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Mágico González, en una imagen de 1985 con la elástica blanquivioleta. El Norte
Mágico, el genio al que se le enfrió la lámpara en Valladolid

Mágico, el genio al que se le enfrió la lámpara en Valladolid

Un 12 de abril de 1985 el extravagante jugador salvadoreño hacía las maletas para regresar a Cádiz después de cuatro meses y diez partidos vistiendo la elástica blanquivioleta

Domingo, 12 de abril 2020, 09:03

«Reconozco que no soy un santo, que me gusta la noche y que las ganas de juerga no me las quita ni mi madre. Sé que soy un irresponsable y un mal profesional, y puede que esté desaprovechando la oportunidad de mi vida. Lo sé, no me gusta tomarme el fútbol como un trabajo». ('Mágico González, El genio que quería divertirse', editorial Altamarea, 2019)

La novela de Marco Marsullo mezcla hechos reales con situaciones producto de su fantasía que hilvana a través del relato de un taxista llamado Mágico González. Un relato que salta de El Salvador a Cádiz donde forjó su leyenda futbolística.

«La ciudad andaluza decidió adoptarlo dibujando su nombre en las paredes del puerto y marcando cada esquina con el número once, el que lucia en la camiseta», cincela el escritor napolitano. Porque la historia de Mágico es la de Cádiz, la tacita que rebosó apenas puso un pie por primera vez. Por su magia con el balón pero también por su especial forma de entender la vida. «Solo juego para divertirme», se le escuchó decir en no pocas ocasiones. Una frase que igual servía por el día, donde aficionados y compañeros de vestuario lo disfrutaron al máximo, como por la noche donde solía refugiarse abrazado a la vida. Lo suyo era regatear al aburrimiento. A los rivales de día; al alcohol de noche, donde hizo muchos más amigos por su carácter afable y generoso. Porque a Jorge Alberto González Barillas (El Salvador, 1958) se le recuerda más despierto de noche que de día, y sin embargo era de día, con un balón en los pies, cuando hacía soñar a todos los aficionados al fútbol ya fueran propios o ajenos.

«Ningún niño vallisoletano, ahora ya adulto, contará a sus hijos con emoción sus regates, sus asistencias, sus goles. En Valladolid, donde el Mago perdió su varita, nadie hablará de él con los ojos llenos de lágrimas...», escribe Marsullo en un pasaje de su libro. Pura fantasía.

La prueba más palpable es que apenas bastaron diez partidos jugados en los escasos cuatro meses que flotó sobre el estadio Zorrilla para encandilar a entendidos y profanos. El genio salvadoreño tuvo en jaque a Fernando Redondo, entrenador blanquivioleta en la temporada 84-85, y también a unos cuantos directivos y miembros del cuerpo técnico pero de puertas afuera dejó boquiabierto al más pintado, no importaba su interés por el fútbol.

De hecho, su llegada a Valladolid fue también de lo más estrambótica. Tuvo lugar con la temporada en marcha debido al cansancio de su club de origen y también del propio jugador, y lo que en principio bien pareció un contrato de cesión acabó siendo un traspaso de meses bajo el compromiso de un traspaso de vuelta al finalizar el curso. Como no podía ser de otra forma, también su pase se firmó de madrugada y después de una negociación enquistada que llegó a buen puerto en una conversación entre los presidentes Gonzalo Alonso y Manuel Irigoyen cuando el jugador dormía en una habitación de un hotel de Madrid a la espera de respuesta. A las dos y media de la mañana se le hizo bajar a firmar el contrato (8 millones de las antiguas para el Cádiz), y un día después, nevado como se despertó aquel 11 de enero de 1985, Mágico González se abrigaba poco antes de dar sus explicaciones. «Mira, si no iba a veces a los entrenamientos (en Cádiz) no era porque trasnochara o porque me quedase dormido. Simplemente, no me apetecía, no encontraba motivación alguna para entrenar. Para mí, eso no tenía sentido», acertó a decir, parco en palabras, en su presentación ante los medios de comunicación de Valladolid sobre su salida de un Cádiz por entonces en Segunda División.

El Norte publicaba el 12 de enero de 1985 la presentación y primer entrenamiento de Mágico en Valladolid.

El mismo jugador que en su día rechazara su pase al FC Barcelona o al PSG por una ciudad del Sur como Cádiz, recalaba en el Real Valladolid con el termómetro bajo cero y a escasos días de la visita del Real Madrid al Viejo Zorrilla. «No vengo en plan de salvador del equipo ni a que los aficionados se olviden de Da Silva. Ya he dicho que tengo gran ilusión por jugar en Primera División con el Valladolid y estoy interesado en quedar bien con unas personas que me han brindado su confianza y la posibilidad de militar de nuevo en esta categoría», apuntaba entonces medio tiritando, en una presentación en sociedad recogida para El Norte de Castilla por Javier González.

