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Qué golazos! ¡Qué gozada! ¡Qué manera de tumbar a un equipo que venía de meterle 5 al Burgos, de sumar diez de los quince últimos puntos! ¡Qué ganas de celebrar una victoria!...
Pues no. Sea por lo que fuere –son múltiples los motivos–, nos hemos ... empeñado esta temporada en poner el foco en Pezzolano, y no salimos de ese bucle. Y digo hemos porque me meto, e incluyo a la profesión, en el mismo saco que aficionados, peñistas y militares sin graduación, que de un tiempo a esta parte han dejado de ver los partidos del Real Valladolid con la camiseta de su equipo. No. Ya puede empezar a jugar el Pucela como el Milan de Sacchi, que lo que nos llevaremos a casa será la última salida de tiesto del entrenador, los renglones torcidos de la alineación o el dobladillo de su pantalón. O ese cambio sin ningún sentido, probablemente por un malentendido con el jugador.
Lo que flota en el ambiente, da igual lo que veamos sobre el campo, es que Pezzolano ha venido para cualquier cuestión menor que no tenga que ver con el ascenso. Escuchando al uruguayo da la sensación de que se ha fichado a un consultor, encargado de poner orden en todo lo que se cuece en las entrañas del estadio con el fin de optimizar sus recursos. De purgar a todo aquel que no esté comprometido, y dotar a la plantilla de esa disciplina que se sobrentiende y no siempre se tiene. Observando al uruguayo, cualquiera diría que ha venido para elaborar informes que le puedan costar el puesto al entrenador del filial o al director de marketing.
Pezzolano interpreta al señor Lobo y ha venido a deshacerse de los cadáveres. Lo del ascenso no va con él. Lo deja para los jugadores, a los que mantiene aislados de cualquier ruido desde que empezara el curso. La sangre nunca llegará al vestuario porque él ejerce de parapeto y prefiere mancharse antes de que salpique a uno de sus jugadores.
El más mínimo riesgo de incendio lo propaga con su propia gasolina, acaparando todas y cada una de las polémicas. Le sobran mejillas para parar golpes. Y cuando atisba depresión, convoca a los familiares de los jugadores para motivar a la tropa.
En alguna ocasión he escrito que Pezzolano te convence con lo que dice y te desespera con lo que hace, y en ambos casos es posible que pueda responder a un plan perfectamente meditado. De lo contrario no se entienden determinadas palabras ni reacciones, más propias de trileros que quieren conseguir el efecto contrario a lo que dicen o hacen.
Es una forma de verlo. Su forma de verlo. Y desde luego mucho más retorcida y menos transparente que la que mostró Anuar el pasado viernes tras la victoria ante el Oviedo. Extraordinariamente sincero y noble como siempre, el canterano pidió a la grada que abandone el bucle y vuelva a enfundarse la camiseta. «Me duele porque no estamos disfrutando tanto de estas victorias. Necesitamos el aliento de la afición. Con el 3-0 hubo cánticos contra nuestro entrenador, que podrá gustar más o menos, pero lo da todo. Me duele ver esa separación. Como canterano y aficionado del Real Valladolid pido esa unión para disfrutar mucho más de las victorias. Si no estamos unidos, no vamos a conseguir el objetivo principal», imploró Anuar.
Centrémonos pues en la luna y dejemos de mirar al dedo...
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