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La presbicia aprieta y cuando recibí la alineación del Pucela en Vigo reconozco que la tuve que repasar un puñado de veces para corroborar que estaba en lo cierto. Faltaba Raúl Moro. Guste o no, es el futbolista franquicia del Real Valladolid.
Por eso, verle ... fuera del once representa una sensación similar a recibir una puñalada seca, a traición. A Chuki le falta un mundo para adaptarse al ritmo y la exigencia de Primera. Será cuestión de tiempo, pero está en una órbita que no casa con los rigores de la categoría. Amath está fuera de forma. Por eso, y por la escasa carga de minutos de Moro con la selección, cuesta entender que el catalán no juegue. Pezzolano no tiene muchas opciones, sobre todo en defensa, pero tampoco debe entretenerse en el invento cuando construye su centro del campo y la delantera. Poca cera y menos llama. No me imagino a Ancelotti dejando fuera sus estrellas. Pues eso. El preparador blanquivioleta planteó el partido a que no pasara nada. Lo fio todo a encontrar el oro en el desenlace y el Celta no quiso esperar para pintarle la cara tras un primer acto infame.
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Al margen de la derrota, que significa un nuevo sonrojo, hay algo que me preocupa aún más que el resultado, el plan de partido. El micro de la pausa de hidratación desnudó el discurso de Pezzolano. Con el Celta haciendo un rondo y gobernando el marcador (1-0), el técnico incidió en las posiciones durante el periodo de asueto. «Hay que posicionarse bien. Hasta el gol estábamos bien posicionados». Algo así. Esto delata que para el uruguayo es más importante la destrucción que la construcción.
Por eso, cuando el Pucela tiene que proponer, los protagonistas son el portero y los centrales. Sin ideas ni un rumbo claro, las imprecisiones destrozan cualquier atisbo de esperanza. Contra el Barcelona o el Madrid, con la inferioridad como argumento lógico, el antifútbol tiene medio pase. Contra el Celta, no. Me abate pensar que el cuadro castellano será ambicioso solo en Zorrilla, si acaso, y saldrá a perder tiempo, a que pasen los minutos y suene la flauta fuera de casa. Fracaso seguro. Este domingo, durante la primera parte, la frontera del centro del campo se convirtió en la muralla china.
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El Real Valladolid terminó la primera entrega con el rostro amoratado. Recibió un baño de realidad, una serie interminable de bofetones que le dejaron grogui. Pezzolano explicará que dejó fuera a Moro porque venía de jugar diez minutos con la selección sub 21. El big data, las cargas de trabajo, los viajes. Bla, bla, bla. En diez minutos, con gol incluido, Moro demostró que es imprescindible en esta plantilla, cogida con alfileres, que ha confeccionado el club para llegar con aliento al mercado de diciembre.
No era tan complicado. Al menos Moro. Cuando el catalán pisó el verde, el Celta tuvo una mínima preocupación. Hasta ese momento, vivió un partido plácido. Adultos contra juveniles. Ganó todos los duelos, desbordó con descaro y abrió en canal el rácano planteamiento del conjunto blanquivioleta. No dejó sentenciado el envite porque desafinó en el último pase. Pezzolano debe aprender la lección y no imaginar dibujos imposibles, sistemas sin filo, juego sin pases, fútbol vacío.
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Latasa es un delantero centro tradicional. Sus virtudes son la brega en el juego aéreo y el remate. Es capaz de convertir un pelotazo en una segunda jugada con futuro y se mueve bien en el corazón del área rival. Es el bate de béisbol del Pucela, el futbolista llamado a firmar al pie del contrato. El artista del punto final. Pero claro, para que pueda rubricar el documento necesita tinta. Para reventar la bola y hacer 'home run' necesita un pitcher. Para marca gol, no lo puede hacer por ciencia infusa, necesita envíos precisos desde los costados.
Solo así puede aprovechar sus centímetros y aplicar su pericia en el último golpe. Con el planteamiento táctico de Pezzolano, sin profundidad ni capacidad para llegar a la línea de fondo y poner buenos centros, Latasa vive como el mejor jugador de cartas que clava los codos en el tapete y ve cómo los naipes desfilan por su bigote sin opción de atrapar a reyes.
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¿Y si lo de Barcelona no fue un accidente? Pinta negro el panorama del Real Valladolid. Más allá del resultado, que fue 3-1 y pudo ser mucho más abultado, lo realmente complicado de entender es el complejo de inferioridad y la incompetencia del equipo en el primer tiempo. La reacción del segundo acto resulta aún más dolorosa. ¿Por qué no llegó antes? ¿Por qué Pezzolano esperó 45 minutos para dar la vuelta al planteamiento en vez de hacerlo antes de salir del vestuario? Imagino que el técnico tendrá su explicación, pero no hay quien lo entienda. El tercer gol representa la radiografía perfecta del nuevo esperpento del Pucela. Mal en las marcas, sin tensión, con las líneas convertidas en una autopista para el contrario y la alfombra roja para que el adversario emboque. Urge una reflexión colectiva para que diciembre no sea demasiado tarde.
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