Paulo Pezzolano (izquierda) habla con Fernando Estévez antes del Real Valladolid-Eldense de la pasada jornada. José Carlos Castillo
Partido de vuelta

El fútbol polvorón

Mantener las trazas de los últimos partidos acercan el abismo porque es posible que el Pucela termine atragantado

Miércoles, 17 de abril 2024, 19:55

El fútbol del Real Valladolid me recuerda a la textura de un polvorón, denso y pastoso hasta dejarte engollipado a poco que no tengas mucha destreza con la mandíbula y seas de paladar seco. En las dos últimas jornadas, eso sí, el mantecado te deja ... ese placentero regustillo que conceden las victorias. Tragas, miras el tanteo, revisas la clasificación y el polvorón se convierte en caviar. La única pega que le veo al invento es que como el Pucela siga abanderando la eficacia a través del juego obtuso y decadente, nos hará falta la maniobra de Heimlich para llegar vivos a la última jornada.

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Dice Pezzolano que los encuentros que restan para el desenlace van a estar todos en el alambre. Más que los partidos, lo que camina dando tumbos sobre el cable es el espectáculo que perpetra el cuadro castellano cada semana. Y con las apreturas que destila la tabla, me da que la red tiene demasiados agujeros como para fiarlo todo a que la virgen de San Lorenzo se siga apareciendo hasta junio para que los triunfos escondan el áspero camino para llegar a ellos. Me matan las agujetas de aguantar tanto bodrio. Es una sensación extraña. Por un lado, me entra somnolencia y peleo por no plegar velas durante el choque, pero luego termino exhausto de tanto sufrimiento. Como si cada duelo fuera una maratón con un 20% de desnivel.

Más allá de continuar experimentando con alineaciones, dibujos y planteamientos, Pezzolano debería preocuparse de regar bien la flor para que no se marchite hasta el desenlace. Y si el técnico y su ejército de sabios extraen conclusiones después de cada partido, que entiendo yo que sí, me imagino que habrá un nombre fijo en la pizarra del compromiso del sábado contra el Amorebieta. Moro demostró que es la criptonita de la monotonía. Al míster le cuesta percibirlo. Por eso, cada vez que puede ubica a otros futbolistas por delante. Léase Anuar o Salazar, como en la última cita, por poner un par de ejemplos. Ante el Eldense no tuvo más remedio y Moro actuó como una afilada radial para desbrozar un partido que estaba más cerca del 0-1 que del éxito local. Ocurre también con otros futbolistas, pero eso da para dos partidos de vuelta y nos quedamos sin espacio.

Hace unas semanas me emocioné al comparar el calendario del Pucela con el del resto de aspirantes, aunque, visto lo visto, la peor situación en la tabla no garantiza menor competencia. Más bien todo lo contrario. El galimatías es tan grueso que me siento incapaz de pronosticar nada. No me atrevo ni con el once del sábado. Y eso que las bajas acotan mucho la ecuación, pero la mente de Pezzolano resulta ilegible. El lunes me escribió Miguel Salán, un buen amigo del fútbol vallisoletano de toda la vida. '¿Subimos directos, no?', me espetó. Se me reinició solo el whatsapp. Omitiré mi respuesta. No procede. Si el Pucela consigue que su fútbol deje de ser un agujero negro y el míster logra escapar del alambre, por mucho que le motive, es posible que haya opciones. Mantener las trazas de los últimos partidos acercan el abismo, porque no todos los días pasa el polvorón y es posible que el Pucela termine atragantado cuando la flauta deje de sonar y los resultados tropiecen.

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