Entre gallos anda el juego en el Real Valladolid

En Segunda, un pestañeo te saca del sitio. El espacio es estrecho y sinuoso. El Lega parece el equipo más estable. No tiene jaleos que le despisten. El Espanyol, al que todos ensobran en el uniforme de candidato estrella, ha abandonado el ático y su técnico ya está en el paro. En el Pucela siempre pasan cosas que enturbian el ambiente. Lo curioso es que esto no ocurre después de un ridículo como el de Eibar o un ejercicio de incompetencia como el de Cornellà. Lo preocupante es que la crispación brota del club cuando menos falta hace, justo cuando el cuadro castellano saca adelante un examen final.

El primero que encendió la mecha fue Pezzolano. El técnico no puede digerir una victoria sin acordarse de un grupo minoritario al que sigue dando pábulo y notoriedad con sus comentarios en la sala de prensa. La afición va al fútbol a ver ganar a su equipo. Eso lo primero. A partir de ahí, emplea los cien minutos, o lo que dure el partido, en comer pipas, echarse unas risas, hablar con el vecino, fumarse un piti, dar un abrazo al colega que ve cada quince días o en desahogar los sinsabores de la semana. Cuanta más voz des a esos desahogos, más ruido seguirás generando. El oído fino es mejor emplearlo en otros foros y dejar que la paz social siga su cauce.

Baptista agarró el chisquero tras un nuevo tropiezo del Promesas y le arrebató la mecha a Pezzolano para abrir un nuevo incendio. Ya está fuera. No le quito razón al brasileño, que se topa en el corral con el gallo supremo. Ha querido hacer la colada fuera de casa y le han cerrado la puerta en la cara. La polémica con el filial se resuelve de forma sencilla. Si el objetivo es la formación, el entorno tiene que sacar del foco al técnico, el que sea, después de cada derrota. Si el fin es el resultado, el míster necesita argumentos, futbolistas que no se pierdan en el limbo de las ocurrencias del entrenador del primer equipo y que tengan minutos de competición. En la situación actual, el Promesas está desmadejado. Hay jugadores que despuntan, que son internacionales, pero que solo se entrenan y muchas veces no saben ni con quién. Sin competición, orden y continuidad, es imposible que haya nada, ni resultados ni formación.