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La abrupta salida de Juma ha terminado por enseñar hasta el último hilo de las costuras de la dirección deportiva del Real Valladolid. No tanto por la plusvalía, que puede ser jugosa si atendemos al coste originario del futbolista, sino por los hechos que han ... decorado un sainete más de la entidad castellana. Jorge Santiago, que me parece mucho más cabal, cercano y sincero que su antecesor en la portavocía, escenificó la pataleta blanquivioleta tras el abono de la cláusula y habló textualmente de «robo». El agente del jugador y el propio afectado emitieron el martes dos comunicados que vuelan por los aires la versión aportada por el club pucelano. Sin entrar en más detalles, ambas glosas tienen un denominador común, la falta de pruebas. En otro tiempo, y si Domingo Catoira no estuviera al frente de las operaciones, la institución estaría por delante del individuo en el capítulo de la credibilidad. Ahora la verdad se torna grisácea y la duda flota con ardor en el ambiente. Entre la canción de Calamaro y la anarquía del patio del colegio, las dos posturas se hacen hueco en el contexto social a través de filias y fobias, pero sin documentos, sin nada que acredite que lo que dice el contrario es falso. Es sencillo, pero el club vuelve a patinar en uno de los aspectos más importantes, la comunicación con transparencia, el relato asentado en evidencias tangibles que impongan algo de criterio al 'y tú más'.
Esta falta de credibilidad no es más que el eco de la pésima gestión deportiva que ha perpetrado el Real Valladolid en los últimos años. Las operaciones siempre se ejecutan a cámara lenta. Desde que se cierra verbalmente el acuerdo hasta que el jugador viaja a la ciudad, pasa reconocimiento y firma (o no) el tiempo transcurre como el desove de las tortugas marinas. Esto nos lleva a que el club ha anunciado su primer fichaje el 29 de enero, a cinco días del cierre del mercado y con la salvación más lejos que cuando se abrió el zoco. Si nos detenemos en las salidas, necesitaríamos periódico y medio para describir cómo la dirección deportiva (actual y pretérita) ha atornillado al sótano el ataúd blanquivioleta, con operaciones surrealistas que han sido un fracaso sobre el césped y que han terminado de asfixiar económicamente a la institución. Hipotecas inasumibles que ahora le arrastran a un lodazal denso y profundo.
A Ronaldo le tengo una alta consideración en lo relativo a sus capacidades empresariales. Su extensión en el club, Matt Fenaert, es un excelente profesional y gana mucho en la distancia corta con su forma de encarar la vida y su visión de futuro. Ambos han construido una estructura sólida, pero han pinchado en hueso en la parcela más importante, la de los goles y el acierto en los fichajes, la que marca la frontera entre el éxito y la ruina. Tampoco han estado finos a la hora de comunicar y transmitir la realidad concreta de un asunto capital, el deportivo, sobre todo cuando tienes la mayor masa social de la historia, que ahora tiñe de amarillo la tribuna pidiendo dimisiones y suplicando la venta. No han sabido fichar bien, no han conseguido minimizar el peso de Paulo André y sus amistades, y no han conseguido encontrar un director deportivo acorde al ideario de su proyecto. El legado, que diría Ronie. Ronaldo y Matt se han rodeado de talento en áreas institucionales poco determinantes y en las decisivas no han logrado escapar de las malas compañías que hoy cincelan su tenebroso porvenir.
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