El juego de los errores sentenció al Mallorca y regaló una goleada inesperada al Real Valladolid. Es el fútbol. El conjunto castellano vivió media hora de tembleque, desorientado y sin chispa, pero supo cincelar su versión más eficaz a costa de los groseros gazapos ... de un oponente, que se desmoronó tras recibir el primer sopapo. Joaquín desnuda la marca de Salva Sevilla, hasta ese instante el mejor del Mallorca, y estampa un testarazo impecable en la escuadra del marco de Fabri. En ese instante concluyó el monólogo del once visitante. El tanto blanquivioleta abrochó 40 minutos de inquietud y trasladó el miedo a un cuadro bermellón que ya no levantó cabeza y terminó el duelo con sonrojo.
1. Sin ritmo: El Pucela salió al césped somnoliento, con el cerebro acartonado y resacoso tras la goleada recibida en el Camp Nou. Cualquier control se convertía en un ejercicio de ingeniería. Más de tres toques para poner el balón en la senda de la portería contraria, errores de bulto en las combinaciones y una parsimonia exasperante, que entregaron el poder en el duelo a un Mallorca con más compás. Mientras el cuadro bermellón mordía, el Real Valladolid trataba de borrar de su rostro la marca de las sábanas. Salió ileso de su arranque timorato porque el tiralíneas de Salva Sevilla y la velocidad de Lago Júnior no encontraron acompañamiento. Kubo, muy lejos de aquel joven que deslumbró en Valdebebas, y Budimir, lento y tosco, destilaron más artificio que realidad, lo que entregó oxígeno al equipo albivioleta.
2. Distancia entre líneas. Con el Mallorca percutiendo sin descanso por ambos costados, el Pucela vivió más de media hora con la guillotina acariciando su gaznate. Sin ritmo y con Míchel buscando su sitio en medio del 4-1-4-1 que dibujó Vicente Moreno sobre Zorrilla, el cuadro castellano terminó abocado al fútbol directo. El valenciano es el catalizador del caudal blanquivioleta y cuando no consigue espacio para tocar y crear, el juego troca el criterio por el impulso. Hasta el tanto de Joaquín, el Pucela vivió de las galopadas de Óscar Plano y los tímidos destellos de Toni, pero las líneas aparecían demasiado separadas. Ünal y Guardiola intentaron darle sentido al pelotazo, pero el dibujo se despanzurró sin que hubiera una continuidad lógica entre las transiciones defensa-ataque. El único argumento eran las acciones a balón parado. Y así cambió el partido.
3. Estrategia. El duelo entregó la razón a los prácticos. De poco sirve dominar el juego combinativo si no consigues depositar el cuero al otro lado de la frontera. El Mallorca brilló durante media hora y se apagó víctima de las jugadas a balón parado. La primera como consecuencia de un error en la marca de su futbolista más destacado hasta ese instante, Salva Sevilla. La segunda, después del penalti infantil de Fabri. El fútbol de salón, al vertedero en diez minutos, el tiempo que tardó el Real Valladolid en estabilizar su tránsito por el partido gracias a dos errores de bulto que desactivaron a su adversario. Tras el 2-0, el Pucela por fin encontró la estabilidad, aunque su triunfo resultó más práctico que brillante.
4. Sandro. Una de las noticias positivas de la victoria residió en el gol de Sandro. Más allá de redondear el éxito y regalar una fila de ladrillos al muro de Zorrilla, el tanto debe servir para calmar el inquieto ánimo del delantero blanquivioleta, que vio la cartulina amarilla antes reaparecer, en un ejercicio de inmadurez y ansiedad. Haría bien el canario en centrar su esfuerzo en recuperar su mejor versión y escapar de los fantasmas que le nublan la mente. Seguro que si estabiliza su ánimo, consigue que el tanto de ayer sea el primero y no el último.
5. Eficacia. Por una vez, el Pucela vio cómo los gazapos enterraban a su oponente y la eficacia se alistaba en sus filas. Después de un 5-1 en contra, la mejor pócima para continuar con paso firme es una victoria. Y si es en Zorrilla, ante un rival directo y después de firmar un partido con más tino que brillo, los puntos saben mucho mejor.
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