El Pucela de Pezzolano arrancó con los tacos anclados al verde, sin capacidad de sorpresa, con las ideas justas y la circulación de balón compitiendo en el Mundial de tortugas. Muy previsible, sin profundidad por los costados, con el centro del campo desactivado y el ... movimiento entre líneas aplatanado por la típica abulia primaveral. La garra uruguaya se quedó entre la camiseta inmaculada y la chaqueta slim fit. El cuadro castellano malvivió hasta los cambios, que revolucionaron al equipo en dos fases. En la primera llegó el empate gracias al latigazo de Amallah. En la segunda, casi en el epílogo, la remontada. El penalti final empañó la reacción blanquivioleta tras una hora de fútbol a cámara lenta. fdasf
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El plan de Pezzolano también acusa el primer tortazo
El Real Valladolid no ha conseguido levantarse del diván. La energía de Pezzolano tardó 66 minutos en aparecer. Hasta ese momento, el Pucela fue el mismo fantasma de las últimas jornadas, un equipo que vive en el amago, un castillo de naipes que se desmorona tras el primer soplido. El Mallorca dio la vuelta al duelo en cinco minutos. La destitución de Pacheta coloca a la plantilla en la boca de riego, el pecho palomo y la muleta sin pico. Es el turno del toreo de verdad, de los valientes. Son los que deben demostrar que saben, pueden y, sobre todo, quieren. Pezzolano les tuvo que lanzar un par de almohadillas para ver los primeros naturales. El tiempo dirá si hay puerta grande o enfermería.
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El día que Larin fue decisivo (para mal) en su área
Larin acusó el sistema anti-Larin diseñado por Javier Aguirre. Me imagino la pizarra del técnico mexicano con un círculo gigante, repasado cien veces, y en el medio el nombre del goleador blanquivioleta. La anatomía del canadiense acusó el plan y terminó amoratada. El fútbol de antes. El balón o el delantero, solo puede quedar uno. Y en medio de esta pelea sin cuartel, en la que Larin recibía el encontronazo cada vez que buscaba el control y el desahogo, llegó el desenlace. El Pucela es el Pucela y el debut de Pezzolano no podía terminar así. El ariete se desdobló en la retaguardia para defender una falta, Joaquín llegó tarde, una vez más, y el brazo del espigado nueve tocó el cuero. Penalti claro.
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A la intención del uruguayo le sobraron once metros
A Pezzolano le sobraron once metros. Tal vez algo más. Una hora. El tiempo que tardó en espabilarse su equipo a golpe de sustitución. Iván Sánchez y Amallah inyectaron energía en el centro del campo. El marroquí por fin lució algunas de las cualidades que detalla la carta de presentación que le abrió la puerta de Zorrilla. Escudero aportó coherencia en el lateral. Rosa lo intenta siempre, pero su manejo con la zurda le limita en el perfil izquierdo. La dejada de Larin y el gol del marroquí desataron la goma del Pucela, que por fin se convirtió en un grupo de valientes a lomos de la locura para levantar los brazos bajo la pancarta de meta. Lástima el tropezón a once metros del podio.
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Atisbo de una vida mejor tras el primer volantazo
El análisis del encuentro me lleva a las sensaciones que uno vive cuando se sube a una montaña rusa. Lento y expectante cuando las vías se empinan en busca de la cima. Rápido, sin freno, pleno de adrenalina y emoción cuando el coche pisa la panza y enfila la cuesta abajo. El éxito reside entre los dos extremos. Es la misión de Pezzolano, conseguir que sus futbolistas salgan tensos desde el inicio y los cambios solo lleguen para mantener el ritmo y no para quitar la red bajo el alambre. Si lo logra, el Pucela competirá con garra y tendrá opciones. Si lo que prevalece es el equipo que viaja cómodo, con el brazo fuera y el modo turista activado, vaya preparando los pañuelos.
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