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santiago hidalgo chacel
Domingo, 6 de marzo 2016, 11:28
Este mundo tiene la innegociable facilidad de dificultar lo que es sencillo; complicarlo todo a más no poder, quizás por el afán de que lo básico y cotidiano no es moda y que lo artificioso, sobreestructurado, recargado y empalagoso vende más, quizás porque se puede ... pagar más precio por ello. O dar más valor. Así despreciamos un huevo frito con patatas y lo sustituimos por una tortilla deconstruida con suflé de boniatos.
Con el fútbol pasa algo parecido. Nos quedamos con los envoltorios, con los accesorios. Como dijo el mítico masajista del Real Valladolid, Joseba Aramayo, a través de un whatsapp (y es desde donde nace este intento de reflexión balompédica): «Con tanto vídeo de los rivales, pliegues de grasa y vitaminas por doquier, nos olvidamos de lo principal. Se está perdiendo la esencia». Y continúa argumentando: «Hoy hay mucho tecnicismo. Está claro que se ha mejorado con la medicina, conocimientos técnicos pero perdemos el fútbol». Tal vez porque no se cae en la cuenta de que es el jugador el que juega y que, en su origen, este lo hizo para divertirse y que, divirtiéndose, llegó hasta donde ahora está.
Como los niños que comienzan a copiar precisamente esa parte colateral del juego. Un regate, una filigrana, un gesto al celebrar el gol, un penalti indirecto, una rabona, antes que una acción en beneficio del colectivo, que posicione para mejor a tu escuadra. Esas, como no se les da valor, quedan en el anonimato. Joseba lo dice así: «Los chavales jóvenes y los niños toman todo eso como ejemplos y muchas veces hacen las mismas tonterías que los grandes, como por ejemplo festejando un gol». Lo dice alguien con más de cincuenta años de fútbol en sus espaldas.
Algunos de los grandes clubes pretenden hacen equipos con las figuras y no acompañan a los equipos de las genialidades necesarias. Así les va. Y al aficionado se le envuelve más en el espectáculo, los aderezos, las historias extrafutbolísticas (si son polémicas mejor), que en lo que de verdad es este deporte. Se llega así a más público, sin duda, aunque el verdadero y entendido chirríe ante este formato... «Se habla más del entorno del futbolista que del balón. Al final convertimos esto en una telenovela», dice Aramayo.
El uso de la pizarra
Y así se premia al mejor. Hoy preocupan más los premios individuales de goleadores, zamoras y botas de oro que los colectivos, los verdaderos del juego, pero respecto a los premios individuales, se cuestiona Aramayo. «Cuando se pregunta quién es el mejor futbolista. Yo siempre digo: ¿En qué puesto? Porque Messi es Messi, evidentemente, pero debería haber 11 balones de oro. Uno por cada puesto».
Los propios entrenadores contribuyen muchas veces a dificultarlo todo. Según El Pibe, «los técnicos se preocupan más de los equipos contrarios pero no lo hacen de su propio equipo», y aquí se condenan al error ya que «los futbolistas entienden de práctica. No de teoría. Con Maturana, por ejemplo, prosigue Aramayo, su sistema defensivo era difícil de explicar pero con la práctica los jugadores lo cogieron rápido». La reflexión de Joseba es rotunda: «De los mejores entrenadores que he visto aquí solo utilizaban la pizarra para poner: Mañana entrenamos a las 10.30». Rotundo.
Los futbolistas también han cambiado. «Antes, Juan Carlos, Borja iban a entrenarse en el campo pequeño de tierra detrás del estadio viejo y llevaban su propio jersey. Iban andando, en autobús o en bicicleta. Ahora, si no les llevan sus padres no van a entrenar. Son más señoritos. Menos sacrificados porque no les falta de nada. Un futbolista antes era incapaz de mirarse en el espejo cuando saltaba al campo. Ahora cuando no hacían más que retocarse el pelo, yo les decía: ¡Que vas a jugar, no a un desfile de modelos!».
Resumiendo, hacemos condicionar muchos factores exógenos del fútbol como si el control de estos nos fuera a dar el resultado pretendido, pero sabemos que el fútbol y la pelota muchas veces mandan y a veces demasiado. Y que su suerte es redonda. Vestimos tanto el fútbol, lo decoramos, vendemos lo superficial que todo esto nos hace quizás olvidarnos de la esencia.
En una ocasión la anécdota la cuenta el exfutbolista central blanquivioleta Santamaría después de un entrenamiento, El Pibe Aramayo preparaba un picoteo, como hacía muchas veces en el vestuario. En eso sí, para hacer equipo.
En estas que rellenó una botella de Vega Sicilia con vino de tetrabrik Don Simón y fue echando un poquito, muy poco, a cada uno de los jugadores para que «probáramos ese excelente vino». Tras los halagos de unos y otros, Aramayo les diría a todos los que estaban allí concentrados la verdad dándoles una cura de humildad en toda regla: «Señores, el mejor vino no es el que aparente es el que te guste», les dijo. Como el fútbol.
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