Un equipo sin un delantero centro que haga goles solo puede aspirar a malvivir y rezar todo lo que sepa para ser el menos malo de los aspirantes. La historia del fútbol está repleta de casos en los que plantillas modestas consiguieron la gloria gracias ... a la pericia de su 'killer'. Si una temporada echa el telón sin que el nueve sea el estandarte emocional de los hinchas, el resultado suele aproximarse más al drama que a la sonrisa. Cuando un fan prefiere ponerse en la espalda el 9 de Peternac antes que el número de Sylla, Latasa o Marcos André, mal rollo. En el caso del Real Valladolid, la situación se agrava por el enorme boquete que tiene en el centro de la retaguardia, cogido con alfileres, y las penurias de la planificación deportiva, que se acuestan sobre la salud de Rosa y Luis Pérez. Si están intactos, hay vida atrás. Si uno se lesiona o está sancionado, como el brasileño esta semana, toca tirar de plegarias para que el improvisado recambio que aplique Pezzolano no ensanche el descosido.
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En lo que va de curso, la afición no tiene ídolo, no encuentra patrón. No hay un estandarte y las miradas ya apuntan con firmeza hacia el palco. Es otro de los síntomas que indican el precario estado de salud que atraviesa la entidad castellana. El último partido contra el Rayo agravó la situación por la impotencia que destila el equipo cuando se asoma al frente de batalla. No encuentra el sendero para competir con un mínimo de solvencia. Y ahí, aunque Pezzolano no tiene mucho margen de maniobra, toda la responsabilidad tampoco debe percutir exclusivamente sobre los despachos.
El primero que debe poner a cero su contador es el propio técnico, que sigue sin encontrar un dibujo coherente. Tal vez debería echar un vistazo a sus mimbres y analizar cómo puede construir un buen cesto que no se deshilache al primer soplido. No sé si la clave pasa por jugar con cinco defensas o con seis centrocampistas. Tampoco entro a valorar por qué Moro, el mejor del equipo, sigue más cerca de ser el Guadiana que el Ebro. Lo que está claro es que Pezzolano no da con la tecla. Y si continúa sin puntería, las broncas al palco pueden reventar la confianza de Ronaldo. O no. Nunca se sabe. El caso es que no hay un plan concreto que se adapte a los futbolistas que tiene. Pongo un ejemplo. Esta semana escuché a un entrenador decir que, si tienes un delantero centro rematador, el objetivo debe pasar por fabricarle oportunidades y alimentarle para que pueda explotar su talento. El entrenador uruguayo ha optado por Latasa, cuya mayor virtud, se supone, es el último golpeo. Si no propones un fútbol abierto y con profundidad para llegar a la línea de fondo (sin contrapiés) y servir el balón al corazón del área, el ariete se queda mudo. La experiencia y el partido de Leganés me dicen que el viernes Sylla suplirá a Latasa. Otra voltereta. A Anuar le veo también con plaza fija. En definitiva, mucho movimiento de nombres y poca riqueza táctica que consiga articular un propósito de partido adaptado a las cualidades de cada pieza. Es algo similar a plantear una partida de ajedrez sobre un tablero de parchís, sin dados, cubiletes ni colores.
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