Final surrealista a una temporada kafkiana

Por muy disparatado que pareciera, tenían razón quiénes pronosticaban hace bien poco que el ascenso se celebraría al grito de 'Pezzolano, dimisión'. Un cántico que ha sido banda sonora a lo largo y ancho de la temporada, y que no podía faltar en este guion de auténtica locura que nos tenía reservada la jornada de ayer. Hasta el malo de la película, denostado siempre en el desenlace, se salió esta vez con la suya. Y lo hizo, como tampoco podía ser de otra manera, fiel a su estilo. Asomando la patita, rasgando aquello que sustenta al primer equipo de la ciudad desde hace 96 años, y tirando una vez más del orgullo que le ha tenido de espaldas a la grada desde el primer minuto. Desde este domingo ya sabemos que Pezzolano, uruguayo solo en las buenas, era coreano hace justo un año.

Ese pulso que ha ido distanciando cada día al entrenador de la grada, ha terminado por retroalimentar a un vestuario blindado desde el primer momento, y en una fórmula que ha dado la razón al técnico. Suyo es, por lo tanto, el mérito de haber sabido aislar al grupo de todas las balas que han silbado en los peores momentos.

Un reconocimiento compartido con los jugadores, en un año difícil en el que las lesiones han vuelto a poner en cuestión el método infalible del Big Data, con los empleados del club, con toda la estructura de cantera que hay por debajo del primer equipo, con todos aquellos que han trabajado en la sombra por el bien de la estabilidad de la entidad en momentos de zozobra, y también por los dos directores deportivos, Domingo Catoira y Fran Sánchez, que sufrió especialmente los inicios convulsos de temporada.