Del espanto a la euforia en un pestañeo

El Pucela se mimetiza con las costumbres del español de pura cepa. No se puede jugar a la hora de la siesta. Luego pasa lo que pasa. La hinchada se quedó tan plof que perdió hasta las ganas de pedir lo del escudo o de gritar a Ronaldo, que dio suerte desde el palco. Enfrente estaba el Mirandés. No quiero imaginarme la pizarra de Pezzolano el próximo sábado ante el Espanyol. Cinco defensas es poco. ¿No resultaría más sencillo apelar a la lógica y no tener que desnudar la libreta una hora después del silbido inicial? La entrada de Iván Sánchez partió la monotonía. A Joni Montiel deberían enviarle al diván. No es normal que se encare con el árbitro a los diez segundos de pisar el césped, tras el primer roce. Debería dejar los aspavientos en el vestuario. No aportan.

El 0-1 retrató la abúlica actuación del Real Valladolid frente al Mirandés. Un balón suelto cae en la banda derecha. Escudero contempla el control del adversario. Un toque y la bola ya está en el interior del área. Torres, ayer completamente desdibujado, sigue con la mirada la progresión de su par, que pone un centro raso y tenso. John llega tarde con el guante y Boyomo marca al delantero por fuera. Gol. El conjunto castellano no resucitó hasta que Pezzolano recuperó la cordura y entendió que, sin profundidad por las bandas, sin futbolistas que aporten regate y sorpresa, el paraíso resulta una quimera. No por atiborrar la retaguardia de soldados se defiende mejor, ni los arietes percuten con filo si no tienen quien les asista.

Iván Sánchez era uno de los intocables. Buena parte de los mejores minutos ofensivos del cuadro castellano en las jornadas precedentes habían pasado por sus botas. Pezzolano decidió sentarle para hormigonar un dibujo que se movió sobre el césped como Frankenstein. Un autómata previsible, lento y sin elasticidad. Sylla revivió gracias al zurdo, que precisamente sirvió el mejor balón del partido con la diestra. El senegalés estampó la frente en el cuero para firmar la remontada y despertar a una grada que ya estaba con el silbido entre los labios y la guadaña enfocada al banquillo. Zorrilla vivía en una nube. 80 minutos de tiniebla futbolística convertidos en un halo de luz gracias a los dos remates del nuevo killer. Escudero salvó la cara de sus compañeros de zaga con un zapatazo imparable en el desenlace.

El Real Valladolid ya parece un equipo grande. Juega a nada y gana. Al conjunto blanquivioleta hay que exigirle más. También a su entrenador. Me quedo con la victoria, por supuesto, pero no resulta muy lícito afrontar un partido en casa contra el Mirandés con cinco defensas y la descomposición de un sistema que comenzaba a funcionar. En tres de los cinco triunfos consecutivos, la gloria ha llegado acompañada por el coche escoba. El primero en el 90, el segundo en el 92 y ayer en el 98. Conviene dejar de jugar con fuego para no terminar con la brasa en el asiento. Escudero convirtió el esperpento en euforia.