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Del ayer más chusco al hoy más ramplón
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«Falta un lateral izquierdo, pero hay otras zonas del campo que aparecen como un meandro, porque yo no cuento como futbolistas aptos a De la Hoz, Machís o Kenedy»Hay una canción de Alejandro Sanz que apoya el relato del ayer sobre la realidad del hoy. Bueno, hay alguna más, pero me interesa un verso. «Todo lo que fui es todo lo que soy». En el caso del fútbol, el pretérito y el presente ... no confluyen. De hecho, no recuerdo un mercado de fichajes tan estrecho y sinuoso como el que acaba de finalizar. La plantilla del Real Valladolid presenta hechuras de palomo cojo. Falta un lateral izquierdo. Es lo evidente. Pero hay otras zonas del campo que aparecen en la pizarra como un meandro, porque yo no cuento como futbolistas aptos a De la Hoz, Machis (hacedor de descensos) o Kenedy. Si estaban para salir, es que no sirven. Pezzolano posiblemente los tendrá que utilizar, pero la idea era que cerraran la puerta por fuera. De hecho, la gestión representa un agujero negro en la tarea que han desempeñado este verano Catoira, sus subalternos y sus superiores. Los tres jugadores estaban al otro lado del quicio y al final han terminado abrochando la llave por dentro. Un desastre. Ni han salido, ni el club ha conseguido equilibrar un vestuario que parece insuficiente para afrontar el reto de la permanencia. Todo se fía a llegar vivos a diciembre y que la segunda ventana obre el milagro.
La afición está de uñas y con razón. No solo perturba el poso amargo del ridículo frente al Barcelona. Lo realmente preocupante es que al Real Valladolid se le han hecho largos los cuatro primeros partidos de Liga y la plantilla no es mejor que la que consiguió el ascenso. Salvo el debut, en el que los blanquivioleta brillaron, el resto ha sido una constante caída al vacío con bofetón final en el Lluís Companys.
Esta semana he visto una serie sobre los dirigentes del fútbol de antaño, aquel ecosistema que en los años 90 pasó de la penuria y las deudas a las sociedades anónimas deportivas. Lendoiro, Caneda, Lopera o Del Nido cuentan en primera persona las andanzas de aquel tiempo en el que Ruiz Mateos aparecía en zapatillas y batín en la sede de la Liga para depositar más de 600 de millones de pesetas que salvaban al Rayo de la desaparición y lo transformaban en SAD. El fútbol estrenaba el progreso a lomos de presidentes bien conectados y la cultura del pelotazo como estandarte. En esa época, los hinchas coreaban a los dirigentes con fervor y pasión. Eran ídolos de una España que salía del túnel aupada por la entrada en la Unión Europea, el AVE, los Juegos de Barcelona o la Expo de Sevilla. Lo que fui y lo que soy.
Aquellos presidentes eran mitos, referentes de una hinchada que los veía como mecenas del nuevo fútbol. Iban a muerte con sus millones y su derroche. Del anonimato al estrellato con su evangelio bajo el brazo. En el Real Valladolid, el guion es inverso. Ronaldo llegó como un ídolo del fútbol mundial, pero la hinchada blanquivioleta le mira como si fuera un villano. El astro brasileño ha conseguido el éxito en la evolución del club, que ahora es una entidad con amplia estructura y sólidos cimientos, pero está fallando en lo que realmente él fue bueno, en la parcela deportiva. Más fracasos que éxitos. Operaciones como la de Boyomo destapan la mediocridad de una estrategia que, además de desnudar deportivamente al equipo, convierte a los despachos en un mercadillo, en el que el 'vendo barato' se impone a cualquier teoría que se sitúe dentro de la lógica.
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