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Las hojas arrancadas del calendario van restando gracia a la broma. En este punto del curso, ya no resulta tan entretenida la homilía de Pezzolano, cargada de tópicos y frases vacías que no llevan a ningún sitio. Ronaldo le calificó como un tipo estupendo. No ... tengo ninguna duda de que lo es, pero esa bondad personal no se traduce en buen juego ni en resultados coherentes para un club que quiere pelear por el ascenso. El uruguayo confiesa que es «entendible» que el público pida su dimisión. «Somos uno de los equipos grandes de Segunda y hay que ganar», espetó. Bravo por la honradez de su verbo, pero lo que priman son los hechos. No me imagino a ningún profesional, en cualquier ámbito laboral, reconociendo que entiende que sus clientes soliciten su salida de la compañía por su negligente gestión. Si asumes esto, entonces el que tiene que cerrar la puerta por fuera eres tú que, por deducción lógica, estás reconociendo que el objetivo es ganar siempre y no solo no lo estás consiguiendo, sino que además, los medios que utilizas para llegar al éxito son, cuando menos, insuficientes.
Me explico. Pezzolano es un especialista en descomponer plantillas. Cualquier futbolista que pasa por el vestuario blanquivioleta se convierte en un gnomo. El único que estaba partiéndose el pecho y liderando al resto, Juric, lleva tres semanas en el banquillo. En condiciones normales, el croata debería ser titular hasta en las partidas de parchís, pero al preparador uruguayo se le ha ocurrido ahora eliminarle para dar la batuta a De la Hoz, que hasta el cierre del mercado tenía las posaderas incandescentes de calentar banqueta. A Kenedy ya no le considera rehabilitable y vive de nuevo en el limbo; Moro es el perfecto intermitente, aunque cuando pisa el césped la abulia se convierte en relámpago; Tárrega lo bordó en Leganés y a la semana siguiente desaparece; Monchu está de capa caída, pero sigue en liza. El técnico solicita ahora un mediapunta con «buena pierna» y en lugar de poner al que tiene, Iván Sánchez, prefiere seguir obturando las bandas y anulando la zona de creación entre líneas.
Podría seguir, porque desde que comenzó el curso, además de que el fútbol es un castigo y los resultados han llegado más por fortuna que por brillo, el principal hándicap de Pezzolano es su pésima gestión de la plantilla. No hay un patrón de juego claro y los futbolistas salen y entran del once sin coherencia. La única certeza de los encuentros del Real Valladolid reside en el minuto 60. Ahí arranca la revolución. Da igual que en la primera hora del choque todo sea una tiniebla. Nunca hay movimientos para corregir defectos. Este ejercicio es, en realidad, la perfecta demostración de que al preparador blanquivioleta se le han escurrido las ideas entre los dedos, el ejemplo de que prima el automatismo por encima de la verdadera realidad de un equipo sin espíritu, ni ritmo, sin gol. Seis partidos sin anotar en las últimas siete jornadas son una radiografía perfecta de la decadencia que vive el Pucela. Pezzolano señala que esto se puede permitir «si al final conseguimos el ascenso». ¿Y si no llega? ¿Cómo compensas un descenso y un nuevo fracaso? Pues eso, hasta dónde, hasta cuándo. Urgen respuestas.
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