1
Soy el primero que aplaude la aparición en el once inicial de jóvenes talentos, pero Arnu está todavía muy tierno. Adjudicarle el papel de 'nueve' titular a un debutante, en una batalla tan cruda como la de ayer, es algo parecido a enterrarle en medio ... del desierto, sin agua ni GPS. Y si tu planteamiento tiene de todo menos ir a por el partido, entonces el canterano se marcha del choque con el síndrome del impostor en la chepa. Arnu apenas tocó medio balón. Hizo buena una dejada, pero Monchu regaló un disparo blando a las manos del arquero rival. El resto del partido se lo pasó corriendo de aquí para allá sin opción de encontrar una jugada potable. Su inexistencia residió más en el carácter timorato de Pezzolano que en su propio ímpetu para ganarse un estatus mejor.
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2
El colegiado del encuentro nos regaló un disparate tras otro. Una falta que no es nada convertida en amarilla. Cualquier roce transformado en infracción. Y en este contexto, señaló penalti sobre Monchu. En un partido normal, no habría sido necesario el VAR, pero Cordero Vega vive el fútbol de otra forma. Todo al revés. Joan García sale a por uvas, atiza un manotazo a Monchu y el trencilla marca los once metros. No debería haber discusión, porque el puño atiza en la nuca del blanquivioleta, pero como en el mundo del colegiado todo va por otro camino, el arrebato del pinganillo termina en un 'no penalti' inexplicable. Con dos equipos más preocupados por el antifútbol, es normal que el árbitro se contagie.
3
Pezzolano pronunció una frase demoledora en la previa. «Prefiero jugar después que los rivales porque así podemos manejar los tiempos del partido». No es textual, pero es algo similar. El poso explica que prefiere especular a buscar la victoria, independientemente de lo que hagan los oponentes. Ganar era medio ascenso, el empate sirve para dejar con un pie fuera al Espanyol. Poco más. El técnico uruguayo volvió a jugar con los imponderables y planteó un encuentro para guardar el cero, meter barro a la batalla y salir indemne. Anuar se lesionó en el primer acto. Antes del contratiempo, Moro calentaba en la banda, pero cuando se confirmó la baja, el míster metió a Lucas Rosa. Una declaración de intenciones. Prefirió contener antes que buscar una marcha más para conseguir la victoria. Nunca aceleró para mejorar el desenlace. Un punto insípido.
4
El Real Valladolid solo intentó quebrar su encefalograma plano cuando el Espanyol se quedó con diez. Y cuando quiso reaccionar ya era demasiado tarde. Si planteas la pelea para ganar a los puntos, resulta imposible conseguir el KO, ni siquiera cuando el contrario se asoma a la batalla con la ceja rota y la mirada perdida. En ese instante, Pezzolano metió a Juric, Moro y Negredo. Veinte minutos por delante. Más allá de los cambios, la clave residió en la intención y el Pucela nunca quiso arriesgar. Prefirió eliminar a un adversario por descarte antes que seguir sumando de tres en tres para intentar ascender más pronto que tarde. Cuestión de prioridades. Esperemos que la ambición vuelva antes de que el Éibar y el Leganés se espabilen.
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5
El empate de ayer es la radiografía perfecta del espíritu Pezzolano. No digo que sea malo, porque el empate no lo es, pero actuando en Zorrilla contra un rival directo, espero mucho más de un equipo que afronta el duelo tras sumar cinco triunfos de forma consecutiva. Soy más de ir a por todas que de especular con los resultados. El empate es más una ocasión perdida que un punto extra. Leganés y Éibar siguen ahí. Son los rivales del Real Valladolid. Pezzolano prefirió mirar hacia abajo antes que poner la vista en la cima. Con la trayectoria que lleva, no me atrevo a decir que sea un gazapo. El tiempo dirá. En mi concepto de fútbol, opto hacer los deberes y evitar de que otros me reciten la lección. Al técnico uruguayo esa táctica le salió mal en Primera. Descendió por deméritos sin dar un paso al frente para sumar y no especular. En Segunda, le quedan tres partidos. Lo peor que puede hacer es jugar con el contexto y olvidarse de que lo primero es ganar para no depender del resto.
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