La victoria ante el Oviedo debe colorear el punto de inflexión de la temporada. El Real Valladolid tiene que aparcar el inestable carricoche que malvive a lomos de la montaña rusa para subirse a la bici de Miguel Induráin. La mirada tensa, el gesto apretado, ... el golpe de riñón a modo de martillo inagotable. Las posaderas cosidas al sillín, los puños amarrados al manillar, como si fuera el último nudo de la soga, y la pancarta de meta como horizonte imprescindible. Hay que escapar ya de los bandazos. Sirve de nada seguir haciendo la goma. Ahora me pongo de pie y esprinto, más tarde me dejo atizar por el hombre del mazo y después me escondo en el centro del pelotón, sin ritmo ni ambición, el encefalograma sin estrías. Hay que ganar la etapa, la vuelta, no nos sirve con la meta volante.

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Llega la hora de la verdad, el momento del curso en el que los latigazos solo acortan las opciones de abrazar en junio al Conde Ansúrez. Es tiempo de regularidad, constancia y determinación. De dar un puñetazo encima de la mesa y convertir los dientes de la sierra en el filo de una navaja de Albacete. Estar a dos puntos del ascenso directo después de todo lo vivido es una señal del destino que el Real Valladolid no debe dejar escapar.

Toca demostrar que la conciliación familiar que descorchó Pezzolano en la previa del Oviedo es el primer paso para que el serpenteo del Alpe d'Huez se disfrace de plácida meseta.

Soy el primero que discute las decisiones y los planteamientos táctico-verbales de Pezzolano, pero en el objetivo final reside el bienestar de todos. El preparador uruguayo está de paso, el escudo no. El sentimiento tampoco.

Por eso, es momento de enterrar rencillas y remar para que las excusas salgan de la escena. Esta sensación de tocar el pomo de la puerta de la zona noble con la yema de los dedos ya la hemos sufrido este año. Digo sufrido porque en aquel momento, el equipo castellano se desmoronó al compás de ciertas decisiones técnicas y la estrechez de su fondo de armario. Lo positivo es que en ese tramo de la competición había mucha liga por delante. Ahora no.

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Estamos en el tramo definitivo y, una vez que el Pucela ha conseguido sacudirse el polvo después del trompazo, toca coser la suela al acelerador en los próximos cinco partidos para corroborar que sí, que ahora sí, que Pezzolano ha descifrado la ecuación, que la hinchada va a marcar el primer gol en cada partido de casa y que los futbolistas se van a tatuar la meta con la misma tinta con la que se graban el aliento de sus familias.

Andorra, Zaragoza, Ferrol, Éibar y Levante para arrancar la hoja de marzo con las privilegiadas vistas que ofrece la cima de la tabla o para volver a las tinieblas, a la angustia. Ahora que llega la Semana Santa, esperemos que el Pucela no tenga que volver a encomendarse al Domingo de Resurrec

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