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El Pucela dibujó un primer acto más próximo al esperpento que al guion lógico de un equipo que se juega la vida en 180 minutos. El nervio que brilló contra el Barcelona se convirtió en un preocupante cuerpo flácido que vivió al borde del ... suspenso, sobre todo hasta el descanso. El equipo andaluz rompió fácil la primera línea y encaró con espacios, de frente, con la retaguardia en posición lateral para no meter el pie y aguantar el envite. Más angustia que tensión. El cuchillo se cayó de la mueca y el Almería se mostró más firme, como si tuviera una necesidad mayor. La vida al revés. Con el choque en touché, ambos firmaron la paz. El empate no es malo.
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Al Real Valladolid le faltó desdoble por los dos perfiles. Las costuras se estrecharon y al fútbol se le encogió la luz. Apareció la tiniebla. Machís y Plata se quedaron sin espacios. El Almería obturó el vuelo blanquivioleta y confió la suerte del partido a tapar por dentro, robar rápido y depositar la fe en las galopadas de su vanguardia. El fútbol se cosió en el núcleo, donde el Almería destiló más filo. El equipo pucelano estuvo más firme en el achique que en el atrevimiento de exponerse a un revés que podría resultar definitivo. El paso de los minutos aplacó los ímpetus, aunque el Almería siempre quiso un poco más. La vida a la vuelta del duelo contra el Getafe.
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Pezzolano aguantó el concierto de Masip cuando los bofetones escaldaron su buen inicio. No ve un recambio claro. Terminó la tempestad y la calma arrancó en el partido contra el Barça. El guardameta blanquivioleta volvió a levantar el muro en Almería. Protegió la última frontera con tres guantazos que pueden abrir el camino de la permanencia. Interpretó el papel de la madre que tapa todas las fechorías de su hijo. El Almería tampoco estuvo muy aseado. Un equipo que se juega la vida en cada partido, y ya solo queda uno, no puede salir así. La ligazón que exhibió contra el Barcelona se convirtió en una placa de hormigón insoportable.
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A Larin le sobró el último pase. Bueno, más bien le faltó. Sus compañeros metieron la uña y le llegaron los balones con dos segundos de retraso. Ahí estuvo la diferencia. El Almería llegó en oleadas, siempre erguido, y al Pucela se le acumularon los fueras de juego de su nueve. No es que el canadiense tuviera demasiado celo. La clave residió en la nula eficacia del centro del campo para buscar el hueco en el momento preciso. Tampoco estuvieron avispados los blanquivioletas para proponer algo más que el culo en el burladero. Sin naturales de calidad, la faena se convirtió en el salto de la rana. Más pendiente del aplauso fácil que de la puerta grande.
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Me pongo en la piel del hincha blanquivioleta y me salen más reproches que elogios. El Pucela nos ha macerado el ánimo. El corazón parece una línea recta, tiene menos volumen que Fido Dido. Pero a estas alturas del curso, todo es secundario. La temporada perece al ras de un partido, una batalla que, por suerte, se celebra en Zorrilla. No va más. Las excusas son papel mojado. Solo vale ganar. Y si el Real Valladolid no suma los tres puntos, en su estadio, con la grada descosida y las gargantas a flor de piel, es que no se habrá merecido asentar sus posaderas en Primera. Da igual lo que me cuentes, o ganas o serás un trapo viejo, Pucela.
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