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1
El Pucela afronta cada jugada como si fuera ganando 1-0 y el cronómetro diera sus últimas bocanadas. El problema aparece cuando el reloj aún ... está tierno y el encuentro reclama cordura y sosiego. A veces se confunde la tensión con el fútbol alocado, como pollo sin cabeza. Esto es fruto de la degeneración que vive la plantilla, donde a la garra de Anuar no le acompaña un metrónomo capaz de canalizar la energía, posar el balón sobre el verde y dibujar un patrón de juego reconocible, independientemente del rival que se asome al balcón de enfrente. Ante Las Palmas, esta precipitación se transformó en agonía e inoperancia para convertir únicamente un gol en los más de veinte intentos ejecutados. Esta huida hacia ninguna parte se reflejó en la salida temeraria de Hein antes del minuto 5. No fue penalti de milagro. Al Real Valladolid le hace falta un Álvaro Rubio en el centro del campo. El míster necesita encontrar su álter ego para que las próximas batallas destilen más seso que sinrazón.
2
Álvaro Rubio dio la vuelta a la pizarra tras el ridículo de Bilbao. Su cambio de dibujo se tradujo en un planteamiento más agresivo. Tampoco hay que estudiar mucho para llegar a la conclusión de que el equipo debía emigrar a las antípodas de San Mamés para recuperar la competencia. A pesar de los cambios y la renovación del eje del centro del campo, el Pucela vivió aculado en el balcón de su área cuando actuó en igualdad. Las Palmas, el peor equipo de 2025, convirtió el choque en un rondo. Los blanquivioleta se aplicaron en el despeje hacia ninguna parte y regalaron el balón a un rival que abrochó su dominio cuando McKenna regaló una expulsión evitable, sobre todo porque Anuar, en esa fosa interminable de la precipitación en la que vive el Pucela, se dio el control largo. El duelo mutó entonces de rondo a frontón. Diego Martínez abrigó su dibujo y el cuadro castellano se estampó de bruces contra su realidad, contra la falta de recursos y calidad para superar a un rival de su liga, que actuó una hora en inferioridad.
3
Con el partido en un limbo extraño y Las Palmas sin exhibir demasiados agobios, Rubio agitó el banquillo e introdujo cuatro cambios de una tacada. La renovación de piezas iluminó el tablero. El Pucela ganó nervio e impulso, aunque se mantuvo firme en la ineficacia. Iván Sánchez generó una ocasión clara en la primera banana que envió al área canaria. Entregó una pista al míster. La cosa pintaba bien. Mario aportó intensidad en la presión y a Luis Pérez le volvieron a retumbar los tímpanos cada vez que contactó con la redonda. Latasa marcó, por fin. Como en los dos goles anulados, la escuadra y el cartabón se colaron en el VAR para apretar el puño del ariete, que sonrió enrabietado. Con media hora por delante, al Pucela le sobró caudal y le faltó calidad. No da para más, aunque el brote verde reside en la generación de oportunidades, algo inaudito hasta la fecha.
4
Hay un código no escrito en el fútbol que obliga a mover ficha inmediatamente a los entrenadores que se quedan en inferioridad numérica. Es lógico, aunque también depende del peón que vea la roja. No es lo mismo que se marche un defensa que un delantero. El caso es que, independientemente de esto, el técnico siempre intenta recuperar la igualdad a través del movimiento táctico. No ocurre lo mismo cuando es el oponente el que recibe el mazazo y se queda con diez. «Seguimos igual y abrimos el campo», suele ser la misiva. Me parece una forma evidente de no aprovechar el momento. ¿Por qué no buscar las cosquillas a la maniobra del rival con otro movimiento estratégico? A Rubio no se le iluminó la bombilla para encontrar la excelencia. Y eso que tenía poco que perder. Era el momento de haber buscado una superioridad aún mayor que la numérica, pero no se dio y el Real Valladolid volvió a morir en la orilla de su inocencia.
5
La afición no descansará hasta que la propiedad del Real Valladolid dé la cara y al menos se ponga de frente, no de perfil. La mejoría del equipo, apoyada en la expulsión visitante y la ínfima categoría de su adversario, no cerró la fractura social que ha convertido a la entidad castellana en una cruda guerra entre los desmanes del despacho y la pasión de la hinchada, que ve cómo se va por el desagüe algo más que una mala temporada. La protesta no fue mayoritaria, pero despeluchó las gradas de Zorrilla en un partido que se antojaba clave para buscar algo más que un descenso digno.
Esto explica la decadente relación entre el fan y el club, cuyo reflejo se proyecta en un equipo que vive atado a la ansiedad que otorga su desesperada situación clasificatoria. Más allá de cartas y stories en redes sociales, a modo de testimonio de Fuenteovejuna, el club debería dar una vuelta al relato, porque de él depende que la agonía se detenga en el descenso y el nubarrón no se extienda más allá del averno. Ronaldo, venda y permita que alguien construya un futuro mejor.
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