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1
John Víctor se puso ante el espejo y encontró la radiografía que le clava una silueta sin mácula. El cancerbero brasileño no tiene término medio. Lo suyo no es el gris. Salta del negro al blanco como un canguro. Bastaron tres segundos para comprobar que ... tiene reflejos para detener un disparo a bocajarro y le falta oficio para no cometer un penalti absurdo en la misma jugada. No fue capaz de mantener el sitio y boxeó donde no había ring ni cuerdas. Como su fútbol representa un puerto de montaña sin descansos, siempre estridente, detuvo la pena máxima. Demasiada gloria para un portero que dibuja los altibajos como pocos. Henrique entró antes y despejó. Braithwaite acertó en la repetición. La vida de John en blanco y violeta, retratada en el primer gol perico.
2
Un central debe medir bien los espacios para no quedar desnudo cuando el rival arranca el baile ofensivo. Boyomo se mostró más intenso en la distancia corta. Ahí brilló y secó a Braithwaite. Escondió el metro cuando el Espanyol abrió el abanico. Exhibió sus costuras en la transición. El camerunés midió mal y no encogió el espacio para impedir el fútbol directo y abierto del cuadro catalán. Henrique se mostró más firme, pero se alió con Boyomo para permitir el acceso de la broca blanquiazul en el segundo gol. El Real Valladolid se mantuvo erguido a pesar de los bofetones. Lástima que la retaguardia no apuntalase la personalidad del resto del equipo. De esa incertidumbre nació el triunfo del Espanyol.
3
¿Cómo explicar que el Pucela rompió su racha triunfal en uno de sus partidos más dinámicos y solventes con el balón en la bota? Tan difícil como real. Pezzolano dibujó un 4-1-4-1 que manejó mejor la pelota, con más velocidad y filo, con un juego más vertical y profundo. El lunar residió en el repliegue. Enfrente estaba un grande de la categoría, una plantilla con el puño prieto y las ideas claras. El Espanyol aplacó el dominio blanquivioleta con contundencia. Dos gazapos, dos goles. No hubo más. Mandíbula de cristal en el momento más inoportuno. El resultado torció el gesto. El juego abrió un haz de luz. Ahora solo falta que los movimientos defensivos no vuelvan a romper la armonía. Ahí reside el trabajo de esta semana.
4
Kenedy abusó de la pelota. No es nuevo. Casi siempre busca el lucimiento personal. El culmen llegó en una jugada en la que pisó la línea de fondo, con la zurda en ristre, y se jugó el disparo directo mientras Sylla esperaba con la caña. El brasileño saca sobresaliente en voluntad, pero suspende en su aportación al juego colectivo. Al puñal se le encaja una goma en la punta cuando se olvida de que es mejor habilitar a un compañero que intentar la virguería. Cuando entienda este concepto, seguro que sus compañeros lo agradecerán. Rompe líneas con el balón cosido al empeine y la gambeta desabrochada, pero patina cuando se embolica eligiendo el camino inadecuado.
5
La clave del choque residió en las áreas. Justo el espacio que pinta la frontera entre el llanto y la carcajada. El Pucela perdió en las dos. En la propia se mostró insolvente, en la ajena no tuvo tino. Es el fútbol. El Espanyol ganó por la solidez de su portero y la dinamita de su vanguardia. La derrota abre un camino desconocido en las últimas semanas. En los cinco partidos anteriores, el fútbol y la entidad de los rivales permitieron el abrazo con la eficacia antes que con el brillo. A partir de ahora, habrá que ver qué versión nos encontramos y, sobre todo, si la derrota abre una zanja o sirve para seguir alisando el camino hacia la zona noble.
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