La verdad de Llacer

Jugó con el Real Valladolid en Tercera, Segunda y siete encuentros en Primera, aunque esta fue «una época triste». Cuñado de Julio Cardeñosa, estuvo a punto de firmar por el Madrid pero recaló en Pucela, donde en un momento de su vida se cuestionó su profesionalidad

santiago hidalgo chacel

Domingo, 28 de febrero 2016, 12:57

A Manolo Llacer (Reinosa, 17 de febrero de 1950) su padre le enseñó a vestirse por los pies. A ser honesto, a dar un puñetazo encima de la mesa ante la injusticia y a alzar la voz y ser vehemente dentro del pedazo de pan (o dulces pantortillas de su tierra) que es su corazoncito. Eso mientras no le toquen la fibra y hagan despertar al ogro.

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Llacer como también Rusky, su mejor amigo, todavía rememoran un encuentro entre el Valladolid y el Barcelona Atlético disputado en el Viejo Zorrilla, en el que el delantero entonces en las filas blaugrana lesionó a varios jugadores blanquivioleta. Al acabar el partido en el túnel de vestuarios, Rusky se topó de entrada con el puñetazo de Antonio Santos y antes de que pudiera tocar el suelo, con el otro guantazo de Llacer desde el lado contrario que llevó al catalán a bajar las escaleras rodando. Ahora es motivo de risas entre ellos.

Con 16 años jugaba en Tercera división en el Naval de Reinosa hasta que su tío Camilo le llevó a Madrid para firmar por la entidad merengue y su equipo de aficionados. «Me daban 125.000 pesetas de ficha, 7.000 de sueldo y el hospedaje en un hotel, con la obligación de estudiar, eso sí». Sin embargo, su tío no le dejó porque «me decía que allí me iba a echar a perder, que era de pueblo». Firmó entonces por el Real Valladolid para jugar en tres equipos a la vez: juvenil, aficionado y Europa Delicias por unas escasas 1.000 pesetas, aunque cerca de su tío que aquí residía.

Cuando el primer equipo descendió a Tercera, todos los componentes del Europa Delicias subieron en bloque para retornarle a Segunda la campaña siguiente. Allí estaba también Julio Cardeñosa, al que la Federación Oeste no quería tramitar su ficha al no pasar el reconocimiento médico por endeble y fifiriche. Ahora, ¡vaya fútbol tenía en sus botas!

Con Julio fraguó una amistad que terminó en familia y en cuñados. «Cuando mi entonces novia, luego mujer, Agustina, venía a verme a Valladolid, yo siempre decía que acudía con la Guardia Civil, refiriéndome a su hermana Uca. Un día Julio me dijo que él me la quitaba de encima y se ocuparía de ella y hasta ahora».

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Llacer recuerda los viajes después de los partidos. «Julio y yo nos marchábamos a ver a nuestras novias a Reinosa. Su madre Lucila nos echaba unas broncas terribles porque nos escapábamos hubiera hielo o nieve en la carretera. Un día rompimos la luna del Simca 1200 dejamos el coche en Alar del Rey y tuvimos que buscar un taxi. Venía a 90 y nosotros insistiéndole en que pisara el acelerador que no llegábamos a entrenar».

En el Valladolid jugó diez años. En Tercera, Segunda y una campaña con apenas 7 encuentros en Primera. El ascenso se produjo en la campaña 79-80, tras la victoria por 1-0 ante el Racing de Santander en la penúltima jornada disputada en Zorrilla. En la recta final, Llacer hizo un paradón a su paisano Juan Carlos y salvó el empate. El marcador Dardo reflejó entonces la derrota del Castellón con Osasuna así que cuando se encaminaron al vestuario, Llacer y los jugadores blanquivioleta ya sabían de su ascenso matemático. «Recuerdo que me abracé a Aramayo», dice Manolo, que siempre soñó con llegar a Primera. Sin embargo, cuando lo hizo, sus relaciones con los dirigentes no eran precisamente buenas: «Fue una época triste. Por problemas extradeportivos los tres últimos años no fueron positivos», declara. Pese a ello, para él siempre ha sido su Valladolid. El sonido de su teléfono móvil con el himno del Pucela lo atestigua.

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Llacer confiesa: «Nunca me vendí y nunca acepté una prima por perder». En mayo de 1978, el Real Valladolid, sin nada en disputa, se enfrentaba en Zorrilla al Oviedo, implicado en el descenso a Segunda B. Un futbolista ovetense se puso en contacto con él para ofrecerle 7 millones de pesetas si se dejaba meter un gol. La reacción de Manolo fue dar parte inmediatamente a su entrenador, secretario técnico y a su presidente, Fernando Alonso además de Gonzalo. Fernando se ponía en contacto por teléfono con el estamento federativo para denunciar el hecho. En la Dallas aguardaba el contacto y Llacer acompañado de Paquito y de Santi Llorente acuden al estadio, pasan por la cafetería y lo ven. Nadie hace nada, ni si quiera la federación que estaba informada. Al parecer, el otro equipo implicado, el Getafe, primaba al Valladolid por ganar Al final, ni una cosa ni la otra. Empate a cero, descenso del club carbayón y una fotografía de Manolo con una gabardina cuando iba al estadio y un titular inculpatorio en La Nueva España: Llacer ¿esperando la prima del Oviedo?. Con la honradez cuestionada, el guardameta fue citado en las instancias federativas a prestar declaración junto a Gonzalo Alonso y Paquito porque además habían desaparecido 5 millones. Allí salió a colación la llamada del presidente blanquivioleta a la Federación denunciando el hecho previamente, su pasividad... Llacer se echó la mano a la camisa, alzó la voz, soltó algún improperio y sacó una cinta donde señalaba que toda la conversación de la mañana estaba allí grabada. Alguno se puso nervioso y reculó. Y con el compromiso (prohibición) de que no contara nada a la prensa que allí esperaba, y por defender a un Real Valladolid que se dijo que «si no, pagaría las consecuencias», Manolo, aunque fue perjudicado y solo defendido por su amigo José Luis Blanco y por algunos periodistas como Javier Ares y José Luis Parra, se mantuvo callado. Lo que no se supo entonces es que la baza de Llacer, aquella famosa cinta, en realidad estaba en blanco.

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