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