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Da grima escuchar los lamentos del Real Madrid o el Barcelona sobre los árbitros. La verdad es que siento un poco de vergüenza ajena. De los medios nacionales, bufanda en mano, mejor ni hablar. He llegado a escuchar que al Madrid le perjudican día sí ... y día también. Como lo lee. La grandeza no solo habita en la vitrina. Sin valores, la magnitud se transforma en una anécdota. Es inasumible la realidad paralela que construyen. A todos los que elevan la voz en busca de clemencia les ponía yo la camiseta blanquivioleta durante una semana. No encuentro mejor manera para que interioricen el trato de favor que reciben. Les serviría para saber que sus faltas de respeto a la autoridad pesan menos que las de los clubes modestos; que una patada suya es una caricia y que las áreas son espacio protegido para sus futbolistas. Incluso, que las líneas del VAR son distintas para ellos. Los grandes no tienen derecho a patalear mientras equipos modestos, como el Real Valladolid, sufren errores flagrantes, disparidad de criterios y menosprecio arbitral constantemente.
Huelga decir que el Pucela está en Segunda, entre otras cosas, porque un árbitro, que este fin de semana se ha puesto gallito con un jugador del Girona, decidió señalar el descanso en medio de un disparo que acabó en gol. En Primera, las afrentas han sido infinitas. En Segunda, la vida sigue igual, aunque la placidez de las victorias ha minimizado el eco de los quejíos. Es también propio del fútbol. La voz se eleva cuando el VAR tira mal la línea, o el colegiado no ve un penalti, si el duelo termina con derrota.
El club alzó el tono cuando ya no había remedio y convirtió en monosílabo el prolijo discurso de Pezzolano. Si el camino hacia el respeto tiene su fundamento en la notoriedad pública de la protesta, la intensidad no debe depender del resultado. El VAR es una buena herramienta. El problema reside en los que están al otro lado del monitor. El fuera de juego extramilimétrico de Sylla, el penalti clarísimo cometido sobre el senegalés en el partido contra el Andorra; la lupa para propiciar la repetición del penalti por invasión de medio taco en el campo del Espanyol; tarjetas amarillas por suspirar; Pezzolano ni te menees. Podría seguir.
No ha cambiado nada. Los árbitros se equivocan, son humanos. El VAR no es humano, pero también patina. Todo sigue igual y el Real Valladolid no consigue escapar de ese foco, aunque el drama se reduzca a la nada porque los gazapos en contra aparecen en medio de la felicidad que aportan los resultados o bajo la lógica que implica caer en el feudo del Espanyol. Hay muchas formas de ganarse el respeto y una de ellas reside en dar la misma importancia a las afrentas cuando ganas y cuando pierdes. No quiero decir con esto que haya que pasarse el día protestando. Me refiero a poner las bases para que el Pucela tenga, al menos en Segunda, la consideración que, por tamaño, se diluye en Primera.
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