Aquí compartió vestuario con jugadores como Fenoy, Richard, García Navajas, Gail, Luis Minguela, Jorge Alonso, Pato Yáñez, Pepe Moré, Fonseca o Manolo Peña, pero también con un jovencísimo Juan Carlos Rodríguez, 'el galgo' que años después se proclamaría campeón de Europa con el FC Barcelona. «Le ví hacer cosas que no he visto a nadie hacer», recordaba años después Juan Carlos, que seguramente tampoco olvida una de las escenas que más marcaron el paso de Mágico González por Valladolid. La de su convocatoria por consenso del vestuario en aquel encuentro en el que acabaría cantando el alirón el Barça. Lo recuerda Juan Carlos pero lo relata Fernando Redondo 35 años después. «Habíamos entrenado por la mañana y él apareció con media hora de retraso, se vistió y ya por la tarde nos concentramos como hacíamos habitualmente en El Montico pero decidí no citarle por esa falta de respeto hacia sus compañeros», explica Redondo, que esa tarde se las tendría tiesas con Gonzalo Alonso. «'¡Te pones tú de entrenador y me pongo yo de presidente!'», le espetó por entonces el técnico antes de alcanzar un entendimiento cordial. Gonzalo habló con los capitanes y le trasladó a Fernando la solución. «Haremos una encuesta entre los jugadores y que sean ellos, los agraviados, los que decidan si Mágico entra o no en la convocatoria».

Con voces contrarias, el vestuario votó a favor y el salvadoreño no solo jugó sino que le marcó al Barcelona aunque posteriormente fallara un penalty. Aquel fue uno de los tres goles que marcó como blanquivioleta, no el más recordado en palabras del propio Fernando Redondo. Los anotados en La Condomina y La Romareda los recuerda como si los hubiera celebrado poco antes del confinamiento. «Mora estaba en la portería e Higinio era un central aguerrido que tenía el Murcia. Aquel fue un balón aéreo que controló Mágico poco antes de deshacerse del central con un sombrero y batir al portero de vaselina. Hablamos del minuto 10 o 15 de partido porque nada más marcar me pidió el cambio por un pinchazo», rememora poco antes de irse a La Romareda. «Cedrún de portero y Canito de central, Mágico se adelanta a la jugada en un saque en corto desde la portería y marca desde fuera del área también de vaselina. ¡Era una maravilla las cosas que hacía!», apunta Redondo, muy a pesar de los dolores de cabeza que le trajo aquel fichaje impuesto. «Era capaz de dar toques al balón desde el campo al vestuario, pasando por el túnel y las escaleras, y depositarlo en la cesta de la ropa sin que tocara el suelo. ¡Ni Eusebio, que era el más técnico, pasaba del quinto escalón!», exclama hoy.

Como ésta, cientos de anécdotas jalonan sus escasos cuatro meses en la ciudad en los que, al igual que sucedió en Cádiz, compaginaba una doble vida. Mientras el Mágico de noche se entregaba a una vida disipada y desordenada pese a las atenciones que le procuraba un mayordomo de su confianza, el Mágico de día era una caja de sorpresas. «En un partido de Copa de la Liga con el Antequerano que ganamos muy fácil -8-0, concretamente, en un partido que se disputó el 11 de abril- nos pasamos los noventa minutos gritándole para que corriera detrás del balón. En una de esas veces él se dio la vuelta y me soltó: 'Pero míster, ¡no ve que pasan la pelota como Clos'!», en referencia a aquel delantero del Barça poco dotado técnicamente.

Precisamente aquel desorden de vida le procuró no pocos problemas físicos que impidieron que pudiera jugar más partidos con la camiseta del Real Valladolid. «El trato era imposible», se lamenta Fernando Redondo, que sonríe al comentar una escena que resume la filosofía de vida de aquel genio. «Un día terminamos un entrenamiento y recibo la llamada de Marimar, la secretaría del club, para decirme que todos los jugadores han pasado por las oficinas para cobrar menos Mágico. Se lo comento y tres días después me vuelven a llamar del club para lo mismo. 'Sigue sin venir', me insisten. Aquel día me acerco para recordárselo y él, con esa parsimonia que tenía casi sin mirarte, me dice: 'Míster, el dinero, ¿qué es el dinero?'».

El 7 de abril de 1985 Mágico González disputa, en Zorrilla ante el Sporting (0-0), su último encuentro de liga como blanquivioleta (el último fue en Copa frente al Antequerano) en una tarde desapacible de viento y lluvia con escaso fútbol y en la que Javier González puntúa con un rosco al salvadoreño en la crónica de El Norte. Camino de vestuarios le tiraría un beso a un aficionado que se metía con él al tiempo que le lanzaba un 'Te quiero, cariño' recogido por los micrófonos de Radio Nacional.

El 12 de abril de 1985, El Norte publicaba la crónica del último partido de Mágico con la camiseta blanquivioleta, ante el Antequerano en Copa de la Liga.

Su marcha, como su llegada, también tuvo algo de estrambótico. El jugador, después de faltar a dos entrenamientos, dejó plantado hasta en dos ocasiones al presidente y el club le abrió expediente. «Como sabéis -anunció Gonzalo Alonso a los medios- Jorge González fue citado esta tarde, a las ocho, en las depencias del club. La carta se le llevó en mano a su domicilio y la recibió una señorita, por lo que entendemos que el jugador estaba al corriente de esta citación».

Fueron las últimas palabras que se escucharon sobre Mágico González, que abandonó Valladolid un 12 de abril de 1985 no si antes dejar un Ford Escort rojo –luego se sabría que era propiedad de Manuel Irigoyen– como aval para saldar las deudas contraídas en un garito.

«Mucha suerte Mago. Y la montaña de rizos le da la espalda, se aleja despacio» (despedida en el libro de Marco Marsullo).

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