santiago hidalgo chacel
Sábado, 24 de enero 2015, 11:30
Al igual que el ahora casi derruido Lucense era la parada obligatoria para los que acudían a ver las corridas de toros, así también el Dallas, justo en la otra esquina, era el sitio emblemático donde juntarse la parroquia futbolera antes y después de ver jugar al Real Valladolid en el antiguo Estadio José Zorrilla del paseo del mismo nombre. Allí se estilaba entre el aficionado esa costumbre española del café, la copa y el puro, tan típicos en ambos espectáculos. No se concebía una cosa sin la otra.
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Pero la cafetería Dallas era, además, el lugar donde se concitaba la plantilla blanquivioleta. Antes y después de los desplazamientos, tras los entrenamientos. Incluso se decía que las chavalas se acercaban por allí a ver si pescaban un novio futbolista que, aunque no fuera como ahora, te garantizaba una vida más o menos desahogada.
En 1964 se levantaba en Valladolid el primer rascacielos de la ciudad: el edificio de Las Mercedes. Con 20 plantas y una altura de 70 metros fue, hasta que se construyó el Duque de Lerma, el más alto de Castilla y León. En su esquina principal, dos años después, Faustino Ruiz, el abuelo de Ángel, acondicionó el local y lo bautizó como cafetería Dallas, rememorando la ubicación del asesinato de John Fitzgerald Kennedy que conmovió al mundo. La moda se extendió y eso hizo que además del Dallas se abrieran otros como el Dakota o el Kansas, y es que lo americano tenía su tirón. Con tres plantas, la de abajo fue al principio en diferentes etapas una whiskería donde se servían cócteles, un reservado para las parejas y un tablao flamenco. En la del medio estaban la barra y las mesas y, arriba, más mesas y los servicios.
«Mi abuelo comenta Ángel RuizGrajal ya había regentado otros establecimientos como el café El Norte o el Coimbra, el actual Corinto, un lugar de alto copete dotado de limpiabotas y de personal que te recogía el abrigo o la capa». Al año y poco de inaugurarlo, Faustino se cayó por las escaleras y quedó postrado en una silla de ruedas, así que el negocio pasó a su hijo, también de nombre Faustino, que dejó la Caja Popular para atender a los clientes tras la barra. Y con él, después, dos de sus seis hijos: Manolo y Ángel. Este último jugó en categorías inferiores con la camiseta del Real Valladolid y tiene el honor de haber sido entrenado por los exfutbolistas Puig Solsona, Mellado o Cacho Endériz.
Dallas se encontraba en un sitio estratégico de paso para ir al Estadio Zorrilla. Al poco tiempo se acondicionaron unos toldos semicirculares blancos y violetas en la terraza para mimetizarse aún más con la afición del Pucela. Esta terraza, en ocasiones de 60 mesas, que llegaba a juntarse con la del Lucense, funcionaba como un cohete los días del partido y había contratados hasta doce camareros. La zona de Las Mercedes y calle Estadio, por lo demás, era la ubicación donde residían muchos futbolistas como Rusky, Pérez García, Llacer Un barrio muy futbolero.
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Lo típico de la cafetería eran «la ensaladilla o la tortilla. Los jugadores después del entrenamiento almorzaban allí en muchas ocasiones», comenta Ángel. Pero es que, además, se fijó la costumbre a comienzos de los setenta de que el autobús del primer equipo que llevaba Manolo y también de los filiales partía desde Dallas y llegaba allí tras los desplazamientos. Aparte, muchas niñas salían del colegio para ver a los jugadores. «Una foto, un besito y las chicas de las Agustinas se iban tan contentas», dice Ángel.
Con la construcción del campo nuevo en el barrio de Parquesol, con motivo del Mundial 82 ,y el viejo estadio convertido en unos grandes almacenes, Dallas dejó de ser lugar de paso de la parroquia futbolera, se reconvirtió en un restaurante de menús del día aunque por comodidad se mantuvo en el tiempo como centro de la expedición blanquivioleta para los viajes. «Si mal no recuerdo, estando en el campo nuevo, el primer equipo seguía saliendo desde aquí. Pero llegó creo que fue Benítez o Espárrago y decidieron cambiarlo: «¡Cómo vamos a salir de una cafetería si somos un equipo de Primera División!», decían. «Aun así, a Aramayo o a Camilo Segoviano les iba a buscar el autobús a Dallas y desde allí subían al estadio», apunta Ángel.
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La relación a base de cafés con jugadores y entrenadores a lo largo de todos los años es extensa hasta 2003, año en que se cerró Dallas y Ángel decidió abrir un nuevo local en la calle Vinos de Rueda: La Brocheta.
La timidez de Fernando Hierro, siempre al lado de su hermano Manolo «para que no se perdiera»; la caballerosidad de Cantatore, «una persona estupenda, muy educada. Se podía decir como al difunto Manzanares cuando hacía el paseíllo: ahí va un señor». Otros que «venían mucho como Walter Lozano, Gonzalo, Richard, Minguela, Rusky, Juan Carlos, Eusebio, Caminero, los colombianos... Maturana, que hablaba tan bajo que no le escuchabas casi ni para pedir café. Muy despacio y muy bajito Recuerdo el licor Drambuie que tomaba Aramayo o el conocer cómo quería cada uno su café».
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Pero ninguno, sin embargo, como ese futbolista de la década de los ochenta que antes de subirse al autobús pedía un té con su correspondiente tetera y dentro les decía a los camareros por lo bajinis que le pusiesen un whisky a palo seco. ¡Tendría necesidad de dilatar los vasos sanguíneos!
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